David Livingstone nació el 19 de marzo de 1813 en Blantyre, Escocia, en una familia profundamente piadosa. Aunque no pudo recibir una educación formal, debido a la necesidad de trabajar desde niño en una fábrica de algodón, su determinación lo llevó a educarse de manera autodidacta. Mientras trabajaba, colocaba un libro frente a él para leer, lo que le permitió adquirir conocimientos que le abrirían puertas en el futuro.
Fue un médico, explorador y misionero británico, una de las mayores figuras de la historia de la exploración. Mediante observaciones astronómicas, estableció situaciones correctas en la cartografía africana y realizó informes de botánica, geología y zoología. También se distinguió por su lucha contra la esclavitud. Por todo ello, en la Gran Bretaña victoriana fue considerado un héroe nacional.
A los 25 años, Livingstone quedó cautivado por un llamado dirigido a médicos misioneros, para que fueran a China. Motivado por su fe y su deseo de servir, se matriculó en la escuela de Medicina en Glasgow y se postuló en la Sociedad Misionera de Londres. Aunque al principio fue rechazado por no tener credenciales teológicas, perseveró en su vocación y cuando fue aceptado, la Guerra del Opio había estallado en China, lo que hizo imposible enviar misioneros allí.
En ese momento, Livingstone conoció a Robert Moffat, un pionero misionero en el sur de África que decidió dirigir su mirada hacia ese continente. En 1841, después de recibir su título en Medicina, se unió al equipo de Moffat y comenzó su misión en África, un lugar que pronto se convertiría en su hogar espiritual.
Tras dos años de aprendizaje junto a Moffat, Livingstone se trasladó a Mabotsa, donde fundó una misión con su esposa Mary, la hija de Moffat. Sin embargo, enfrentó dificultades con otro misionero, lo que lo llevó a mudarse a la aldea de Chonuana.
Allí, durante tres años, Livingstone bautizó al jefe de la tribu local. Pero una sequía obligó tanto a la tribu como a su familia a desplazarse. Finalmente, Livingstone decidió que su familia regresara a Inglaterra, mientras él continuaba explorando el interior de África, comenzando así sus famosas expediciones.
Su visión era abrir un «Camino Misionero» o «Carretera de Dios» para llevar el cristianismo y la civilización a los pueblos no alcanzados. Livingstone se resistía a las políticas de misiones conservadoras que consistían en evangelizar un pueblo a la vez y construir una iglesia solo cuando la comunidad estuviera bien establecida. Para él, este método era demasiado lento, especialmente dadas las difíciles condiciones para la evangelización en África.
Livingstone propuso un enfoque más amplio: infiltrarse en el interior de África de manera positiva, ayudando a los africanos a desarrollar su propio comercio y aprendiendo sobre sus costumbres.
Su meta no era construir iglesias rápidamente, sino crear condiciones más favorables para la evangelización futura. A pesar de las dificultades y la resistencia de otros misioneros y colonos europeos, Livingstone mantuvo su enfoque cristiano, defendiendo la dignidad y los derechos de los africanos.
A finales de 1852, con su familia de regreso en Inglaterra, Livingstone emprendió su primera gran expedición. Había descubierto el río Zambezi y quería encontrar una ruta fluvial que atravesara el continente, desde el océano Índico hasta el Atlántico. Este viaje fue arduo, lleno de enfermedades, sequías y ataques de tribus hostiles, pero en 1854, logró llegar al Atlántico. En lugar de regresar a Inglaterra, decidió continuar explorando hacia el este, completando en 1856 un épico recorrido de tres años desde el Atlántico hasta el Índico.
Durante su travesía, Livingstone exploró el río Zambezi y descubrió las Cataratas Victoria. Su regreso a Gran Bretaña en 1856 fue recibido con gran aclamación. Fue honrado por la Real Sociedad Geográfica y su relato «Missionary Travels» se convirtió en un éxito de ventas, inspirando a muchos a seguir su ejemplo misionero.
En 1858, el gobierno británico financió una segunda expedición para investigar los recursos naturales del sudeste de África y abrir el río Zambezi para la navegación. Sin embargo, esta expedición fue problemática; su barco, aunque tecnológicamente avanzado, no era adecuado para las condiciones del río y naufragó. Además, su esposa Mary, que había regresado a África, murió durante la misión en 1862, lo que dejó a Livingstone profundamente afectado.
A pesar de las malas noticias, Livingstone no se dio por vencido. En 1866, partió una vez más hacia África, esta vez en busca de la fuente del Nilo. Con el tiempo, su salud empezó a deteriorarse y la falta de noticias sobre él llevó a que se organizara una expedición de búsqueda.
En agosto de 1872, con la salud muy debilitada, Livingstone emprendió su último viaje. Murió en 1873, siendo encontrado de rodillas en oración en una choza. Su corazón fue enterrado en África, pero su cuerpo fue devuelto a Inglaterra, donde fue honrado con un entierro en la Abadía de Westminster.
David Livingstone fue más que un explorador; fue un ferviente cristiano que dedicó su vida a llevar el Evangelio a África. Cuando llegó al continente en 1841, África era conocida como el “Cementerio del Hombre Blanco”. Pero a través de sus incansables esfuerzos, no solo ayudó a trazar los mapas de África, sino que también creó las condiciones para el crecimiento del cristianismo.
Su obra, uniendo la evangelización con el bienestar económico y social de los africanos, desafió la mentalidad colonial de su tiempo y dejó un legado que sigue vigente más de un siglo después de su muerte.