La ignorancia es algo que nos afecta a todos de diferentes maneras. Seguramente en alguna oportunidad le ha pasado de encontrarse en medio de personas hablando un tema del cual no podía ser parte, porque desconocía el asunto. Tal vez al salir de allí a su casa pensó “no tendría que haber ido”, porque la falta de conocimiento lo dejó afuera de la reunión. La ignorancia es la enfermedad social más peligrosa.
Cuando se le llama ignorante a alguien casi tiene un sentido descalificativo y puede resultar hasta ofensivo, porque suena como equivalente a burro. Pero también quisiera señalar que no es un atentado a la autoestima reconocernos ignorantes. Cabe destacar que hay personas que actúan por ignorancia y otros sacan ventaja de la misma.
Tiempo atrás alguien ignorante era una persona pasiva, dócil, simple. Tengo fresco el recuerdo de mi abuelo, un hombre con el rostro compasivo, donde los ojos claros concordaban con su expresión. Por su condición no había tenido la posibilidad de estudiar; pero en él no anidaba la violencia. ¿Cuántos como mi abuelo, en la generación pasada eran personas buenas? “En sentido de integridad”, sin rebeldía, donde la palabra tenía gran valor, y con un solo apretón de manos se cerraba un trato.
Hoy las personas incultas son violentas y practican la amenaza de la criminalidad como una compensación, asimilando que la sociedad está en deuda con ellos y entonces se la van a cobrar.
En reiteradas oportunidades, como generación actuamos en ignorancia; no tomando esta palabra con desprecio, sino sencillamente como suena. Ignorancia por no conocer, y no tener la suficiente información.
Con frecuencia la ignorancia engendra más confianza que el conocimiento.
Debemos entrenarnos en aprender a comunicar contenidos de luz y no propagar asuntos de las tinieblas. No hable tan rápido, es preferible escuchar y meditar lo que oye, antes de reproducir las malas noticias y ocasionar desánimo e incredulidad en quienes escuchan.
Que podamos hacer una oración de las palabras del salmista:
“Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría”. Salmos 90.12
Estoy convencida que a nuestro tiempo le falta luz; me refiero a la luz que irradia de nuestro Creador, solo cuando emana ese brillo podemos ver la verdad que produce libertad.
Dios nos dejó un libro para que conozcamos Su voluntad; tendríamos que tener la capacidad de despegar la Biblia de la religiosidad y convertirla en un manual que nos conduzca en el caminar diario. Esta contiene la receta para aprender a comportarnos en la vida y nos da la posibilidad de descubrir la razón por la cual vivimos en la tierra. Nuestro Creador nada hace sin propósito.
Así como uno de los hombres sabios de la Biblia, Salomón, quién adquirió riquezas sin límites y escribió:
Piense por un momento cual elegiría ¿la sabiduría o las piedras preciosas? Si se queda con la segunda opción, estas no le duraran mucho si no adquiere conocimiento.