Hace unos días me hicieron llegar esta pregunta: «soy cristiano desde chico y cumplo con los estándares del cristianismo ¿Qué más debo hacer?». Y yo me pregunté «¿cómo es eso de un cristiano estándar y qué más se debe hacer?».
Hacía tiempo que nada me devolvía tan bruscamente al eje de todo, al lugar donde nací, donde todo ocurre, de donde nunca debimos corrernos. Fui transportado violentamente por un amor que necesitaba volver a entender, en debilidad, con temor y temblor. ¡Me sentí enfermo! Tal como lo describe Francis Chan en este video (hace clik acá).
¿Estándares cristianos? ¿Existe algo como eso? Sentí dolor, vergüenza de mí mismo y una voz volvió a mí recurrentemente para recordarme quien soy, de donde vengo y de donde fui rescatado.
Cuando alguien se convierte en un cristiano común, casi ordinario, estándar, pierde categóricamente la batalla antes de empezar. ¡No hay nada más alejado de la realidad de Dios!
Cuando su Espíritu me permite entender quiénes somos y a qué fuimos llamados, me humilla simplemente porque la palabra que me imparte me quema por dentro. Sé que esa palabra viene del cielo y sé que el que está hablando es Dios. Y lo que está diciendo es «abandona tu vida, niégate a ti mismo, muere y sígueme; deja de vivir tu vida y permíteme a mí vivir mi vida en vos».
¿Hay algo estándar en eso? ¡Es un llamado a perder la vida!
«Un Dios que no habita espacio ni tiempo, resplandeciendo en la gloria de sus atributos en una divina, eterna y perfecta comunión con el Hijo y el Espíritu Santo, decide abandonar a su Hijo, aplastarlo en una cruz solo por amor a nosotros».
¡Díganme si eso es estándar!¡Díganme si lo que ven en estas imágenes es estándar! ¿Podemos seguir creyendo que se puede ir en pos de Jesús sin perder la vida? ¿Podemos seguir convenciéndonos de que la palabra no dice lo que expresa en relación a un llamado inequívocamente radical?
¿Podemos olvidar lo que el mismo Jesús dijo? ¿Podemos ignorar que Él dijo “evalúen el costo” y creer que esto no tiene consecuencias en la eternidad de cada uno?
–“Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará” (Mateo 16:25);
–“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí” (Mateo 10:37);
–“Cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33)
Es un estado de alienación, una distorsión en la percepción de la verdadera identidad del Hijo. Seguimos alimentando una generación que tiene como héroes a predicadores, músicos, organizadores de eventos o escritores, porque se identifican con lo que esta generación anhela ser y hacer en un mundo modelado por los medios de comunicación y las redes sociales.
Solo basta ver cuántos seguidores tiene un artista, comunicador o motivador contemporáneo y cuánto se sabe y se desvela el pueblo de Dios por nuestros amados hermanos que mueren y son torturados cada día por amor al tesoro infinito. Ellos saben que la verdadera desgracia para un hijo de Dios no es ser torturados o morir, sino la desobediencia al Señor.
No puedo dejar de mirarme a mí mismo y temblar. Créanme, no hablo de nadie en particular, amo la Iglesia porque soy la Iglesia. Y porque la amo de verdad es que necesito verme como Dios me ve y entender el verdadero problema.