Es imposible diferenciar lo que es de Dios y lo que no sin libertad. Esta libertad con la que Cristo nos llamó a ser libres es verdadera. Una y otra vez Pablo nos habla diciendo «ustedes han sido verdaderamente libres» no es una cuestión mental, ni una idea psicológica, ni tampoco una sensación de satisfacción, sino que es un estado pleno. Esta libertad no ha sido provista por una revuelta emancipadora o por nuestros medios, sino que fue comprada con la sangre del Cordero inmolado. Pablo nos menciona que en la cruz del Calvario, Jesús expuso al diablo, anulando así el decreto y el acta, que era un contrato de esclavitud. Le otorgamos el permiso al infierno para sujetar nuestras vidas al elegir vivir una vida de pecado, donde habíamos renunciado a todas las opciones posibles para ser felices acercándonos a Dios.
¿Por qué el cielo humilló al infierno? Porque el diablo no fue derrotado por un rey majestuoso, ni por un gran ejército, sino que a la cruz del Calvario, fue el Cordero inmolado que quita el pecado del mundo. El infierno fue vencido y la muerte derrotada por un cordero, el cual no es poca cosa, pues como nos menciona en Apocalipsis «¿Quién es digno de abrir el rollo, quien es digno de traer orden y justicia, quien es digno de desatar los juicios de Dios?» El cielo hace silencio, los ángeles cantan y dicen que uno solo ha sido hallado digno, el Cordero inmolado, que pagó el precio de nuestra libertad en la cruz del calvario.
Jesús compró nuestra libertad con Su sangre
Nos hizo libres desde el Génesis en el Edén, pero nosotros vendimos nuestra libertad, la entregamos todo el tiempo, la negociamos, pero Jesús nos dió una libertad de manera integral. Nos hizo libres espiritualmente, pues el velo, que era el pecado que nos separaba de Dios, fue anulado. Nosotros estábamos destinados a estar muertos en vida, no éramos dignos de acceder a la presencia del Padre, pero en la cruz Jesús venció a las potestades de maldad, anuló las huestes del infierno, resistió todo aquello que nos separaba de Dios, rompió los velos que la religión había puesto, desgarró lo que nos separaba de él y lo primero que liberó fue nuestro espíritu, dándonos comunión, porque no hay otro mediador entre Dios y los hombres que Jesucristo hombre.
No es que en la cruz Jesús fundó un conglomerado de religiones para que de alguna manera la gente haciendo cosas buenas pueda acercarse a Dios, sino que literalmente rasgó el velo y nos conectó al corazón del Padre de manera directa. Por eso, podemos por medio de Jesús estar aptos espiritualmente para tener comunión con Él todos los días.
«Por medio del sacrificio de Jesús podemos recibir el perdón de los pecados, para vivir en la libertad de sentir y de percibir a Dios, teniendo así una comunión profunda con Él».
Maximiliano Gianferici
Las heridas físicas que traspasaron sus manos, el costado roto, su espalda desgarrada tiene que ver con la redención de nuestro cuerpo, donde ya no estamos dominados por nuestros instintos ni vivimos sujetos a lo que nuestro cuerpo demanda, y aunque nuestro hombre externo se va desgastando, la vida de Cristo crece dentro de nosotros. Si vivimos en Jesús no vivimos sujetos a nuestro cuerpo. Debemos entender que más allá que nuestros cuerpos funcionen bien o no, ya fueron redimidos en la cruz del calvario y que nuestro deber es vivir físicamente en la libertad con la que Jesús nos hizo libres. En la cruz del calvario también Jesús nos hizo libres emocionalmente, liberó nuestras almas donde están nuestra voluntad, emociones y carácter atados por el pecado.
La cruz nos hizo libres tanto espiritual como física y emocionalmente.
Jesús recibió la misma tensión emocional que nosotros recibiríamos, era necesario para liberarnos de manera integral. Sus emociones y el estrés que vivió fueron llevados al máximo nivel que un hombre puede soportar. Todas nuestras emociones, nuestros berrinches, nuestras malas contestaciones, nuestras depresiones y nuestras angustias fueron expuestos en la cruz del Calvario y aplastados junto con su cuerpo, para que por medio de su sangre preciosa nosotros no tengamos que vivir sujetos a un alma que no le responde a Dios.
«Tenemos que tener la capacidad de educar nuestras emociones para que podamos vivir en libertad».
Maximiliano Gianferici
Cuando emocionalmente estamos mal, hablamos con algún obrero, líder o amigo los cuales nos pueden aconsejar pero Jesús es diferente, porque es el único que a través del Espíritu Santo nos puede dar libertad en todas nuestras emociones. Cuando tenemos comunión con Él nuestras emociones se equilibran, pues vivimos en libertad, le hablamos a Dios de todo y con todo porque en Él somos absolutamente libres.
La libertad es un proceso, no es algo que recibimos y ya está, sino que caminamos y vivimos en libertad.