Aún los que tienen mayor capacidad de hacer daño, necesitan el abrazo de la gracia.
Con cuánta frecuencia encontramos notas, libros, flyers, dándonos información que define a los tóxicos, cómo descifrarlos y librarnos de ellos. Existen cuasi diccionarios para delimitar la toxicidad humana. Pudiera ser ,tal vez, una buena herramienta defensiva para depositar en los otros aquello que no queremos ver en nuestra propia vida.
Qué cosa las palabras; alguien ha dicho que son mitad de quien las dice y mitad de quien las escucha. Son construcción social, clivaje que ancla en la cotidianidad, en tanto que un significante cualquiera, eso enunciado, se va constituyendo en significado y en el proceso, en significación social imaginaria, paradigma y verdad.
En tanto significante, tóxico puede ser aquello referido a un veneno o toxina. Sustancia que produce efectos, alteraciones o trastornos que pueden terminar en la muerte. Se miden por su grado de toxicidad, es decir la capacidad para hacer daño. El efecto está determinado por la dosis y el tiempo de exposición. Por ende, mediando el proceso de anclaje social, el código y lo simbólico, ese término y su connotación se usan para catalogar a las personas.
Michael Foucault (2008), en su libro Las palabras y las cosas, sostiene que “buscar la ley de los signos es descubrir las cosas semejantes. La gramática de los seres es su exégesis. Y el lenguaje que hablan nos dice nada más que la sintaxis que los liga”. Esto es, que somos hablados por lo social, en tanto nos constituye. Las palabras portan el sentido construido por el cual, al escucharlas, conocemos al hombre mismo. Somos lo que decimos, y el juicio que hacemos de los otros, por medio de nuestros discursos, habla de esa construcción.
En todo caso, ¿no tenemos todos algo de toxicidad?, ¡porque estamos en proceso!
“Vamos en aumento como la luz de la aurora hasta que el día alcanza su plenitud” (ver Proverbios 4:18). Aunque la realidad nos muestra algunas verdades acerca de las llamadas relaciones tóxicas, esto no es aval para rotular a las personas así como lo hacemos con un elemento químico. Es aquí donde necesitamos preguntarnos si esos principios se condicen con los del Reino de los cielos.
Los evangelios están inundados de encuentros entre Jesús y gente que hoy sería definida como “tóxica”. Los amó, los exhortó y les dio una oportunidad. Los miró con ojos de amor, mientras pronunciaba palabras de aceptación y no de condena. Cuando el Maestro habló trayendo luz sobre la ley, los valores del Reino adquirieron un poder liberador que hasta ese momento no habían tenido.
Qué pasaría, me pregunto, si a esto de medir a la gente por cuán tóxico es, lo expusiéramos bajo la lupa del “Ustedes han oído (…) pero yo les digo” (Mateo 5:21ss.). ¿Soporta este nuevo andamiaje social, el peso de la Gracia?, peso que, de forma paradójica, aliviana las cargas de la vida. Esa Gracia abraza, no cercena. Acerca, no distancia. Como Iglesia, necesitamos rever los paradigmas para que tengan como base la gracia recibida.
Si Jesús caminara hoy entre nosotros, tal vez el mensaje sería: porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer (…) estuve enfermo, y me atendieron, me decían tóxico y vinieron a mí (ver Mateo 25:35ss.). Si como Iglesia no manejamos otros valores en medio de la sociedad, al definir la toxicidad de otros estaremos solo mirándonos al espejo.