Cuando hablamos de una juventud feliz, ¿qué es lo primero que viene a tu mente? Tal vez venga alguna imagen de Pinterest, o alguna foto de Instagram donde se muestra una vida que parece ser feliz. Pero si te dijera que nada de eso brinda felicidad a nuestra juventud, ¿lo creerías?
Esta fue mi conversación con un compañero de clase hace algunas semanas, en la cual esta persona me decía que creía que mi juventud era aburrida, o que no era feliz porque no hacía cosas “normales” que los jóvenes hacen hoy en día. Y yo repliqué: “¿Cuáles son esas cosas que no hago?”. Y respondió con algunos ejemplos como: salir a fiestas, tomar, entre otras cosas. Entonces, pregunté: “¿Y qué cosas ves que hago?”. Su respuesta fue: Ir a la iglesia.
En ese instante, pensé: “Pero mi vida no es aburrida o infeliz”. Tras ese pensamiento, le consulté: “¿Por qué creés que es una vida aburrida?”. Su respuesta fue silencio. Cuando pensamos en una juventud feliz, primariamente pensamos en lo que vemos alrededor nuestro. Idealizamos las imágenes que tenemos tan metidas como modelo de una juventud feliz. Esto sucede debido a que es la vida que desde chicos el mundo nos vendió como la mejor vida juvenil, la cual “hay que seguir” para vivir nuestra juventud a pleno; entonces, corremos una carrera para alcanzar una vida que… no es vida.
Eclesiastés 11:9-10, NTV, dice:
Este pasaje nos invita a nosotros, jóvenes, a vivir este momento de nuestra vida disfrutando cada momento de ella, pero siendo conscientes de que Dios está presente. Sí, ¡Dios quiere que disfrutes este momento de tu vida! Porque la vida que Él nos preparó es una vida feliz, pero esta felicidad no es humana, sino celestial. Esa felicidad es la misma con la que Jesús vivió, la felicidad de ser uno con el Padre. Es verdad, las cosas que vemos en las redes forman parte de nuestra juventud, y por momentos nos pueden llegar a causar felicidad; pero la felicidad que Jesús da no tiene comparación. Esta felicidad le da sentido a toda esta etapa temporal, porque se sostiene en Aquel cuya vida está completa.
Muchas veces, la emoción que, como jóvenes, experimentamos nos hace olvidar eso: que solo la vida con Jesús es una vida plenamente feliz. Entonces comenzamos a vivir en un loop que una y otra vez nos lleva a lo mismo, provocando que perdamos tiempo. Otro versículo dice: “No dejes que la emoción de la juventud te lleve a olvidarte de tu Creador. Hónralo mientras seas joven, antes de que te pongas viejo y digas: ‘La vida ya no es agradable’” (Eclesiastés 12:1, NTV). La emoción humana nos hace perder tiempo. Frecuentemente, los modelos de las circunstancias que nos rodean nos desvían del patrón original, generando como consecuencia la pérdida de nuestro tiempo en esta vida.
“Hónralo mientras seas joven, antes de que te pongas viejo y digas: ‘La vida ya no es agradable’”. No pierdas tiempo. No desperdicies tu vida en algo que, tal vez, de un día para el otro desaparezca de tu vida. No seas como Job, un hombre que lo tenía todo, hasta que un día toda su riqueza se fue, y su vida quedó paralizada. Hasta que un día sus ojos volvieron a ver a quien tenían que ver. Su corazón recordó a su Creador, posando sus ojos en Él. Cuando nuestra mirada está en los parciales, la pareja que no llega, las mil y un tareas que no terminan, nuestra juventud es desperdiciada. No porque esas cosas sean malas o no sean importantes, sino porque no es para lo que Dios nos creó. Dios no nos creó para hacer todo, sino para tener una relación íntima con Él. Fuimos creados para una sola cosa: estar a los pies de nuestro Maestro.
“Sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque este determina el rumbo de tu vida” (Proverbios 4:23, NTV). Amado joven, no pierdas tu corazón en la rutina terrenal que día a día vivís, porque esto determina el rumbo de tu vida. No desperdicies tus días de juventud persiguiendo una felicidad inalcanzable. Al contrario, dedica tu vida a una sola cosa: estar a sus pies. Te aseguro que en la presencia de Dios somos verdaderamente felices, ya que la felicidad de Él se hace la nuestra ahora.
«Cristo nunca se desesperó, a pesar de todo el dolor que atravesó por las injusticias que lo rodearon; hasta el último día de su vida, siempre tuvo luz. Fue traicionado, dejado, pero aun así mantuvo la alegría del Padre. Él nunca fue derribado por el desánimo, ni confundido por la negatividad del ambiente, ni nublado por las dificultades externas; nunca fue desconcertado por las malas interpretaciones que hacían de sus palabras, ni por el odio de sus enemigos. El Padre estaba en Él, y eso le alcanzaba«. —Bernardo Stamateas
Él está en vos.
Eso es suficiente para experimentar una juventud feliz.