La sociedad manifiesta el comienzo de un nuevo año como la mejor oportunidad del calendario para dejar atrás problemas, reflexionar sobre lo aprendido y vislumbrar el futuro con una mirada renovada.
Sin embargo, sabemos que el comienzo de un nuevo año no siempre es fácil. Las redes sociales se inundan de escenas aparentemente perfectas, mesas abundantes y celebraciones que no siempre son genuinas en el corazón. Aparecen situaciones que, aunque invertimos nuestro mejor esfuerzo en frenarlas, vuelven a recordarnos que no tenemos el control.
En medio de esta transición de año, una de las promesas más consoladoras en las Escrituras es que Dios hace todo nuevo. ¿A qué se refiere realmente?
Las conversaciones sobre las expectativas para el nuevo año son las más repetitivas. Ante la posibilidad de comenzar algo desde cero, comunicamos nuestras mejores promesas y propósitos: hacer ejercicio, ahorrar dinero, perder peso o pasar más tiempo en familia.
Lo cierto es que todo esto puede ayudar a vivir un año lleno de mejores hábitos y salud, no obstante, el Evangelio va mucho más allá de lo externo y enfatiza como verdadera clave del cambio la continua transformación interna del corazón.
Conforme nos acercamos a Dios disfrutando de quién es Él, dejando atrás una vida de pecado, obedeciendo y deleitándonos en sus promesas, más seremos transformados a su imagen. Esta verdad es sumamente esperanzadora.
El apóstol Pablo nos recuerda en 2 Corintios 5:17:
“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas”.
¿Desaparecen las Luchas?
Si Dios hace todo nuevo, ¿significa entonces que las luchas del día a día también desaparecerán?
La realidad es que el Evangelio en ningún momento nos promete una vida sin batallas, conflictos o consecuencias (Juan 16:33), pero sí nos ofrece todo lo que necesitamos para afrontar los desafíos que traerá el mañana.
Él está en nosotros y por nosotros. Si hemos vivido una transformación del corazón, entonces hemos nacido de nuevo. Si es así, sabemos con certeza que Dios está a nuestro favor para hacer todo nuevo.
Esta es la clave para vislumbrar el año venidero tras unos cristales de esperanza divina, inundados de una paz que sobrepasa el entendimiento humano y va más allá de las circunstancias terrenales.
Quizás situaciones desagradables o luchas personales no desaparezcan, pero Dios nos provee la fuerza para superarlas de su mano.
En Isaías 43:19, en medio de una situación de gran sufrimiento para el pueblo de Israel, Dios declara:
“He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a la luz; ¿no la conoceréis?”.
Es un recordatorio de que, en medio de la adversidad, podemos confiar en su intervención divina.
Jesús está dispuesto a hacer todas las cosas nuevas cualquier día de tu vida, no obstante, el inicio del año puede ser un buen momento para meditar sobre nuestra relación con Él.
Quizás esta transición puede ser un llamado a ir más allá de buenas intenciones para el nuevo año, a fin de llevar genuinamente nuestros “gigantes” a los pies de Cristo.
Ya sean resentimientos, faltas de perdón, cargas, relaciones rotas o adicciones, si decides caminar con Cristo, tendrás una invitación a confiar en que Él tiene un plan perfecto.
Él es el Arquitecto de nuestra vida, y en Sus manos, todo lo que parece roto o incierto puede ser hecho nuevo.
Confía en Jesús, pon tu corazón en las manos de Aquel que te amó como nadie lo hará.