Esta frase es una de las que más recibo cada mes a través de la interacción en redes sociales. ¿Y sabes qué? Siempre que alguien me lo dice siento dos cosas: el bajón al recordar lo que se siente y el entusiasmo por saber lo que se viene.
Te explico un poco más, y así nos entendemos mejor.
Tenía cuatro años cuando llegué a la iglesia. Mi papá había lidiado con el alcohol por años, y con mi mamá estaban por divorciarse. Éramos lo que se diría “un caso típico”. Dios toca el corazón de mis padres y así empecé un camino que no elegí, pero que disfrutaba.
Destaqué con la memorización de versículos bíblicos, también en la música. Era extrovertido y tenía carisma, aspectos que en la iglesia importan mucho. De hecho, mucha gente en las iglesias piensa que, si eres carismático, serás buen líder. Un error, pero lo viví. Fui músico, profesor de escuela vacacional, líder de grupos y además algo que nunca elegí: hijo de pastor.
Había muchas expectativas sobre lo que Dios haría en mí, lo que se esperaba que yo lograra y cómo debería comportarme. Pero nadie contaba con que el hijo del pastor, este creyente que llevaba años en la iglesia, viviría algo que no estaba en la lista: una crisis de fe en plena adolescencia.
“’¿Vivir para siempre y todos los días estar cantando a Dios? ¿Eso es la vida eterna? Si eso es, no me interesa’. Así inició mi primera crisis de fe».
Tenía 16 años, iba en un autobús a casa y miraba el cielo imaginando lo que me habían dicho durante tantos años sobre la vida eterna. Imaginarme cantando todos los días, orando todos los días, no era algo que llamaría vida y mucho menos la consideraría para la eternidad. Con un cuestionamiento tan básico como “qué significa la vida eterna” inicié mi primera crisis de fe.
¿Era la vida eterna aquello que describían en la iglesia o había algo más que yo no sabía? ¿Realmente Jesús necesita que vayamos al cielo para cantarle todos los días? ¿Tiene algún problema de autoestima y requiere que otros lo aprueben para sentirse validado?
En esa primera crisis me di cuenta de que el cristianismo me interesaba por lo que presentaba en el presente, no necesariamente por lo que me daría en el futuro. Mientras muchas personas a mi alrededor soñaban con ir al cielo para dejar de sufrir en la tierra, esta primera crisis a mí me hizo ver que el cristianismo no tenía que ver únicamente con el más allá, sino con el “más acá”. ¡De eso hablaba Jesús en los evangelios al decir “El reino de Dios se ha acercado”!
Estoy en crisis, ¿qué hago?
Hoy, 17 años después de mi primera crisis de fe, puedo contarte toda la historia, pero también cómo viví el proceso de no tener respuestas, de compartir las preguntas que tenía y no tener a alguien que comprendiera que no me estaba rebelando, sino que estaba buscando argumentos.
Durante una crisis de fe sentimos que todo se va al piso, y de alguna manera es así, porque hay algo llamado “sistema de creencias”, que en resumen es lo que opinas sobre ti, sobre los demás y sobre la vida. Tu sistema de creencias sostiene tus opiniones sobre la vida, la muerte, la eternidad, las vacunas, las relaciones, lo correcto e incorrecto, tu moral, tu sentido de justicia, etc.
En una crisis, uno de esos aspectos entra en duda, pero en el caso de los creyentes se profundiza porque nuestra teología sostiene todo nuestro sistema de creencias. Por eso es que dudar de un aspecto de tu fe hace que muchas cosas entren en inestabilidad.
Hay varios puntos que puedo recomendarte si estás viviendo una crisis de fe:
- Dudar no es pecado
En ciertas comunidades cristianas dudar está mal visto, como si fuera pecado, pero en la Biblia te encuentras con muchas personas que dudaron, entre ellas Pedro, Marta, María, quienes habían estado con Jesús, pero aún no se acababan de convencer del poder de Dios. Ese proceso personal es una oportunidad para conocer más a Dios y evidenciar quién es él para nosotros y de qué es capaz. - Lugares equivocados, respuestas equivocadas
Yo quería responder mis inquietudes sobre Dios leyendo autores que criticaban a Dios y negaban su existencia. Quería entender la fe hablando con gente que se burlaba de ella.
Después de un tiempo comprendí que, para tener una respuesta acertada, debía elegir sabiamente con quién conversar. En ese proceso, descubrí que hablar con gente que se burlaba de mi fe no iba a responder mis inquietudes, solo iban a empeorarlas. Así que es clave elegir dónde buscar respuestas. Con esto no me refiero a ir obligatoriamente donde el pastor, o donde tus padres, sino que elijas bien dónde buscarás respuestas a tus inquietudes.
- Una cosa a la vez
René Descartes escribió un libro llamado “El discurso del método”, un libro corto y muy interesante. En él encontrarás un principio que él aplicó para los cuestionamientos: no cuestiones todo a la vez, ve paso a paso. Si tu duda es la veracidad de la Biblia, investiga sobre ello, pero no dudes sobre todo al mismo tiempo, porque podrías entrar en un colapso emocional. Esto es algo que sigo aplicando hasta hoy cada vez que cuestiono algo. Vale la pena revisar y corregir una pata de la mesa, pero no cortar las cuatro a la vez. - Para los Tomás, hay evidencia
Si lees Juan 20, del verso 24 al 31, te encontrarás con el primer agnóstico de la Biblia: Tomás. Aunque era uno de los discípulos, dudaba de que Jesús haya resucitado y pidió evidencia. Jesús se la presentó. (Juan 20:24-31)
Nosotros señalamos a los Tomás; Jesús les da la bienvenida. Hay gente que no requiere argumentos o evidencia para creer, otros sí, como yo.
- Elige un compañero para el camino
Dudar y caminar solo es una pésima idea, porque tus pensamientos pueden devorarte, y esto no solo afecta en tu opinión sobre la fe, sino que también impacta en tu autoestima o en tu opinión sobre otros. Algo que hago ahora cuando cuestiono alguna cosa es tener alguien con quién conversarlo, no necesariamente para pedir un consejo, sino para compartir mis dudas y recibir otras perspectivas.
Si tienes dudas, si te estás cuestionando tus creencias, ten la seguridad de que, si eliges sabiamente el camino, llegarás a las respuestas que son para ti.
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