Uno de los miedos más grandes de la humanidad es el de sufrir abandono. Etimológicamente, abandonar es dejar en manos de cualquiera, a merced de cualquier persona. A muchas personas, en muchas ocasiones les invade este temor.
Esa sensación de abandono comienza desde los años formativos, al nacer y crecer hogares tan disfuncionales que nunca se sintieron protegidos. Todos nosotros, en mayor o menor medida, lo hemos sufrido. Momentos traumáticos en que nos hemos sentido sin cuidado.
El doctor Abel Albino, uno de los pediatras más reconocidos de nuestro país, dice que todos debemos crecer con un traguito de leche y con una caricia. Pero, en la mayoría de los casos, hemos crecido sin el traguito de leche o sin la caricia. Entonces se va construyendo en nuestra personalidad e identidad la continua sensación de abandono.
Por lo general, lo aprendido desde niños se transforma en patrones de conducta por los cuales somos guiados para el resto de nuestra vida.
Pastor Martín Carrasco
A menos que dejemos que la mano de sanidad del Padre nos toque, todo nuestro futuro se verá afectado por esta continua sensación de abandono.
Dependencias emocionales
El vínculo que formamos con nuestros padres desde niños nos va condicionando para nuestra propia vida adulta. Es sabido que los primeros años de vida son de dependencia; el problema es que, si no permitimos que Dios trabaje en esa área de nuestra vida, seremos siempre personas (niños-adolescentes-jóvenes-adultos) dependientes emocionalmente de otros.
En cada etapa de nuestra vida aflorará el temor a ser abandonados, el miedo constante a que una relación se termine. Es ahí donde vemos a alguien haciéndole reclamos a la persona amada. En realidad, no le estás haciendo un reclamo a esa persona que amás, sino probablemente a tus padres, a aquellos que en los años formativos no te llenaron de amor, aceptación y aprobación.
Personas que buscan constantemente la afirmación de un tercero. No saben ser sin ese otro. Tienen un agujero enorme en la identidad. Tanto es así que, sin importar si la relación es toxica, siguen apegados por miedo a quedarse solos.
Pastor Martín Carrasco
Ese niño arropado de adulto soporta todo lo que le echen encima (maltratos, humillaciones, violencia, etc.) con tal de no sufrir nuevamente el abandono. Hoy, con mucha calidez, y un vasto océano de amor que viene del cielo, hablémosle a ese niño. Abracemos a esa niña, a ese niño que necesita encontrarse con el amor genuino y sanador del buen Padre Celestial.
Dos tipos de rechazo
Existen dos clases de rechazo, uno es el abiertamente manifiesto: padres que buscaban un niño y llegó una niña, palabras hirientes que fueron soltadas de la boca de los padres o tutores, bebes concebidos en adulterio o en fornicación, y en muchos de esos casos al enterarse del embarazo comienzan a rechazar inmediatamente al bebe, etc. El rechazo desde el primer momento.
El segundo tipo de rechazo es el oculto, manifestado de maneras más sutiles, que muchas veces no expresan la intención de los padres: abandono de alguno de los padres del hogar por divorcio o muerte prematura o trágica, sutiles diferencias en el trato entre hermanos, etc.
Es importante que vos y yo hagamos una revisión de nuestra vida, a la luz de lo que Dios dice, y podamos comenzar a caminar en libertad. Ya no guiados por lo que vivimos. No guiados por lo que otros dijeron de nuestras vidas. Guiados por lo que Dios dice de vos y de mí.
Sanidad del abandono
A través de este artículo, pido al Espíritu Santo que puedas recibir todo aquello que de niño no te fue provisto. Todo el amor, todo el abrazo, todo el cuidado y la protección que no recibiste, imploro al Padre de las luces que comience a sanar tu corazón, sin importar la edad que tengas y sin importar las vivencias que hayas pasado.
¿Podrías acompañarme en esta breve oración?
“Padre, te entrego todo rechazo y abandono que haya sufrido, principalmente en los años formativos, la niñez y la adolescencia. Te entrego toda falta de atención que he sufrido, toda comparación, toda palabra hiriente o crítica permanente, toda falta de interés o cuidado, toda tristeza por divorcio, y todo eso que vos traigas a mi corazón. Quiero caminar en libertad, te entrego al niño lastimado, abrazalo, sanalo y cuidalo siempre en tu amor, en el nombre de Jesús, amen”.
Te animo a que abraces la verdad de Dios que te hará verdaderamente libre. Para eso aquí te dejo tres versículos que reflejan parte de la verdad de Dios para vos y para mí:
- Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recogerá en sus brazos (Salmo 27:10).
- ¿Acaso una madre olvida o deja de amar a su propio hijo? Pues, aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré (Isaías 49:15).
- He aquí yo estoy con vos(otros) todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28:20).