Todo creyente debe reflejar en su carácter y su conducta la imagen y semejanza de Dios.
El catecismo abreviado de Westminster, la base de la teología reformada, postula que “el propósito principal del ser humano es glorificar a Dios y gozar de Él para siempre. Aunque tal proposición es contundente, es formulada de manera abstracta y necesita cierta definición concreta a ser enunciada en términos guiadores.
Otras teologías, integradas a la proposición reformada, esclarecen el propósito primordial enunciado, dando lugar al trazado de una meta direccional que anima el derrotero del ser, epistemológica, ontológica y teleológicamente:
El propósito del ser creyente es llegar a ser una persona que agrade a Dios, que refleje en su carácter y su conducta la imagen y semejanza de Él
Pablo Polischuk, Ph.D. catedrático del Seminario Teológico Gordon Conwell en Massachusetts, EE. UU
Como al principio y que, de alguna manera asidua, llegue a parecerse a Jesucristo en su manera de ser, actuar y relacionarse en amor.
El propósito final incluye el goce de su presencia en un estado glorificado; mientras tanto, el ser es invitado a experimentar una transformación de sí contemplando al prototipo ideal de la humanidad mientras camina hacia su cometido teleológico. Las bases bíblicas para esta proposición se encuentran en Romanos 8:29; 2 Corintios 3:18 y 1 Juan 3:2.
¿Quién es Jesús para que yo sea como Él?
Esta pregunta surge lógicamente en la mente de quienes, habiendo captado la proposición de ser como Él, desean saber de qué manera pueden vislumbrar el proceso de asimilación, acomodo, alineado o transformación caracterológica para llegar a asemejarse a su persona.
Si basamos nuestras consideraciones en el plano histórico —natural, cultural, temporal—, nuestra imaginación puede «captar» a Jesús como un modelo viviente digno de ser imitado. Al escudriñar los datos que describen a tal Jesús histórico provistos en las Escrituras, notamos que es una persona judía, hebrea o semítica, quien «habitó entre nosotros» (Juan 1:14).
Su encarnación tomó lugar dentro de una cultura, con cierto lenguaje y costumbres; vino para cumplir cierto propósito: salvar al pueblo de Israel y ser luz a las naciones del mundo. Sin embargo, luego de su muerte expiatoria en la cruz y su resurrección, el Cristo glorificado es presentado en las Escrituras de una manera transcultural.
En tal estado, es el redentor de la humanidad, quien ha unido en un solo cuerpo a judíos y gentiles, dotando a los seres humanos de la facultad de ser «nuevas criaturas» sin distinción, eliminando las definiciones culturales (2 Corintios 5:16-17). La descripción de Juan en su Apocalipsis distingue y sobrepasa su conocimiento presencial e íntimo del Cristo cultural, describiéndolo con expresiones y tonos inimitables, extraordinarios y sobrenaturales (Apocalipsis 1:9-19; 4:1-11; 7:9-12; 19:11-16).
Sin embargo, la tendencia humana hacia la contextualización del Cristo glorificado a los parámetros etnocéntricos y culturales es notable, especialmente manifestada en culturas que tratan de amoldar a Jesús a su semejanza, invirtiendo el orden de transformación propuesta en las Escrituras.
Pareciera ser que las personas centradas en sí mismas, no pueden aceptar el hecho que Jesús, según la carne, era judío/hebreo/semita, y que luego de su resurrección y glorificación, trasciende y escapa a las definiciones idiosincráticas culturales.
Pablo Polischuk, Ph.D. catedrático del Seminario Teológico Gordon Conwell en Massachusetts, EE. UU
¿Por qué cuesta tanto aceptar el hecho que Dios, en su designio eterno y manifestado en el cumplimiento de su tiempo, envió a Cristo para habitar entre los humanos, y lo hizo dentro de un determinado contexto y cultura, dotado de cierta historia?
¿No puede el ser aceptar el hecho que Dios no necesariamente debe ajustarse a su semejanza, a su forma, o cultura? El vaso de barro discute con el alfarero acerca de la forma, el color, la apariencia del vaso, errando al blanco del propósito epistemológico, ontológico y teleológico de la encarnación de Cristo.
Muchas personas han tratado de acomodar, asimilar y establecer cierto equilibrio cognitivo/estético, proyectando sus deseos al pintar y esculpir o representar a Jesús según sus lentes culturales. En general, a juzgar por las representaciones que han aparecido en el transcurso de la historia del cristianismo, la imaginación artística de las personas quienes, sin ser teológicamente sabias.
Se dieron a la tarea de deformar la realidad espiritual, basadas en sus percepciones naturales —culturales, afectadas el pecado del narcisismo, el etnocentrismo, y el tribalismo— patrocinadas por sistemas o personas que han ejercido el control y el poder definidor de sus construcciones político sociales.
La tendencia de representar la realidad espiritual mediante la imaginación —sea a través de los escritos poéticos (la verbalización escrita) de los místicos medievales, la iconografía estética de artistas bizantinos y representantes del Renacimiento, o de la cosmovisión política de los latinoamericanos animados de teologías revolucionarias— ha sido definir, construir e imponer versiones en las cuales Jesús ha sido representado según la percepción idiosincrática de los poetas, artistas o activistas que lo han imaginado.
La imagen de Jesús ha adquirido la fisonomía de las personas que, consciente o inconscientemente, se han reflejado a sí mismas en su imagen.
El ser contemporáneo (narcisista, centrado en sus necesidades) no se considera creado a la imagen de Dios, sino que construye socialmente a un Dios creado a su imagen y semejanza.
Pablo Polischuk, Ph.D. catedrático del Seminario Teológico Gordon Conwell en Massachusetts, EE. UU
Todo yo ambiciona tener un Cristo que «sea como yo», especialmente si yo tengo el poder de definir y convencer a mis semejantes, estableciendo tal imagen en mi entorno cultural gracias a mi influencia social. Según quienes han estado en poder y ejercido su influencia sociocultural sobre la iglesia, las imágenes propuestas por las diversas culturas han diversificado la imagen de Jesús según la carne.
En la actualidad, las culturas reconstructoras pujantes que han redefinido la historia, en su afán de remediar los males del colonialismo europeo que caracterizó a varias agencias misioneras, han vertido a Jesús en imágenes adaptadas a su propia semejanza. El remedio no ha sido mejor que la enfermedad.
La esencia de Jesús, la ontología de su ser actual —el prototipo de la humanidad según el diseño y designio de Dios— consiste en su carácter, su modo de ser, su mente, intención y propósito vertidos en conducta caracterizada por el amor unilateral, incondicional, proactivo y poderoso.
No es su apariencia lo que perseguimos al tratar de ser como Él, es su esencia.
Pablo Polischuk, Ph.D. catedrático del Seminario Teológico Gordon Conwell en Massachusetts, EE. UU
Si bien es cierto que una redefinición de la imagen de Jesús es necesaria, para no confundir cultura con salvación, no basta simplemente contextualizar al Evangelio a las diferentes etnias del cosmos y proliferar una plétora de imágenes divisivas.
Si bien la razón de rechazar un cristianismo con tinte europeo pudiera ser justificada, es necesario tratar de sobrepujar la iconografía cultural a favor del establecimiento de una premisa mayor: Ser como Cristo es captar su esencia, buscar establecer el Reino de Dios y su justicia, fomentar la unidad del Cuerpo de Cristo y la comunión de los santos de toda raza, pueblo y nación.
Aunque los artistas han provisto, y proveen, sus impresiones idiosincráticas y creativas, es necesario establecer el principio que reconoce dos posiciones descriptivas del Cristo histórico y actual: natural y espiritual. Desde el plano natural, si hemos de pintar a un Jesús histórico, debemos usar los tonos y las matices que representen a una persona judía/hebrea/semita; luego hacer uso de la exégesis y la hermenéutica de fe para contextualizar el motivo de su encarnación y redención efectuada.
Por otra parte, si hemos de representar al Cristo glorificado actual, sentado a la diestra de Dios el Padre, debemos tener en mente las descripciones visionarias, alegóricas, metafóricas apocalípticas, las cuales exceden a los tonos culturales, tanto europeos como los de las demás culturas «correctoras» de nuestra actualidad.
Pablo Polischuk
Ph.D. catedrático del Seminario Teológico Gordon Conwell en Massachusetts, EE. UU., y co-fundador de la Maestría en Consejería en tal institución. Ha sido instrumental en la fundación de la Facultad de Teología Integral de Buenos Aires (FTIBA)