En esta última nota podrás conocer la conclusión final sobre los datos que quizás no sabías sobre el rey de Israel, un gobernante que tuvo un papel muy importante en los relatos bíblicos.
Aunque tenía todo para ser un gran rey, Salomón fue mucho peor de lo que estamos acostumbrados a pensar. Salomón vivió en un tiempo de paz, lo que le permitió dedicar todos los recursos económicos de su gobierno a las construcciones, en especial el templo para Dios y su propio palacio (que era mucho más grande y lujoso que el templo).
Salomón logró todos esos lujos de tres maneras: en primer lugar, cobrando impuestos muy altos; en segundo lugar, haciendo alianzas políticas internacionales; y en tercer lugar, mediante el trabajo esclavo de otros pueblos y de sus propios ciudadanos.
El estilo de vida de Salomón estuvo marcado por la poligamia, la idolatría y la acumulación de riquezas. Con sus decisiones, Salomón desobedeció explícitamente cada una de las instrucciones de la ley de Moisés. No debería sorprendernos que poco después de su muerte, el reino unificado de Israel se haya dividido para siempre.
El propósito de una historia como esta y de las historias que encontramos en la Biblia no es darnos miedo ni rendirle culto a personalidades como Salomón, David, Abraham o el apóstol Pablo. El propósito de estas historias es guiarnos a la verdad. Como dice la epístola a los romanos:
“Todo lo que fue escrito hace tiempo se escribió para enseñarnos, a fin de que, con el consuelo y la constancia que las Escrituras nos dan, mantengamos la esperanza” (Romanos 15:4).
Y no solamente esto. Los cristianos creemos que el propósito de las Escrituras es guiarnos a Jesús, que dijo, hablando de sí mismo: “Alguien superior a Salomón está aquí, pero ustedes se niegan a escuchar” (Mateo 12:42).