A lo largo de nuestra vida nos encontramos rodeados de diferentes tipos de vínculos. Personas que tienen distintos grados de cercanía, los cuales reflejan la confianza que les tenemos. Sin embargo, no todos los que están cerca nuestro tienen las mismas intenciones, no todo aquel que se acerca quiere lo mejor para nosotros.
Discernir de qué forma se expresa la comunicación, que dinámicas y patrones se repiten en nuestras relaciones, qué acciones se observan más que las palabras que se escuchan, es fundamental para nuestra salud. Podemos estar ahogándonos, y aquel que nos venga a ayudar puede sacarnos del agua o hundirnos más. Incluso puede ser uno de los motivos principales por los cuales nos encontramos allí. Si no sanamos heridas podemos estar pidiendo ayuda a quien está siendo parte del problema. Es por esto que aprender a relacionarnos sanamente se vuelve fundamental en cada etapa de nuestra vida.
En la Biblia encontramos incontables ejemplos de cómo relacionarnos. Esta vez, tomaremos como ejemplo la historia que ocurre entre Sansón y Dalila (Jueces 16). Él fue elegido por Dios para salvar a su pueblo del enemigo, para recordarle a la gente que Dios sigue pensando en ellos, que su amor no ha cesado. Por otro lado, ella era una mujer de la cual Sansón se enamoró pero que rápidamente eligió vender su lealtad al enemigo con tal de sacar su propio beneficio económico. Lejos estaba de importarle Sansón, sin embargo, él no podía ver esto, debido a que su atracción por las mujeres lo cegaba.
Las relaciones dañinas tienen lugar en donde hay heridas sin sanar. La debilidad de Sansón no era solamente el cabello, eran las puertas abiertas de su corazón. El enemigo que tanto sufría por Sansón, buscó la estrategia para destruirlo, eligió una mujer que acepte el trabajo. Dalila fue directa en sus intenciones, 3 veces le pregunto “Dime en qué consiste tu impresionante fuerza. Si alguien quiere vencerte ¿Cómo tendría que sujetarse?” Sin embargo, podemos estar tan anestesiados, que no logramos ver los ataques cuando confiamos sin cuestionar a quienes tenemos más cerca. Incluso al mentirle 3 veces y ver que los filisteos lo atacaban con exactamente la forma que le había dicho a Dalila, no se alejó de ella. No se trataba de Dios (De hecho ni se había enterado que lo había abandonado. Jc. 16:20), era él quien ignoró todas las advertencias y siguió en un vínculo así. Sus heridas lo hacían mantenerse atado a quien solo demostró dañarlo. Dalila no se detuvo, ella fue por todo.
La presión constante por un objetivo personal, el ignorar el estado emocional de la otra persona, el invalidar las emociones, el no respetar los límites del otro, son solo algunos aspectos que podemos registrar en estos versículos. Todo esto de manera combinada, hizo que Sansón cayera en una angustia tan grande que casi era mortal para su vida. En ese lugar de dolor intenso es que le abre el corazón. La historia termina con el enemigo sometiendo de tal forma a Sansón que en el último instante, Dios, que vio su arrepentimiento genuino, le renueva una vez más las fuerzas. En su muerte, mató a más enemigos juntos que en toda su vida. Él que nunca le falló, Él que lo amó verdaderamente, lo acompañó.
Pensemos, una relación sana jamás nos llevará a salir del propósito que Dios marcó para nuestra vida. No utilizará la confianza para dañarnos, ni intentará insistentemente hasta causar una angustia profunda. Todas fueron señales y alertas que Sansón no vio. El vínculo con Dalila representa todo lo que Dios no quiere para nosotros.
Reflexionemos en este tiempo. Los vínculos que tenemos expresan la salud que hay en nuestro interior. Las relaciones interpersonales reflejan también nuestras propias decisiones. No solo se trata de las heridas ajenas, de la manipulación, de los grandes engaños estratégicamente utilizados para caer en los planes de otros, se trata también de qué puertas abiertas hay en nuestra vida para que todo esto ocurra. Con más intensidad necesitamos sanar y tener relación con la verdad para discernir rápidamente lo falso.
Pongamos más atención en lo que sí podemos decidir y trabajar, y menos en lo que nos excede. Busquemos ayuda para sanar heridas, recibir apoyo y encontrar herramientas, que nos brinden nuevas alternativas en momentos donde creemos que no las hay. Analicemos a quién acudimos, no solo por lo que expresan sus palabras sino por lo que sus acciones reflejan. Allí entenderemos en quien vale la pena invertir, y en quien dejar de hacerlo. No se trata de cerrarle la puerta a todos, es elegir de manera sabia a quien mantener cerca. Aun estamos a tiempo de poner límites a las relaciones que nos están provocando cada vez más daño y nos alejan de Dios. Lo que encontramos en su presencia no se compara con las migajas que estos vínculos ofrecen. Aun hay oportunidad para tomar decisiones saludables.