La última vez terminé diciendo que no hay idioma, arte o lenguaje que pueda decir todo de quien es Todo en todos. Y es que recordar esto nos hace dimensionar la justa medida del papel que desempeñamos en esta tierra como comunicadores de lo eterno, sea a través de trazos, letras o movimientos. Hemos sido encomendados a la maravillosa tarea de expresar lo eterno en lo pasajero. 

El artista está condicionado por su medio, su cultura y las inevitables influencias que tiene a lo largo de su vida, y aunque éstas son notorias en su obra, en el momento en que puede acceder a lo eterno para comunicarlo, trasciende las barreras culturales y del tiempo, entonces llega a su receptor sin que importe la distancia que los separa, y esto solo es porque la fuente de su inspiración ha sido Él mismo desde la eternidad y hasta la eternidad.

Ahora quiero abordar la segunda parte del título. Jesús dijo: “Yo soy la verdad”; también dijo que ésta nos haría libres, y que el Espíritu Santo prometido nos guiaría a toda verdad. Y es que, como artistas, existen pocas cosas que nos importen tanto como esta cualidad. Hemos sido diseñados como paladines y guardianes de lo verdadero, de lo genuino, y constantemente rechazamos todo aquello que se contraponga a lo que consideramos verdad. 

Es por eso que mientras más la conozcamos, mejor podremos identificar cualquier mentira, pero, sobre todo, podremos comunicar acerca de la verdad más fácilmente. En un mundo que quiere negar la verdad y ajustarla a su conveniencia, y donde, además, aquellos que hemos sido dados a la tarea de comunicarla tendemos a alejarnos de ella, nos encontramos en un punto delicado.

Conocer la verdad y luego exponer lo que hemos conocido puede ser un sendero que nos lleve por el costoso camino de la genuinidad y la rendición. 

Jesús vino a dar libertad a los cautivos y vista a los ciegos; y quiénes mejor que nosotros para comunicar ese proceso. Al mismo tiempo, corremos el riesgo de hacer íconos, no de la verdad sino de nosotros mismos, o bien de cualquiera de las mentiras que este mundo puede llegar a ofrecer, y convertirnos en ciegos guiando ciegos, en cautivos que, en lugar de mostrar la salida de la prisión, muestran lo frío y húmedo de su celda.

La cualidad de ícono en una obra no viene ligada a la verdad, sino solamente al grado de profundidad en la comunicación de su mensaje. Es por eso que mientras un ícono de la verdad nos muestra a Jesús, un ícono de cualquier otra cosa solo nos muestra vanidad y el vacío del alma humana sin Dios. La clave entonces está en qué tanto conocemos la verdad. Conocerla mucho es manifestarla con facilidad, conocerla poco convierte nuestro objetivo en inalcanzable.

Al mismo tiempo, debemos recordar que Él prometió que la verdad nos liberaría de las cadenas que sabemos que tenemos y de las que aún no conocemos, por lo tanto, buscar de Él nos hará libres para producir nuestro arte, para expresar lo que hay de su corazón en el nuestro. 

Acercarnos a la verdad nos hará ser más nosotros de lo que hemos sido antes, nos hará ser mejores artistas, porque comunicaremos mejor la verdad que hay en Él, la verdad que es Él, y no habrá mejor versión de nosotros que la que se pierda en Él. 

Libres porque a libertad fuimos llamados, no solo de las cadenas de nuestro pasado, sino de las ataduras del presente para producir, crear y transmitir el Evangelio como nadie lo ha hecho antes, no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios (2 Pedro 2:16) para manifestar lo eterno de Dios en lo finito de nuestras manos. 

Un verdadero artista se preocupa por sus receptores. Seamos sinceros, todos producimos para ser vistos, leídos o escuchados. No está mal, es parte de la cadena de comunicación. Sin un receptor toda la producción es inservible.

Gálatas 5:13 dice que debemos usar nuestra libertad para servirnos en amor unos a los otros. Cuando llegamos a conocer que lo mejor de nosotros es lo que tenemos de Él asimilado en nuestra naturaleza, vamos a vivir para conocerle, porque de esa manera vamos a servir mejor a aquellos que reciben lo que hacemos.

Así como la cultura y el medio en que crecimos nos afecta como artistas, qué tanto hayamos contemplado la fuente de la belleza y la bondad va a estar reflejado en lo que transmitimos a través de lo que hacemos. No lo podemos fingir, no lo podemos disimular y, mucho menos, lo podemos imitar. Lo genuino es imposible de falsificar.

El Espíritu Santo, el hermoso Paracleto, que nos guía a toda verdad, no es ajeno a nuestro caminar como artistas, es más, hasta pareciera que, a través de la inspiración, pudiera hacerse oír mejor que de otras formas. Lo que es seguro es que no nos llevará por nuestros caminos, sino por los suyos

La forma incorrecta puede ser el camino fácil, la mayoría de las veces lo es. Pero el sendero menos transitado es el anunciar las obras de aquel que nos llamó de tinieblas a su luz admirable.

Rodrigo Hernández
Cantante, compositor, músico y amante del café. Actualmente desarrolla un proyecto como cantante solista presentando canciones de su autoría con un enfoque cristocéntrico sin dejar de lado un sonido fresco y moderno. Licenciado en Composición Musical con Orientación en Música Popular; Máster en Terapia de la Voz. Dedicado a la música y el ministerio, ha participado en propuestas musicales y artísticas a lo largo del continente. Pertenece a la iglesia Fresca Presencia en su natal ciudad de Guatemala.