En esta nota tomaremos como referencia lo explicado por Juan Ballistreri en su libro “Victorias Espirituales en el Alma”, obra que trae luz a muchas de las preguntas que comúnmente nos hacemos los hijos de Dios.
A lo largo de los años, hemos hecho de la oración un speech, o un monólogo con el fin de agradar no solamente a los demás, sino a nosotros mismos, buscando siempre las palabras precisas a la hora de cerrar los ojos y hablar con Dios. Entendemos como cuerpo que no está mal ser conscientes de las palabras que utilizamos en nuestra oración y de poder ser claros a la hora de expresarnos, no obstante, muchas veces perdemos el foco de lo que verdaderamente es la oración. Hoy en día este tema en nuestras congregaciones está muy trillado.
Nos dicen “oración” y comenzamos a repetir de memoria lo que nos quedó después de escuchar tantas predicaciones y enseñanzas al respecto. Seguramente recordaremos todas aquellas oraciones que hicimos con ganas y sin ganas, solos o en comunidad, muchas veces sin saber mucho qué decir, pero siempre con buenas intenciones.
Pero ¿Por qué Dios diseñó la oración?
La oración es una actividad de nuestro espíritu, así como la adoración. No estamos hablando de enseñanzas, sino de actividades espirituales, porque la oración es un músculo que se atrofia sin el uso.
Recordemos que nuestro cuerpo es el “guante” de toda actividad espiritual. Si no podemos identificar alguna de las actividades de la oración, tampoco las vamos a valorar ni cuidar, porque pertenecen al misterio de la salvación.
Muchas enfermedades carecen de sintomatología externa, por lo tanto, pueden pasar meses sin que las identifiquemos si no fuera por algún chequeo de rutina. La actividad de la oración es similar; la oración, la adoración, el estar y andar por el espíritu conforman actividades espirituales cuya falta de ejercicio se irá viendo luego, en la expresión de la vida de la fe.
Una persona que no sabe orar en el Espíritu tampoco va a poder adorar. Por ende, no podrá servir, estar, ni andar en el Espíritu. La oración es la “Lupa del Espíritu”; nos permite ver cosas que aparentemente son pequeñas, pero muy delicadas si no las identificamos.
Una vez que el Espíritu Santo vino a nuestra vida y nos regeneró, el Señor nos regaló la capacidad de orar, algo que no era una actividad de todas las personas antes de Cristo. Es por esto que la oración es una actividad permanente y constante del espíritu humano. No necesita de lugar u horario determinado.
Hoy en día estamos acostumbrados a un sistema de iglesia y reunión distinto al de la época de los apóstoles, pero estamos volviendo a las Escrituras en términos prácticos, no teológicos.
Los apóstoles se expresaban desde el conocimiento que habían recibido de Dios a través de las Escrituras cual entes reguladores de la Palabra; y desde allí, hablaban como voces del Señor. Además, las personas no oían al predicador, sino que habían aprendido a oír a Dios a pesar del predicador.
Si cada uno quiere funcionar espiritualmente, debe estar en permanente oración
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