El análisis de una práctica tan compleja y necesaria, a la luz de la palabra.
No era raro que le hicieran preguntas difíciles a Jesús. Algunas veces la gente preguntaba sinceramente, otras, los interrogatorios venían con doble intención. Es que los principales grupos religiosos de la época se veían afectados por la predicación de Jesús y su figura se estaba haciendo molesta.
Por esta razón preguntaban cosas complejas para hacerlo caer. Esta vez fue el turno de los discípulos de Juan el Bautista y los fariseos. Los primeros, un grupo que estaba en proceso de extinción, pues el ministerio de Juan se acababa. Los segundos, ya habían sido criticados duramente por parte del Señor.
“¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan?” (Mateo 9:14, RVR95)) ¡Qué buena pregunta hicieron los discípulos de Juan el Bautista! Dejemos un segundo de pensar en la capciosidad de los fariseos y en el sentido de competencia de los discípulos de Juan y solo detengámonos en la idea del “por qué no…”, pues tal vez entender por qué ellos no debían ayunar, nos daría la razón por la cual nosotros sí deberíamos hacerlo.
Qué es el ayuno y por qué hacerlo
Definamos esto brevemente. En forma ineludible, en el contexto bíblico, la palabra ayuno significa abstenerse de alimentos y llevaría todo un libro describir formas, tiempos e intensidades. La Biblia nos menciona ayunos de uno (Jueces 20:26) y de cuarenta días como Moisés o Jesús.
Podría implicar abstinencia total o parcial como en el caso de Daniel y sus amigos que se abstuvieron de los manjares de la mesa del rey y solo comieron legumbres por diez días. Podría ser llevado a cabo por una sola persona o muchas en acuerdo y, en este caso, podría ser voluntario, como los ninivitas en el libro de Jonás, o ceremonial como en el Día de la Expiación.
Otra cuestión, y tal vez sea esta la que más nos preocupe, es por qué ayunar. ¡Ahí empezamos! ¿Cuáles serían las razones que podrían llevarnos a abstenernos de algo tan natural, placentero y necesario como la alimentación? Lamentablemente, la teoría de someter el cuerpo para liberar el espíritu, nacida en las filosofías griegas y tan presente en el trasfondo católico, se ha mezclado en nuestra teología sobre el tema pervirtiendo el sentido de esta actividad que es cien por ciento bíblica y deseable.
Otro pensamiento muy normal es que el ayuno sirve para conseguir un favor de Dios, algo así como una moneda de cambio. Ayunar para conseguir un milagro. Ayunar para… ¿Quién podría tener una voz autorizada para resolvernos el conflicto? ¡Creo que conozco a Alguien! Y su respuesta, acertadísima como siempre, se encuentra en el mismo pasaje que citamos al principio.
Jesús les respondió a los discípulos de Juan por qué los suyos no debían ayunar… por ahora, y también les respondió cuándo sí les sería necesario hacerlo. ¡Amo ver cómo Jesús parece irse de tema en sus enseñanzas! ¡Qué tiene que ver una boda! Claro, nadie ayuna en una boda, porque hay comida. Pero lo que el Señor trata de explicar con el ejemplo va por otro carril. Nadie ayuna en un boda porque el novio está presente.
Pero qué pasará cuando él les sea quitado. La clave está en entender el ayuno en relación con la persona de Cristo, entenderlo como un instrumento de comunión. Los discípulos no necesitaban ayunar porque Jesús estaba con ellos. Era tiempo de fiesta, eran días de boda. No había aflicciones, no había necesidades. Eran días de comunión plena.
Y hoy… el Novio nos ha sido quitado y Él mismo, antes de irse, habló sobre quedarnos aquí, en el mundo, y padecer aflicción (Jn. 16:33;17:13-15). Desde su partida sí es el tiempo del ayuno con el principal objetivo de encontrar al Novio, no por lo que pueda hacer o darnos sino para entrar en intimidad con Él. El pecado no está en tu cuerpo para que lo atormentes.
Dios no necesita que sufras para actuar. Él no necesita que ayunes para convencerlo.
Nosotros necesitamos ayunar para encontrarlo, porque hacerlo es nuestra meta máxima en la vida; es restar tiempo de nuestras necesidades materiales para darle espacio a las espirituales. Seguro, a consecuencia de ese tiempo de comunión, oiremos su voz con mayor claridad y seremos capaces de entender y aceptar su obrar.
Así que, si necesitas un milagro, ¡ayuna!; si necesitas tomar una decisión importante, ¡ayuna!; si estás pasando por una crisis, ¡ayuna!… pero nunca olvides, más allá de la intensidad de tus problemas, ayunas para verte con Él.
Cuando el que ayuna pierde de vista este objetivo, pierde el norte de la actividad. Dejaría de ser “el ayuno que a Dios le agrada”, como dice el profeta Isaías para convertirse en una actividad netamente humana no muy lejana a la huelga de hambre. Una lucha en la carne contra la carne. Un intento de manipulación para imponer mis criterios por sobre los designios divinos.
Lástima que los discípulos de Juan no escucharon el Sermón del Monte. ¡Jesús ya había hablado del ayuno de los fariseos! (Mateo 6:16-18). A ellos les gusta destrozar su apariencia para hacerse notar. “Pero…”. ¡Jesús y sus peros! “Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto…” (Mateo 6:6). Y, aunque Jesús habla de recompensa pública, ¿a quién le importaría algo más que eso?
Nuestra mayor recompensa será encontrar al Señor en lo íntimo.