Una de las preguntas que estuvo flotando en mi corazón por muchos años es ¿por qué Jesús llegó a decir «Dios mío, por qué me has desamparado»? A lo largo de este tiempo llegué a escuchar diferentes explicaciones en prédicas y diversas teorías al respecto.
Una de las cosas que llegué a escuchar es que Dios tuvo que dejar solo a Jesús en la cruz porque estaba cargado de nuestro pecado y, por ende, Dios no puede convivir con el pecado. Lo más lógico que llegué a interpretar es que indefectiblemente Jesús llegó a sentirse solo en medio de tanto dolor y calvario, porque después de todo estaba en un cuerpo humano y podía flaquear como todos nosotros.
Pero esta duda siempre me atemorizó, ya que si Dios pudo por segundos abandonar a Jesús, ¿por qué no podría abandonarme a mí?
De hecho, en muchos momentos llegué a sentirme solo y pensar: “pues así es como se sentiría Jesús en medio de su angustia”.
Hace poco estas dudas se aclararon cuando, en una tarde, algo dentro mío me movilizó a leer un Salmo, el Salmos 22. Y Dios respondió inmediatamente a partir del primer versículo.
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?» Salmos 22:1
Por dentro dije; «esto me suena, esto ya lo había leído en otro lado”, y fui inmediatamente en búsqueda de los evangelios para comprobar que efectivamente Jesús había utilizado estas mismas palabras.
«Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: A Elías llama éste». (Mateo 27:46-47)
¿Tendrá alguna relación? ¿Tendrá algo que ver? ¿O solo fue una mera coincidencia? Si ni siquiera los que estaban con Jesús entendían lo que estaba queriendo decir.
Pues nuevamente la respuesta no tardó en llegar. Solo bastó con seguir leyendo el Salmo para darme cuenta.
«He sido derramado como aguas, Y todos mis huesos se descoyuntaron; Mi corazón fue como cera, Derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, Y mi lengua se pegó a mi paladar, Y me has puesto en el polvo de la muerte. Porque perros me han rodeado; Me ha cercado cuadrilla de malignos; Horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; Entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes». (Salmo 22:14-18)
Para mí fue imposible leer este Salmo sin imaginarme a Jesús en la cruz, a pesar de haber sido escrito casi mil años antes. Inmediatamente pude sentir completa paz, la paz de saber que Dios no desamparó a su Hijo en ningún momento. Jesús no estaba haciéndole un reclamo a Dios y nunca dudó ni flaqueó su fe. Sino entendí que Jesucristo estaba recitando el Salmo de David.
Por eso es importante que cuando uno lee la Palabra, pueda escudriñar en la misma y no quedarse con versículos sueltos. Es primordial poner en contexto todo lo que está en la Biblia.
Otra cosa que empezó a cobrar sentido a partir de esta reflexión son las últimas palabras que Jesús dijo en la cruz; «Consumado es”. Es decir, Jesús estaba cumpliendo con todo lo que estaba escrito.
En conclusión, Dios no desampara ni abandona, aunque estemos llenos de pecado o le fallemos. Quizá hoy estemos angustiados, deprimidos y llenos de ansiedades, como David cuando escribió el Salmo 22. Pero si David no hubiese pasado por pruebas no podría haber escrito después el querido Salmo 23 (te invito a leerlo).
Este es un tiempo para llenarnos de fe, y más que nunca creer que nuestras vidas tienen un propósito divino. Aún en la prueba Dios está cumpliendo su propósito en nosotros. Aún en el dolor Dios es fiel y cumple su Palabra. Aún en el proceso podemos comprobar que su plan es perfecto.
Espero que entender esta palabra te traiga tanta paz y seguridad como me la trajo a mí el día que lo entendí. Que Dios te bendiga.