Hace unos meses comencé running con mucho entusiasmo. ¡Me vestí acorde a la ocasión, estrenando zapatillas nuevas muy cómodas! Comenzamos a paso lento los primeros kilómetros y progresivamente fuimos acelerando la marcha.

Algo me molestaba en el calzado, pero no quise parar, iba con todo el grupo a buen ritmo; sin embargo, sentía que algo me incomodaba. No le di suficiente importancia y seguí. Me dije: “ahora cuando llego me fijo”. Así pasó el tiempo y aunque sabía que algo tenía, me acostumbré a la sensación extraña. Al llegar a casa, me saqué la zapatilla y voló la afamada piedrita que me invitó a reflexionar.

¿Cuántas veces como mujeres vamos caminando por la vida ignorando lo que nos molesta? ¿Para qué nos obligamos a seguir caminando? ¿Para quién? ¿Para qué queremos disimular lo que sentimos?  Para colmo de la reflexión, terminé con una lesión en la rodilla que me obligó a detener esa actividad que había comenzado con tanto entusiasmo.

“En lugar de hacer una pausa y sacar las piedras, las ignoramos, nos obligamos a seguir, nos acostumbramos y simulamos que no pasa nada”.  

Alejandra Genobar, psicóloga

¡Se necesita tomar una decisión para ir a la acción y mejorar nuestro caminar! Entonces, habrá que detenerse y eliminar aquello que estorba e incomoda porque puede desequilibrar todo un sistema, todo un engranaje y hacer más daño de lo que pensamos.

Un personaje que tuvo que sacarse varias piedras de encima fue Bartimeo (Marcos 10: 46-52), cuya historia ilustra como pocas las propias miserias y las de nuestra sociedad; las piedras que se nos imponen y cargamos. Piedras de la decepción, del abuso, del resentimiento, de la pasividad y la piedra más pesada: la del costo de oportunidad.

Es fácil imaginar las limitaciones que se imponía este hombre. El hecho de encontrarlo a la orilla del camino mendigando señala crudamente cuáles eran sus expectativas.  

La decepción te susurra: resignate. El sometimiento al deseo del otro, la humillación callada, el ahogo de los sueños por la necesidad de agradar a los demás para ser querida. ¿Te da miedo el conflicto, el enojo? ¡Hacé una pausa! 

Alejandra Genobar, psicóloga

El abuso, en sentido amplio y estricto, es otra piedra que puede anidar perfectamente dentro de la propia familia. ¿Sufriste el atropello de los adultos que te tenían que cuidar? ¿Te hicieron creer que la culpable eras vos siendo una niña? 

En tiempos de Bartimeo, un buen puesto de mendigo a las puertas del Templo, en los caminos de los peregrinos o en los lugares de purificación -como en la piscina de Betsaida, o a la salida del canal de Siloé- podía ser muy rentable. Pero rentable no significa digno. Hay ocupaciones rentables, pero desdibujan tu identidad, te llenan de odio y te hacen cargar en tu caminar con otra piedra: la piedra del resentimiento

Tal vez perdimos la capacidad de proyectar, cegadas por el dolor. Incluso, podemos recuperar la vista, pero no la visión. 

Alejandra Genobar, psicóloga

Cargando la piedra de la pasividad muchas mujeres valiosas han perdido toda creatividad. No tienen un norte, viven el día a día “como pinte”. Una persona no llega a ser mendigo de la noche a la mañana, a esa condición no se llega de repente. ¿Por qué nuestras vidas se tornan estáticas, cíclicas y rutinarias? Por la ausencia de visión, de planificación, de proyección, entonces la rutina diaria se apodera de nosotros.

En el caso de Bartimeo, el manto era una de las pocas posesiones que un mendigo podía tener y el costo de oportunidad de arrojarla era demasiado alto para su entendimiento humano. Esta piedra, esta capa, debe ser abandonada si se convierte en obstáculo para encontrarse con Jesús. 

Por ello, además de la persistencia, la fe de Bartimeo incluye la obediencia a la llamada de Jesús. Así, el gesto de arrojar el manto podría ser considerado como la expresión de una disposición interior. El “manto” era una prenda de vestir, exterior, amplia, pero sobre todo era su casa, su único techo para pasar la noche. Al abandonarlo, Bartimeo “se despoja de sus bienes” para “poseer una riqueza mejor y estable”.En este sentido, puede resultar pertinente la imagen utilizada por Pablo para hablar de la conversión: “Despojarse del hombre viejo, para revestirse de Cristo”. Una nueva identidad y un futuro promisorio.

¡Hagamos una pausa y saquemos la piedra de la zapatilla! No perdamos esas caminatas por la piedra de la decepción, del abuso, del resentimiento, de la pasividad. No perdamos el futuro que Dios nos tiene preparado por aferrarnos a una capa de mendigo. ¡No naciste para mendigar amor!