“Cuando ya no tenga fuerza
para seguir caminando,
cuando la tormenta no cese
y los vientos soplen fuerte
queriendo apagar el fuego,
mantenme en llamas.
Cuando mis ojos no sean capaz
de ver lo eterno,
ni encontrarse con los tuyos,
mostrame la luz, por favor,
mantenme en llamas.
Cuando el miedo quiera
venir a robarme la paz,
y las guerras dentro mío
parezcan nunca terminar,
mantenme encendido,
mantenme en llamas”.

Poema por Yamila A.

Todo el tiempo el enemigo trata de abrumarnos, sacarnos de eje y hacernos sentir insignificantes para llenarnos de temor y desenfocarnos de lo que Dios quiere. Pero estamos parados en esta etapa de nuestras vidas sabiendo que Dios tiene un propósito gigante con cada uno.

En el libro de Isaías, a partir del capítulo 60 el profeta nos va a hablar de lo que viene por delante, profetiza de la venida, del reinado de Jesús y de la restauración de todas las cosas. Habla de un cielo nuevo, de una tierra nueva, de la redención de todos los pueblos y de la bendición que recibirán las familias.

Isaías recibe los adelantos de lo que sucedería y sobre lo que viene, los últimos capítulos nos hablan de la profecía que nos dirige a un destino precioso de Dios donde Jesús viene a reinar con nosotros. Estamos en una lucha aprendiendo a gobernarnos a nosotros mismos, a controlar nuestro carácter, cada situación que vivimos en la vida tiene que ver con la persona que formamos en nosotros, con el carácter de Cristo.

Es una batalla continua, si Satanás tiene un momento para desenfocarnos lo va a hacer porque el empeño es quedarse con nuestras familias, matrimonios y llamado de nuestros hijos porque sabe lo que hay por delante, pues conoce la Palabra. Sabe que todo lo escrito se ha cumplido, se hace carne y es revelado para manifestar la derrota del infierno.

En la Palabra está el sustento en Isaías del capítulo 60 al 66, nos muestra cómo Jerusalén e Israel serán restauradas, cómo el Mesías volverá para reinar y cómo el pueblo de Dios reinará también. La venida del Salvador para reinar no es para que nos tire un salvavidas, sino que viene a buscar a una iglesia que está en medio de un mundo de caos pero que permanece en pie, pues ha desarrollado el carácter de Cristo dando pelea.

Isaías 62:1-12 (NTV)  Entendemos que somos parte de esta historia escrita en esta profecía. Este pasaje nos habla de nuestra propia historia como familias y como nación. La Palabra nos habla de amar el lugar donde vivimos, donde fuimos asignados, pues está la promesa de Dios. No son las circunstancias que marcan el tiempo de Dios para las familias, sino que es el deseo de conocerle, el hambre de saber más, de querer ver a Dios manifestarse con poder.

Las escrituras mencionan que sobre los muros de Jerusalén ha puesto guardas de día y noche para que oraran. 

El día es donde todo se ve, es el momento de mayor claridad y la noche es el espacio de mayor tensión, donde las oraciones no encuentran respuestas. Pero Dios nos menciona que de día y de noche debemos recordar las promesas. 

No negociemos nada al enemigo. Dios nos prometió que nuestros hogares serán antorchas, Dios nos llamó con un destino profético que se cumplirá, no nos rendiremos.  

Nosotros que amamos, que tenemos hambre de ver la gloria en nuestras ciudades y nación no debemos descansar, detenernos, ni dejar de insistir, de permanecer en su presencia, porque lo que hoy parece un diagnóstico desfavorable se revertirá en el nombre de Jesús. 

Las familias desoladas, abandonadas y en debilidad vendrán a ser fuertes, se levantarán en el nombre de Jesús. No debemos tener descanso hasta que la justicia de Dios resplandezca sobre el trabajo de nuestras manos, sobre nuestra ciudad.

Debemos ser familias entendidas que saben que sus hijos son flechas encendidas y parte de este remanente que, con lo poco, podemos bendecir vidas, familias, hogares y ser parte de algo grande. Gente que vio más allá, como Isaías, y que no se rindió para ver lo proyectado en Dios.

No vivimos de ilusiones futuras, vamos de gloria en gloria y de poder en poder enfrentando cada temor. El miedo es real, nos golpea y nos traspasa pero no proviene de Dios. 

Por eso nos paramos en la palabra declarando que permanecemos en pie aunque estemos rotos, parados en el muro de día y de noche sin dar descanso, hasta ver la gloria del Señor derramada sobre nuestros hogares y nuestros hijos. 

No seremos de los que se quedan a mitad de camino, sino que tenemos la siguiente promesa: la que es desolada será amada, la abandonada será como una esposa joven que abraza al Señor, esa es nuestra realidad. 

Fuimos llamados a vivir sin rendirnos hasta ver la justicia de Dios sobre nuestro hogar, sobre nuestra ciudad y sobre el ámbito en el que fuimos puestos para gobernar porque llegará ese tiempo donde Jesús venga y reinaremos por siempre y para siempre junto a él.

Que nuestra luz sea como una antorcha que está diseñada para que no se apague en la tormenta. No debemos conformarnos con la luz tenue de la mediocridad. No nos conformamos en vivir experiencias de vez en cuando. Isaías dice que no desechará la caña cascada, que no despreciará el pabilo que humea porque fuimos llamados a arder y a quemar. 

La antorcha siempre está lista, aunque seamos los únicos que quememos en nuestros hogares o trabajos, no dejemos de clamar, ni de insistir porque veremos el fruto de nuestra permanencia y estaremos en pie. El miedo vendrá una y mil veces a apoderarse de nuestro corazón, pero como sabemos que no viene de Dios nos dispondremos a dar pelea, a avanzar permitiendo que el Señor gobierne en nuestros corazones. 

No vendrán días más simples pero sí sabemos que la gloria de Dios va a ir en aumento, seremos renovados por la gloria y llenura del Espíritu Santo para ser ese faro de esperanza que alumbra en todo tiempo.