Miremos a las bandas nuevas como Dios las ve, no viendo el idioma, la calidad de audio…  sino el Jesús que habita en ellos.

Tal vez nunca me puse a pensar como hoy la cantidad de veces que escuché frases del tipo: “Todo tiempo pasado fue mejor”; “En el exterior se vive mejor” o “Es un show de una banda nacional, no internacional, acuérdate” . Inevitablemente esto me lleva a la famosa pregunta: “¿No es este el hijo del carpintero?” (Mateo 13:55-57). Tristemente esto trae uno de los errores más grandes que puede cometer el ser humano y es la comparación entre artistas.

Este tipo de pregunta me surgió viajando por varios rincones de este mundo en el cual me hablaban de artistas, escritores y músicos de mi país con admiración por el talento y administración sobre el que Dios les dio.  En ese momento el espíritu me permitió ver con ojos de eternidad, me permitió ver lo que no es como si fuese y poder abrazar a los músicos cristianos no por la expresión, o por una calidad aparente sino por el Cristo que habitaba en Ellos. Entendiendo que habitamos en un Cristo corporativo, en un eterno UNO, un cuerpo que expresa una misma vida, que camina por un mismo camino y que da gloria al único Dios.

Muchos cometemos el error de entender a Dios y sus regalos (cualquiera sea su forma de verlo) como si fuera una pizza, pongámonos a pensar:

Una pizza tiene 8 porciones y enfrente de esa pizza hay 8 personas, si una de esas personas en lugar de tomar 1 porción toma 2 ,obviamente, alguien se quedará sin porción, sin comida. Pero Dios no es una pizza que tiene porciones, Él es un río de agua viva que fluye para vida eterna (Juan 4:14). Dios no tiene un final, y como ocurrió con los panes y los peces , la multiplicación (que ahora es un pan espiritual) ocurre en cuanto se da al hambriento y necesitado.

Esto fue algo de lo que Martin Luther King dijo en aquel famoso discurso: “Tengo un sueño, que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no sean juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter”.

Jesús es el final del etnocentrismo y del orgullo, la marca del Reino no es el color ni la calidad de los videos, ni la frecuencia de subida en los portales de Internet y mucho menos es nuestro idioma, sino la fe en Cristo. 

Una vez le preguntaron a Warren Webster delante de 15 000 estudiantes: “¿Qué haría usted si su hija decidiera casarse con un paquistaní, mientras está ministrando allí?”. 

Su respuesta aún suena en mis oídos, y espero que este mensaje resuene en el de ustedes: “Mejor un cristiano pobre paquistaní, que un banquero norteamericano rico e incrédulo”. En otras palabras, lo importante es Cristo, no el color. ¡Jesús es el final de todo límite creado por el hombre!

Que nuestro arte exprese a Cristo

Entendemos que la obra si no la hace Dios no es obra, y que la gloria está no en simplemente un mejor audio o mejores videoclips, mucho menos en el país de origen, sino que la gloria de lo que hacemos está en que nuestro arte exprese a Cristo. Debemos aprender a abrazar al Cristo que mora en el otro y no a los seguidores que lo acompañan.

De todos los pueblos hizo uno y de ese una familia. En ella podemos encontrar la felicidad de entender que estar en unidad de Espíritu no es compartir escenarios, hacer feats, publicarnos en las redes, sino estando en Cristo que es el único Espíritu que da vida.

Los animo a ver a las bandas nuevas como Dios las ve. No miremos el idioma, ni la calidad de audio, ni la cantidad de gente que puede llevar a un evento, o cuánta reputación le puede dar a un ministerio,  sino el Jesús que habita en ellos por la fe expresada. ¡Miremos lo que no es, como si fuese!