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Nadie debería casarse sin haber encontrado antes plenitud en Cristo

Muchos han llegado al matrimonio con la motivación equivocada, buscando la tan anhelada felicidad. Sin embargo, al poco tiempo, descubren que no la han encontrado. Esto sucede porque existen necesidades en el corazón humano que solo Dios puede satisfacer. Ninguna persona puede llenar el vacío que deja la ausencia de Dios.

Por eso, quienes viven sin el Señor tienden a buscar en algo o en alguien la solución a esa carencia interior. Pero la verdadera felicidad no se encuentra en una relación humana, sino en la persona de Jesucristo viviendo en nosotros.

Un buen matrimonio puede suplir algunas necesidades, pero solo una relación personal con Dios, por medio de Jesús, puede satisfacer cada aspecto profundo del alma. Por eso, nadie debería casarse sin haber encontrado antes plenitud en Cristo. De lo contrario, depositarán esas expectativas en su pareja, lo cual traerá frustración, desgaste emocional e insatisfacción.

El error de esperar del cónyuge lo que solo Dios puede dar

Es imposible que el esposo o la esposa puedan suplir nuestras demandas de aceptación, paz y amor. Pretenderlo es colocar una carga pesada sobre la pareja que terminará deteriorando la relación. Solo Cristo merece estar en el centro de nuestras vidas. Pablo lo expresa claramente en Colosenses 3:15-17:

“Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo […] Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza […] Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús”.

Incluso la familia puede fallarnos, pero Dios siempre permanece fiel. Por eso, nada ni nadie debe ocupar el centro de nuestra existencia. Muchas personas han perdido el sentido de su vida al perder a quien consideraban el “amor de su vida”. Pero todo lo que podamos obtener en la Tierra debe ser solo un complemento.

Solo Cristo puede saciar la sed del alma

Debemos renunciar hoy mismo al error de creer que una persona puede darnos plena satisfacción. Cristo debe ocupar ese lugar. Cuando Él está en el centro, todo lo demás se vuelve añadidura. No me caso para ser feliz: soy feliz en Cristo y desde ahí puedo amar. Como dijo Jesús:

“De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva” (Juan 7:38).

Muchos entran al matrimonio con falsas expectativas y eso los lleva a la frustración. No se trata de restaurar la relación para luego ser felices, sino de tomar la decisión de ser felices más allá de las circunstancias. Frases como “sin ti me muero” o “no sé vivir sin vos” no construyen amor, sino dependencia emocional.

Solo Cristo puede ser la razón de nuestra felicidad: “No amen al mundo ni nada de lo que hay en él […]” (1 Juan 2:15).

La clave está en una transformación personal

No somos medias personas buscando una mitad. Somos individuos completos en Cristo, y desde allí podemos construir relaciones sanas. Para mejorar el matrimonio, primero debemos permitir que Dios transforme nuestro interior.

La felicidad no depende de las circunstancias, sino de las actitudes correctas, las cuales tenemos el poder de elegir.

Cuando no permitimos que Dios supla nuestras necesidades, buscamos que otros lo hagan, como le ocurrió a la mujer samaritana. Jesús le dijo:

“Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás…” (Juan 4:13-14).

En el corazón de cada persona hay un vacío con la forma de Dios. Solo Cristo puede llenarlo.

Redacción
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