En medio de la angustia el Señor me dio paz y pude cumplir con su pedido: “Canta para mí”.

Mi esposo, Diego, y yo somos argentinos. En el año 1998, cuando éramos muy jóvenes, recibimos el claro llamado del Señor a las misiones, específicamente de servir al pueblo chino. Finalmente, en el año 2006 llegamos a la ciudad de Hong Kong con nuestro primer hijo, Agustín, de tan solo 10 meses. Muy pronto cumpliremos quince años desde que nos establecimos en esta tierra, que hoy llamamos “hogar,” donde Dios completó nuestra familia con la llegada de nuestro segundo hijo, Julián, hace once años atrás.

En todo este tiempo hemos podido experimentar la fidelidad y el cuidado de Dios aún en medio de grandes tormentas y adversidades.

Durante el verano de ese año, Diego y yo habíamos trabajado muchísimo en la organización del Campamento Gateway, un campamento de verano que reunía anualmente más de mil participantes de diferentes partes del mundo, principalmente de China y Hong Kong. 

Fue maravilloso lo que Dios hizo en la vida de cientos de niños, jóvenes y adultos asiáticos y de otras naciones durante ese encuentro y los viajes misioneros que se realizaron finalizado el evento. Mi esposo y yo culminamos aquella jornada muy felices, pero también muy cansados. 

Al finalizar el campamento, Diego llevó a Agustín (4 años) a un viaje misionero en bicicleta a un país vecino. Como Julián era muy chiquito (3 meses) nos quedamos en casa a descasar. Al día siguiente, Julián comenzó a tener fiebre muy alta.  Decidí llevarlo a una clínica cerca de mi casa, y el doctor me dijo que el bebé podría haber contraído Swine Flu. 

Diego y Agustín regresaron cuatro días después, y decidimos llevar a Julián al hospital para que le realizaran el test, que dio positivo. Nuestro bebé estuvo internado en el hospital durante siete días en una sala con extremas medidas de aislamiento. Los doctores no estaban muy seguros de cómo tratar el virus en un cuerpito tan pequeño.

Recuerdo que una tarde en el hospital estaba muy agotada física y emocionalmente, y de pronto escuché al Señor diciéndome: “Canta para mí”. Miré a mi bebé tan afiebrado debido al virus que tenía en su pequeño cuerpito, y pensé, “¿Cómo podría cantar en este momento?”. Mi voz estaba quebrada, lágrimas corrían por mis mejillas, me costaba cantar, era como quebrar un duro frasco de perfume y dejar que el olor fragante de la adoración llegara al corazón de Dios. 

De pronto, su Presencia invadió aquella habitación y su maravillosa paz me inundó. A partir de aquel momento entregué a mi bebé por completo en las manos de Jesús. Dios protegió la vida de Julián, el virus nunca comprometió sus pulmones ni corrió ningún riesgo.

Sé que muchas personas alrededor del mundo han vivido y están viviendo lo que yo experimenté hace doce años atrás con la enfermedad de Julián.

Es muy difícil y doloroso ver a un ser querido atravesar la enfermedad. Pero en medio del dolor, podemos elevar nuestros rostros al cielo y levantar nuestras manos en señal de adoración, sabiendo que hay un Dios, todopoderoso, que puede inundar nuestro corazón con esa paz que sobrepasa todo entendiendo, y que tiene autoridad sobre toda enfermedad.

Andrea Servant, pastora y misionera de Argentina.Involucrada en misiones a tiempo completo desde el 2004 junto a su familia. Andrea está casada con Diego; tienen dos hijos, Agustín (15) y Julián (11). Ella junto su familia están establecidos en Hong Kong desde el 2006 y junto con su esposo, están sirviendo como directores de la base de JUCUM Gateway. Andrea también ama enseñar y predicar.

Juventud Con Una Misión es una comunidad misionera de cristianos provenientes de diferentes trasfondos, culturas y tradiciones cristianas, dedicados a servir a Jesús alrededor del mundo. Servimos principalmente de tres maneras: a través del entrenamiento, la proclamación del Evangelio y al preocuparnos por aquellos en necesidad. Actualmente trabajamos en más de 1,200 lugares en alrededor de 180 países.