Todos los que estamos en este bendito planeta hemos hecho algún acto de injusticia contra otro. La misma Biblia lo declara, «no hay nadie bueno», todos hemos pecado y hemos dañado. De igual manera, todos hemos recibido el daño del otro sin merecerlo. El punto de este artículo es: ¿qué hacemos con la ofensa recibida?

Bueno, seguramente haya muchas respuestas a esta pregunta. Pero la idea es que este cuestionamiento no sea para ser contestado sino para detenernos en oración y que nos preguntemos dónde fueron a parar todas las veces que alguien nos lastimó. ¿En qué cajón del alma archivamos cada lastimadura, traición, mentiras o malas palabras hacia nosotros?

                  “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros  
                                       hemos perdonado a nuestros deudores” (Mateo 6:12).

El Padre tiene un anhelo y es que podamos perdonar a otros, así como Dios ha sido generoso con nosotros. Es un ciclo de retroalimentación que sucede cuando nos paramos en la cruz y contemplamos un amor tan magnífico, una gracia tan sublime y abarcativa, como un océano sin fin, en el que mis ofensas y la de mis hermanos o enemigos están pagadas con cada gota de la sangre de Jesucristo.

«El sello de un hijo de Dios no es el poder para hacer milagros, sino el poder que tiene en soltar misericordia donde otro aplicaría venganza».

LA CORRIENTE

Brennan Manning en el libro “El abrazo de Abba” logra explicar que “la prueba principal del cristiano que experimentó el perdón insufrible de Dios y su paciencia infinita, es que pueda perdonar y tener paciencia con los demás. Por más que posea otros dones, esta señal que le otorgó Jesús marca que su vida está en el Espíritu”.

“Ustedes han oído que se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia
a tu enemigo’. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren
por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre
que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos
y buenos, y que llueva sobre justos e injustos” (Mateo 5)

Porque, si cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él mediante la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, habiendo sido reconciliados, seremos salvados por su vida! (Romanos 5:10)

A veces buscamos que nos hagan justicia cuando alguien nos ofende, pero soltar perdón inmerecido es un acto de justicia. Así como recibimos un perdón que no merecíamos, también damos de lo que recibimos.

No importa cuántos dones ni cuanta revelación, dinero, milagros o testimonios tengamos, o si liberamos personas y echamos fuera demonios ni si profetizamos acertadamente el porvenir. La característica número uno en un hijo que nació de nuevo es que éste replica la misericordia de Cristo aún con los que “son un caso perdido”, con aquellos que se rotulan enemigos acérrimos de nuestra persona, con los difíciles de amar o con aquellos que nos injurian sin motivo alguno.

“Muchas personas necesitan un milagro, pero todos necesitamos ser amados y perdonados”.

LA CORRIENTE

No hay denominaciones eclesiásticas para la misericordia, el perdón ni el amor. Es algo que trasciende más allá de nuestras paredes los fines de semana. Muchos quieren ser sanados, varios necesitan un milagro financiero, otros tantos buscan restaurar su familia, etc, pero todos necesitamos ser amados y perdonados. Seamos los brazos extendidos de nuestro Abba Padre, expresando la Gracia Sublime en Cristo y abrazando a todos que vuelven llenos de lodo y con el olor rancio del rencor, la culpa y la frustración. Efesios 4.32

Señor, libérame de las
personas que se creen superiores.
Libérame de las personas
que piensan que te conocen
mejor que ninguna otra.
Que piensan que solo ellas
pueden comprender tus maneras.
Que piensan que solo ellas
pueden interpretar tu Palabra,
que lloran y aprietan los dientes
por los pecados del mundo,
pero que no pueden ver los propios.
Que instan a los demás a la mansedumbre
y a la humildad,
pero que no siguen su propio consejo.
Que hablan mucho sobre caridad,
pero que no la practican.
Que predican la misericordia
y la compasión, pero no lo demuestran.
Que insisten con que ellos solos
poseen la llave que destraba la puerta de tu Reino.
Que insisten con que únicamente ellos
encontraron el camino seguro para seguirte.
Señor, líbrame de mí mismo.
Yo también soy uno de ellos.

Oración de Sue Garmon