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Los peligros de la raíz de amargura

«Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas».

Hebreos 12:14-17 (RV60)

Cuando Jesús nos habla de vida abundante, se refiere a una vida absolutamente positiva, que tiene una fe real y determinada en Dios, que sabe que a los que aman a Dios, todo les ayudará para bien. Además, está hablando de una vida de fe, porque el justo por la fe vivirá o sea, no hay lugar para la amargura, sino para una vida escondida en Dios, que se mantiene confiada en el buen Pastor que ha dado su vida por sus ovejas.

Pero la raíz de amargura habla de algo profundo, que se anida en la persona y la domina para mal. La raíz de amargura es algo espiritual que nos vuelve negativos, aun siendo creyentes en Cristo. Por esto es un pecado sutil que hay erradicar para que no nos termine destruyendo, junto con nuestro entorno.

Cuando habla de Esaú es muy interesante, pues alude a alguien que rechazó de plano la bendición de Dios sobre su vida. Y es precisamente una de las consecuencias de la amargura en un cristiano. Se pone tan negativo y enojado que termina vendiendo a Jacob la bendición de la primogenitura. Y lo que agrega aquí es que hay decisiones que no se pueden revertir. Aun lo procura con lágrimas, pero la bendición ya no vuelve.

En el contexto de la carta a los Hebreos, podemos decir que la amargura puede venir por la injusticia de la persecución por el solo hecho de creer en Cristo. Y este tipo de injusticias terrenales me recuerda a Juan el Bautista, quien al transcurrir las horas en la cárcel y ante la inminente ejecución, se desespera y se olvida la revelación que había tenido del Salvador del mundo. Cuántos cristianos abandonan la vida espiritual por dejar crecer una raíz de amargura. Por esto, veamos cuatro advertencias que el Espíritu Santo nos hace en esta carta:

1) No ser descuidados (Hebreos 2:1-4)

La diligencia sería estar enfocado y en acción, dándole la importancia que se merece. La exhortación es que no descuidemos, por las aflicciones de la vida, lo que es más importante: la salvación y la vida eterna. Porque esta es la razón por la que algunos lentamente se van deslizando y caen.

Recordemos entonces la vida de Esaú. Él no le dio importancia al don que había recibido. Algo similar lo podemos ver en el caso de Sansón, que fue absolutamente negligente en cuanto a la presencia del Espíritu Santo. Cuando al pecado sexual se le agregó la indolencia, ya no hubo vuelta atrás.

Tenemos en nuestras manos una salvación muy grande, pues es grande El que la logró y fue grande el sacrificio que le costó. Entonces, la negligencia llevará a la condenación, como les ocurrió a los ángeles. Así que la condenación de los poderosos ángeles sea para nosotros una dura advertencia.

Además, cuando intervienen milagros, prodigios y señales sobrenaturales entonces es más responsabilidad, y eso nos será demandado (Mateo 11:23). Así le pasó a Capernaúm, y le pasa a la iglesia que camina en el poder del Espíritu. Necesitamos milagros, pero estos nos exigen una actitud de responsabilidad para con el Reino de Dios.

2) No ser duros (Hebreos 3:1,7-12)

El Espíritu de Dios nos exhorta a escuchar y obedecer, a no ser como Saúl, que es una manera muy común de no prestar atención a lo que se escucha. Saúl endureció su corazón y pensó que no iba a haber problemas. Creyó que, de alguna manera, iba a librarse de las consecuencias. Esto es lo que distingue a cristianos que marcan la diferencia y aquellos que quedan por el camino. Por esto Pablo dijo:

… oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial…” (Hechos 26:19, RV60).

El apóstol Pablo podría haber dejado pasar el llamado celestial, pero fue obediente y, asimismo, hoy estamos recibiendo los beneficios de su obediencia.

Guillermo Decena

Al mismo Señor y Salvador Jesucristo, Dios lo exaltó hasta lo sumo porque fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:8).

Sin duda que la fe viene por el oír, y el oír de la Palabra de Dios. Pero el sentido de oír significa prestar atención y tomar la decisión de obedecer (Romanos 10:17). Allí se genera la fe. No es un acto mágico, que de tanto oír va a venir la fe, sino que va de la mano de la obediencia de la Palabra.

Cuando recibimos positivamente la Palabra de Dios y nos lleva a una acción, allí mismo está la posibilidad del milagro, interior o exterior.

Se calcula que el 99,44 % de las informaciones que recibimos son inútiles e improductivas. Seamos, entonces, sabios respecto a lo que estamos escuchando, porque “lo bueno es enemigo de lo mejor”.

3) Madurar de una vez (Hebreos 5:11-14)

Lo que puede producir en uno la amargura por el sufrimiento de la vida es, tal vez, no apartarse, pero permitirse licencias espirituales que terminan estancándole en el crecimiento espiritual, y el resultado es ser un eterno niño que no está para comida sólida. Más que leche Dios no le puede dar. Así que está detenido en el tiempo, pero tiene una excelente justificación: “Dios sabe todas las cosas”. Esta es una de sus frases predilectas, pensando que el Señor le entiende que al haber sufrido mucho, no le va exigir demasiado.

El apóstol Pablo habla de la Iglesia creciendo, en Efesios 4:14-15. Fíjese que la persona amargada raramente se involucra, dice: “Claro, estos no me entienden, solo Dios me entiende”; “Ellos porque tienen dinero, no tienen problemas como yo.”, etc., etc.

“Tardos para oír” significa “perezosos”, pero, claro, como ha sufrido en la vida, hay amargura en el corazón y entonces hay una buena razón para la pereza espiritual.

Pero lo más probable es que no siempre haya sido así, sino que con el tiempo y por la raíz de amargura se volviera de esta forma. Por esto el Señor nos manda a arrepentirnos si perdimos el primer amor (Apocalipsis 2:4-5), ya que es un pecado muy común: empezar bien y terminar mal.

4) Firmes hasta el final (Hebreos 10:23-29)

Es bueno saber que los ganadores son los que terminan la carrera de fe, no tanto los que comienzan. Así que entendamos que la amargura puede ser una piedra importante en el camino, que debemos echar fuera de nuestro corazón. Por ello dice el apóstol Pablo:

“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses, 4:8 RVR60).

Por esto los pensamientos del creyente deben ser positivos y de fe; victoriosos siempre, y no dejarnos abatir por las tormentas de la vida. Las dificultades estarán, pero la cuestión es que el enemigo no pueda clavar una cuña de amargura en nuestro interior.

La palabra es clara: somos parte de un pueblo y familia, debemos estimularnos para seguir adelante amando y trabajando para el Reino de nuestro Dios.

Uno de los peligros de la raíz de amargura es el dejar de congregarnos, perdiendo de vista que no somos llamados a entrar solos en el cielo. Somos un Pueblo apartado por Dios para vivir por la eternidad con el Creador. Así que desechemos ese espíritu de amargura, pues lo primero que querrá hacer es que dejemos de congregarnos, como algunos acostumbran.

Y, finalmente, la amargura nos lleva a justificar el pecado sabiendo ya lo que estamos haciendo, valiéndonos de alguna clase de victimización. Esta es una trampa del infierno que nos puede llevar a la perdición eterna. Seamos sabios, entonces, pues nuestro amoroso Salvador nos amó tanto que sufrió hasta la muerte por nosotros, de manera que debemos vencer la trampa mental de la amargura y la victimización. Dios nos ayudará, seamos sabios.

Guillermo Decena
Guillermo Decena
Fundador del Centro Familiar Cristiano, ubicado en Eldorado, (Mnes., Argentina). Ministerio que lidera, junto a su esposa Graciela, desde 1997, con más de diez sedes en distintas ciudades. Autor de libros como La Determinación y El Poder de los 40 días.

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