Está comprobado científicamente que los seres humanos somos seres sociales y de contacto. Por eso, sin duda, debemos admitir que lo virtual no remplaza lo presencial. Poseemos la necesidad de conectarnos físicamente con los demás, esto produce en nosotros múltiples ventajas, estimula nuestras endorfinas, nos hace sentir bien. Recibir calidez de esta forma es irremplazable.
Partiendo de esto, no podemos dejar de decir que cuando hablamos de adaptarnos a esta “nueva normalidad” decimos que parte de esto nos lleva a reflexionar sobre el valor de la presencia como tal, del abrazo, de la caricia. Gracias a Dios y a su sabiduría, el hombre es un ser que tiene en su gen el poder de adaptarse desde su inicio en el mundo.
si hay algo que podemos salvar como beneficio durante la actual pandemia es la capacidad de readaptarnos y reinventarnos.
Hay etapas en la vida en la que si no nos reinventamos y cambiamos, morimos, así de fuerte así de simple. Es por ello por lo que a nivel ministerial y espiritual esta nos obliga a repensarnos, nos “sacude” a innovar y redescubrirnos, nos deconstruye para construir.
La iglesia como comunidad tuvo que comenzar a implementar el uso de tecnología al cien por ciento en sus actividades cotidianas, lo que es un constante desafío en relación a la ejecución de estrategias que se adapten, primero a la satisfacción de necesidad de la comunidad y segundo, la creatividad para sus actividades. Estamos en una constante exploración de cómo hacerlo.
Cristo no cambia, los tiempos sí
Contener y acompañar desde el mundo virtual sigue siendo un reto que de a poco lo vamos aprendiendo. Hoy, en este presente, nos encontramos y experimentamos que amar y abrazar puede resignificarse a través de otra manera, tal vez desde las teclas de una computadora y desde nuestro uso común del celular, de la pantalla en una video llamada, de un mensaje de audio a través de aplicaciones.
La tecnología tiene múltiples ventajas y es cuestión de descubrirlas. Gracias a ella hoy podemos llegar a muchos hogares que tal vez antes no, nos toca exprimir su potencial. Mostrar a Jesús desde este presente nos invita a sumergirnos por completo en su uso desde nuestras redes personales, aplicaciones diarias, etc. El mensaje sigue siendo el mismo, los que cambiamos somos nosotros en la forma de llevarlo.
Es inevitable exponer que el aislamiento y el exceso de virtualidad tiene sus repercusiones negativas que tal vez nunca se han puesto en común en nuestras comunidades, como la aparición de patologías psicológicas, depresión, ansiedad, esto nos abre un campo nuevo que, tal vez, como iglesia teníamos un poco descuidado.
Por otra parte, y no menor, la iglesia está comprendiendo que estamos para más, y que si bien necesitamos vivir en comunidad bajo una estructura edilicia, debemos dejar de ser “templo-dependientes”, entendiendo que mi relación con Jesús depende, al fin y al cabo, de mí y de la relación con el otro, en lo cotidiano por medio de una comunidad, la cual hoy se está reestructurando.
Antes de finalizar, me atrevo a decir que los grandes avivamientos comenzaron con un sacudón, un terremoto, una acción que nos destroza y nos permite rearmarnos. La pandemia vino a enseñarnos a reaprender el cristianismo, a poder tener la humildad suficiente de aceptar que tal vez las formas que antes teníamos hoy caducaron y que urge una transformación.
El modo en que vivíamos a Jesús hoy necesita una actualización, un reinicio.
Cristo no cambia, los tiempos sí, y esta gran “nueva normalidad” nos invita a hacer un “inside” sobre la esencia de nuestra espiritualidad y la de nuestra comunidad de fe. ¿Qué es lo que verdaderamente importa? ¿Sobre qué está realmente sostenida nuestra fe? ¿Será que tal vez es hora de entender por completo que debemos potenciar la calidad de las relaciones con el prójimo, esencia del cristianismo?
¿Si el abrazo, la caricia, la palabra de aliento tiene un poder invaluable?… No sé, hay mucho por pensar y debatir, de lo que sí estoy seguro es que no tenemos excusas. Tenemos la oportunidad de apagarnos por completo y morir o lanzarnos a prender una nueva llama, pero de las que generan una explosión masiva, de la necesaria para empezar de cero. Tomo como ejemplo la famosa e inigualable águila que es nombrada varias veces en la Biblia. Ella tiene solamente dos alternativas en su vida: morir o enfrentar su doloroso proceso de renovación, y ese es nuestro desafío. Que nuestra oración hoy sea como la del salmista “Colma Dios nuestra vida de bien y rejuvenécenos como las águilas” (Salmos 103:5).