Admiro la vida del apóstol Pablo, un hombre que fue transformado de verdad. Una persona que sabía lo que era dejarlo todo por Cristo. Lo estimó todo por basura una y otra vez con el fin de conocerlo: “Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo…” (Filipenses 3:8).
Hoy quiero reflexionar desde qué lugar o posición oímos al Señor. Nos encontramos en una corriente diaria de conocer y oír de una forma tan superficial, que muchas veces decimos cosas que Dios jamás dijo: son nuestros propios sentimientos y deseos los que nos impulsan a oír lo que queremos escuchar.
Es verdad que Dios nos habla diariamente, pero necesitamos afinar la sintonía para oír, como lo hizo Pablo. En varias de sus cartas se define como siervo de Jesucristo. La palabra “siervo” deriva del griego doulos, y según Thayer significa ser esclavo, un hombre de condición servil (metafóricamente) que se entrega a la voluntad de otro.
Según este autor, los siervos son aquellos cuyo servicio es usado por Cristo para extender y avanzar su causa entre los hombres; son quienes, al estar dedicados a otros, desprecian sus propios intereses… son sirvientes, asistentes. ¿Cómo oye un asistente? ¿Cómo oye un esclavo? ¿Cómo oye alguien que está dedicado a otros y desprecia sus propios intereses? ¿Estamos oyendo como esclavos?
Es posible que nuestra mentalidad, condicionada por el siglo en que vivimos, no nos permita pensar como un esclavo en la antigüedad ni tomar dimensión de lo que significaba serlo. Ser esclavo implica estar al servicio del amo. Únicamente desde esa posición, entregados completamente al Señor, y con la ayuda del Espíritu Santo, podremos distinguir claramente su voz para poder accionar posteriormente.
Es fácil pedirle a Dios que bendiga nuestros planes. Pero lo que realmente necesitamos es rendir nuestra voluntad a su voluntad, y así permitir (como un esclavo lo haría) que Él sea quien diga los planes para simplemente obedecer. El propósito de Dios debe gobernar nuestro propósito. Sus planes, mayores que los nuestros, deben ser nuestros planes. Nunca debemos salir de esa actitud, aunque disfrutemos nuestra identidad de hijos.
“Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, apartado para anunciar el evangelio de Dios” .
(ROMANOS 1:1)
¿Qué Evangelio predicamos? ¿Qué Evangelio enseñamos?
¿Pretendemos los beneficios de la resurrección sin pasar por la cruz? ¿Oímos bien u oímos conforme a lo que queremos oír? ¿Desde qué posición estamos obedeciendo? ¿Desde la identidad de hijos y con actitud de siervos? ¿Somos hijos maduros o hijos inmaduros y caprichosos que solo queremos obedecer lo que nos gusta?
Durante muchos años formé parte de una iglesia pendular, arrastrada por diferentes movimientos (vientos y doctrinas, según Pablo). Pasamos por varios estadios de mucho movimiento, actividad y servicio… en muchos casos de poca vida espiritual. Después de esta experiencia, creo, vivimos el otro extremo: nos volvimos casi místicos y cantamos canciones románticas de amor al Padre.
Esto último hizo que, estando tanto tiempo con Él afirmando la identidad de hijos, olvidáramos la importancia de servir… Y nos hemos olvidado de que no hay nada más complaciente que ser hijo con corazón de siervo. Sin embargo, creo que hemos llegado a un punto importante en todo este proceso: una identidad clara nos lleva a una obediencia inmediata y termina en servicio correcto.
Pablo, en su carta a los filipenses, comienza de esta forma: “Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús…” (Filipenses 1:1). Nuevamente, el apóstol se presenta como siervo de Cristo Jesús, ahora ya no solo, sino que incluye a Timoteo.
Pablo había discipulado a Timoteo (incluso lo llama hijo), y esta vida presa en Cristo marcó tanto la vida de su discípulo que ahora el apóstol lo incluye en esta declaración. Pablo estaba preso en Roma, pero él no se consideraba preso de los hombres, decía clara y abiertamente que era preso de Cristo Jesús. Otra vez esta declaración tan poderosa. ¡Qué ejemplo nos deja!, ¿no?
Sin embargo, no me quiero quedar solo con Pablo, quiero ir más allá. Veamos la actitud de Aquél por quien el apóstol tenía todo por basura con el fin de conocerlo: Cristo Jesús. Pablo no caminó junto a Jesús. Ni compartió días y noches a su lado, no disfrutó de sus conversaciones, de sus abrazos ni de sus enseñanzas estando en la Tierra.
No valoró a aquel Verbo que se hizo carne caminando por las calles de Nazaret, Galilea, Jerusalén, etc. No obstante, camino a Damasco, en busca de los discípulos del Señor, le ocurre algo: tiene un encuentro tan fuerte con Cristo que lo deja ciego, y anula todos sus planes, ideas y proyectos. Pablo queda expuesto sin poder hacer nada, Jesús lo deja listo para oír… (Leer Hechos 9:1,3-6).
A partir de esto, el apóstol ya no fue el mismo, ¡hasta su nombre cambió! Este hombre, luego de que el Señor se le revelara, es transformado radicalmente. Se arrepintió de perseguir a los discípulos, ¡y ahora es preso de Cristo Jesús!. Aprendió a oírlo: “¡Instrumento útil eres! —le dijo el Señor—. De perseguidor a perseguido…”.
Después de ser enseñado por Cristo, Pablo exhorta a los filipenses a tener la actitud que tuvo Jesús, quien siendo el más grande se hizo pequeño, el más pequeño, al tomar forma de siervo… (Leer Filipenses 2:5-11).
Sin duda tenemos dos ejemplos de humildad y servicio. Los animo a que en los próximos días y años podamos permanecer en esta actitud: ser hijos obedientes con actitud de siervos, preparados para hacer lo que el Señor diga, escuchándolo desde ese lugar que nunca debíamos haber dejado.