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Llamados a producir

Si te acercas a una planta de limón que aún es pequeña y hace poco fue plantada, y vas a buscar su fruto, no lo vas a encontrar. Pero si miras detenidamente a la planta, la verás en su mejor momento; aun así, no vas a encontrar limones. De todas maneras, déjame decirte, la planta está en su perfecto estado presente. 

Si la visitas luego de unos días con el deseo de encontrar limones, hallarás solamente unos brotes en sus extremidades. Con mayor observación, te darás cuenta de que, aunque no esté el fruto final, está en su proceso y en su estado perfecto. 

Si regresas luego de un tiempo, descubrirás que en sus extremidades hay una pequeña flor; aún no habrá limones, pero su estado de proceso sigue siendo perfecto. 

Si vuelves pasado un buen tiempo, ahora sí, verás unos pequeños limones muy verdes, aunque aún no preparados para su fin, pero están en su estado perfecto. Al visitar la planta unos días después, entonces y solo entonces, encontrarás, finalmente, esos limones listos para ser usados en su estado ideal. 

Dale el lugar, tiempo y oportunidad al Espíritu Santo para que trabaje sobre tu vida a fin de que el fruto llegue a su fin y pueda ser de utilidad para alimentar a otros. No te frustres. Aun cuando hoy no veas el resultado final de su santificación, el Espíritu Santo te está manteniendo en el estado perfecto del proceso que te llevará a la medida del Cristo perfecto.

Tal fue el consejo de un hombre anciano llamado Trentino a un niño de apenas 11 años que quería agradar a Dios en todo, pero en sus propias fuerzas. Nunca voy a olvidar esas palabras. 

Ahora, entendiendo el proceso de la planta, cuando uno observa su fruto, comprende que ese fruto es la expresión final de la planta. Una hermosa planta que no llega a su final, que no da su fruto, se considera una planta infructuosa. Por más bella y hermosa que sea, su propósito no se cumple; por lo tanto, llevará el triste apellido de un árbol malo, o una planta inútil. 

El fruto es el resultado del proceso interior de una planta. La raíz absorbe los minerales desde la tierra y los convierte en una savia que corre por sus venas hasta sus extremidades, manteniendo la vida de la planta. Esa savia lleva el mensaje de producción, de propósito. 

La planta, al crecer, sufre deformaciones, se esfuerza, se dilata, se estira, pierde sus hojas según la estación, parece estar seca en algún momento; con todo, su interior está intacto, está perfecto, está viva; pero su victoria o su propósito serán cumplidos cuando sienta ese peso de su fruto meciendo sus ramas. 

Si trasladamos esto a la vida espiritual, por lo general, no queremos pasar por los diferentes procesos, pero sí anhelamos disfrutar el fruto. Dios nos creó para que llevemos fruto, y mucho. Pero este viene después de ese proceso de crecimiento, de esfuerzo, de estiramiento, de hojas caídas, de lluvias, de sol y algunos insectos que invaden el árbol. 

No queremos pasar por esas temporadas e incomodidades, y nuestra oración parece elevarse para abortar el proceso que dará a luz al fruto que Dios anhela de nosotros.

“Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia” ‭‭(Santiago‬ ‭1‬:‭2‬-‭3).‬ 

Y a veces, en la desesperación de no querer pasar por esos momentos difíciles, solemos orar hasta incorrectamente. 

¿Qué es lo que nos está sucediendo? ¿Es una obra del enemigo? ¿Del infierno? 

No entendemos, en ocasiones, que esas pruebas o esos procesos son los que Dios permite para que se produzcan en nuestras vidas esos frutos que Él busca. 

Si nos detenemos a meditar en los frutos del Espíritu, observaremos que cada uno de ellos son directamente proporcionales a nuestras reacciones en las pruebas o dificultades de la vida. En las diferentes situaciones que enfrentamos, cuando son sacudidos nuestros cimientos, acostumbramos perder el gozo, la paz, la paciencia, la templanza, la bondad, la fe, el amor, etc. Son justamente los resultados esperados por Dios en nuestras vidas. 

Entonces, ¿cómo logramos que eso suceda? Quizás deberíamos cambiar nuestra manera de pensar cuando nos acontecen estas cosas. Quizás deberíamos pensar qué es lo que Dios me quiere enseñar con respecto a esto. ¿Cuál es el fruto que Dios quiere que muestre a través de esta situación? 

Si nuestra oración es que Dios quite el problema, y Él lo hace, se aborta el proceso por el cual se produce el fruto final. Ese fruto no solo bendice mi vida, sino también la vida de otros. 

Si Dios quita el problema, seguro me sentiré satisfecho, pero seré infructuoso, y no servirá para bendecir a otros, ni edificará el Cuerpo. Quizás deberíamos cambiar nuestra manera de pensar y hasta nuestra manera de orar.

Claro que en el momento de las pruebas y la desesperación, el deseo de no pasar por esas situaciones se apodera de nosotros. El anhelo de no estar en el “valle de la sombra y de muerte” se hace fuerte, pero deberíamos saber que aun en ese valle, su vara y su cayado nos infundirán aliento y que estamos junto a corrientes de aguas y deliciosos pastos.

Solo debemos cambiar nuestra manera de pensar y entender que Dios está en cada detalle de nuestra vida.

No abortemos el proceso. No huyamos. Permanezcamos en Él, confiados de que el resultado será beneficioso para nosotros y para otros, expresando así la vida de Cristo en nosotros y mostrando su carácter: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. 

Marcelo Ingrao
Marcelo Ingrao
Forma parte del equipo de editores de La Corriente.

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