Una excesiva minuciosidad a costa de la salud mental es capaz de arruinar tu vida. Descubrí por qué es un problema y cómo librarte del perfeccionismo.
Está muy bien apuntar a la excelencia en lo que hacemos, es decir, tratar de hacer las cosas de la mejor manera posible con los recursos que tenemos. Pero no debemos confundirnos, apuntar a la excelencia no es lo mismo que aspirar a la perfección. Para entenderlo mejor podemos pensar en el ejercicio del tiro al blanco. El tirador siempre va a apuntar a darle al centro, pero de acuerdo a su experiencia, la calidad y el estado del arma que utiliza y las condiciones climáticas, el tiro se va a aproximar más o menos al centro. Aunque siempre va a tratar de dar lo mejor de sí en las condiciones en las que se encuentra, no siempre va a acertar perfectamente en el blanco.
Frente a esto hay dos distorsiones en las que podemos caer:
- Teniendo la posibilidad de hacer las cosas de una mejor manera con los recursos que tenemos, sólo hacemos lo suficiente como para “zafar” la situación. Es decir, nos inclinamos hacia el lado de la mediocridad.
- En nuestra mente creemos que apuntar a la excelencia es exactamente lo mismo que perfección. Por lo tanto, no hay margen de error. Es entonces que caemos en la trampa del perfeccionismo.
En esto último quiero que nos detengamos a reflexionar.
La persona perfeccionista no concibe como satisfactorio nada menos que perfecto, por lo tanto, si algo no sale al 100 % de lo planeado, considera que lo logrado es casi un fracaso. Esto produce varios efectos en la persona:
- La necesidad de tener el control sobre todo, de saber y estar completamente segura de todo lo que hay que hacer para iniciar cualquier proyecto.
- Miedo a fallar o equivocarse.
- Ansiedad, temor a “no dar con la talla”.
- Demasiada exigencia sobre sí misma y sobre los demás.
Todos estos efectos conducen a una conducta que se caracteriza generalmente por la procrastinación, es decir, aplazar constantemente la toma de decisiones o acciones. Como en general no se puede tener el control de todo, ni se dan todas las condiciones ideales, entonces nunca se llega a dar el paso de comenzar algo, o se trata de mejorar de manera indefinida, sin llegar a una concreción final del asunto.
Hay un pasaje de la Biblia que lo explica muy bien: “El agricultor que espera el clima perfecto nunca siembra; si contempla cada nube, nunca cosecha”, Eclesiastés 11:4 NTV.
Ese temor a equivocarse o a no estar a la altura de la circunstancia, les lleva a convencerse de que lo mejor es no hacer nada o esperar a que se den las condiciones ideales.
Incluso si logra vencer todos estos obstáculos y lanzarse a algún proyecto, si no sale todo según sus expectativas (que es lo más probable) no puede disfrutar del proceso, ni del resultado, lo que es emocionalmente agotador, porque se siente como si “siempre faltaran 5 para el peso”, una constante insatisfacción, y continuamente se hace foco en lo que salió mal o distinto a lo esperado, el famoso “ver el punto negro en la hoja en blanco”.
Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. El perfeccionismo nos detiene, nos impide avanzar y desarrollar nuestro potencial. Por eso necesitamos y podemos ser libres de esta trampa.
Para que sean transformadas nuestras estructuras de pensamiento que nos limitan, Dios nos llena de palabras de ánimo y consejos a lo largo de la Biblia. En el mismo capítulo de Eclesiastés, nos impulsa a la acción, a intentar siempre: “Siembra tu semilla por la mañana, y por la tarde no dejes de trabajar porque no sabes si la ganancia vendrá de una actividad o de la otra, o quizás de ambas”, Eclesiastés 11:6 NTV.
En lugar de mirar el clima y las nubes, mirá tu semilla. Es decir, en vez de fijarte en lo que no se puede, en lo que no se da, enfocate en lo que sí hay, lo que ya está disponible y activalo, intentá las veces que sea necesario. Tal vez no todo funcione, pero algo sí lo hará y hasta te sorprendas con un resultado mejor al esperado, pero hasta no dar el paso nunca lo sabrás.
Te dejo una perlita más de ánimo: “Entonces el Señor lo miró y le dijo: ‘Ve tú con la fuerza que tienes y rescata a Israel de los madianitas. ¡Yo soy quien te envía!’”, Jueces 6:14 NTV.
Así como en ese momento lo hizo con Gedeón, hoy el Señor te mira y te dice: “andá con la fuerza y todos los recursos que tenés y hacé…” porque ¿sabeés qué? no vas sola, ¡Él es el que te envía y te acompaña en el proceso!