La cizaña es una mala hierba muy parecida al trigo, pero con cualidades tóxicas que la hacen peligrosa para el consumo.
Con profunda vehemencia y acalorada convicción el predicador sentenció: “porque en esta iglesia ha crecido el trigo junto a la cizaña, y eso se ha hecho evidente a través de los problemas entre los hermanos que hemos tratado en este tiempo”. Entonces con profunda desconfianza los asistentes de ese culto se observaban suspicaces al pretender con sus miradas descubrir quiénes de ellos correspondían a la categoría de “cizaña”.
¿Pero eso es lo que enseña la conocida parábola del trigo y la cizaña: que juntos crecen en la iglesia? ¿Será que los cristianos deben tener sumo cuidado y desconfianza de quienes comparten fe y espacio en una congregación local? ¿Está la cizaña plantada en cada congregación para estropear y detener el crecimiento del Reino de Dios? Veamos a continuación lo que podemos descubrir.
Recordemos que el capítulo 13 del Evangelio de Mateo es el registro del tercer discurso del Maestro cuyo tema central es el Reino de Dios, comparado con diferentes situaciones muy conocidas por los oyentes del momento: un sembrador, una red, un grano de mostaza, un poco de levadura, un gran tesoro o un campo sembrado.
Jesús cuenta la parábola del trigo y la cizaña:
«El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras dormían los trabajadores, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando el trigo brotó y dio fruto, apareció también la cizaña. Entonces, los siervos fueron a preguntarle al dueño del terreno: “Señor, ¿acaso no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde salió la cizaña?”. El dueño les dijo: “Esto lo ha hecho un enemigo.” Los siervos le preguntaron: “¿Quieres que vayamos y la arranquemos?”. Y él les respondió: “No, porque al arrancar la cizaña podrían también arrancar el trigo. Dejen que crezcan lo uno y lo otro hasta la cosecha. Cuando llegue el momento de cosechar, yo les diré a los segadores que recojan primero la cizaña y la aten en manojos, para quemarla, y que después guarden el trigo en mi granero”».
La historia que Jesús desarrolla en esta parábola no es muy difícil de entender, como siempre ocurre, el desafío radica en el mensaje que se pretende compartir. Tal desafío en dicha interpretación no se hizo esperar; una vez que los apóstoles quedaron a solas con Jesús le pidieron que les explicara el significado de la parábola en cuestión; el término explicar hace alusión, en el idioma original, a que Jesús les “aclare con urgencia” lo que le enseñó a la multitud.
Notemos todos los detalles que se definen:
- El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre.
- El campo es el mundo.
- La buena semilla son los hijos del reino.
- La cizaña son los hijos del malo.
- El enemigo que la sembró es el diablo.
- La siega es el fin del siglo.
- Los segadores son los ángeles.
Algunos de dichos detalles se pueden observar en conjunto: Jesús es el sembrador, quien esparce la semilla que son los hijos del reino; la manera de sembrar tales semillas radica en enviarlos por todo el mundo y predicar el evangelio.
El enemigo que siembra de noche de forma oculta la cizaña es identificado con el diablo; y la cizaña, sus hijos, es decir, aquellos hombres y mujeres que se oponen a la obra de Dios. Las leyes romanas ejercían una fuerte condena sobre aquellos que perjudicaban a sus enemigos con esa práctica que parecía frecuente en la época: sembrar cizaña en campos ajenos.
A la cizaña se le solía decir “trigo bastardo”, conocida científicamente como Aegilops geniculata y llamada también como rompe saco o respigón, es una vieja leyenda identificaba su origen como el trigo que se degeneró en tiempos de Noé debido a la maldad de los hombres sobre la tierra. En este caso Jesús advierte que debe dejarse que el trigo y la cizaña crezcan juntos, de lo contario, con el afán de limpiar la naciente cizaña que crece, el trigo corre peligro de ser dañado.
Como el campo es el mundo, entonces tal afirmación termina de confirmar que el trigo y la cizaña, los hijos del reino y los hijos del malo, comparten espacio. Finalmente, en tal análisis la siega o cosecha será al final de los tiempos y será tarea de los ángeles separar a unos y a otros.
Qué aprendemos entonces:
En primer lugar, que cada cristiano, hijo de Dios, ha sido constituido como una semilla para ser plantada y dar fruto.
En segundo lugar, que el espacio que comparten los hijos de Dios y los hijos del malo no es la iglesia, sino el mundo donde vivimos; en tal caso la oposición a que los hijos de Dios sean fructíferos queda en evidencia. Por lo tanto, se hace necesario abandonar la tradicional idea de que en nuestras congregaciones tenemos “hermanos cizaña”.
Solo en la consumación de los tiempos será evidente quién es quién, lo que nos desafía a mantener nuestra fe y convicción en Jesucristo como nuestro Señor y Salvador hasta el fin.