El ser formado a la imagen de Dios, al desobedecer y hacer su propia voluntad, experimentó una transformación negativa de sus potenciales ontológicos. No solo su cuerpo ha sido sujetado y condicionado al terreno de su existencia –del polvo fue formado, y al polvo volverá– sino que sus facultades espirituales, emocionales, cognitivas y decisivas experimentaron un desvío tergiversado de las intenciones originales con las cuales han sido dotadas. 

Según las Escrituras, la mente natural –sujeta al pecado y siguiendo la voluntad de «la carne» (el pecado atrincherado que mora y domina en las estructuras y los procesos cognitivos, emocionales, motivacionales y decisivos del ser)– es descripta en términos poco halagadores. Varios textos señalan descriptivamente el potencial afectado de la condición natural –ontológica– de la mente no regenerada cuyas tendencias son mencionadas en términos generales: sujeta al dominio del pecado, la mente es corrupta (2 Tim 3:8; Tito 1:15), depravada (1 Tim 6:5). reprobada (Rom 1:28), vana, fútil (Ef 4:7, 17), obtusa, lerda, anegada, ofuscada (Lucas 24:45), incapaz de captar o conocer a Dios, o entender sus asuntos (1 Cor 2: 14), sensual (Col 2:18), cautiva a la ley del pecado (Rom 7:25), siguiendo los deseos de la carne (Rom 8:6), y hostil hacia las cosas de Dios (Rom 8:7).  

La mente natural es ciega a las verdades de Dios

La mente natural es ciega a las verdades de Dios–(el dios de este siglo ha cegado su entendimiento para que no vea la. brillantez del evangelio (2 Cor 4:4)– y no es capaz de captar la realidad espiritual (1 Cor 2:14). De tal modo, en su oscuridad, establece su propia versión de Dios, del entorno, de sí misma, basada en su constructivismo experiencial, sensorial, cognitiva, y social. Tal mente –en sus percepciones y atribuciones distorsionadas– proyecta y desarrolla imágenes idiosincráticas acerca de Dios, ofensivas a su esencia y su carácter paternal bondadoso, fiel, verdadero y proveedor de gracia y misericordia. 

La mente natural es propensa a emplear cierto constructivismo ficcional defensivo contra la ansiedad y los desafíos de la vida.

Emplea estilos de procesado catastróficos, monitorea la posibilidad de afrontar peligros inminentes, minimiza lo verdadero, lo positivo, lo puro y honesto, y magnifica lo negativo, trivial, inconsecuente y desafiante. Esta condición mental precaria da lugar y contribuye en parte a la exacerbación de los estados emocionales disfuncionales, (p.ej., depresión, ansiedad, desórdenes postraumáticos, las obsesiones y compulsiones, la angustia, etc.). 

Es notable que, luego de veinte siglos, los proponentes de varias teorías psicológicas trabajando en el campo de la psicología cognitiva han postulado versiones que análogamente señalan las tendencias negativas del ser, manifestadas en sus pensamientos y estilos cognitivos de procesar la información proveniente de las circunstancias externas y los estados internos del ser.

Personas como Alfred Adler, Albert Ellis, Aaron Beck, Judith Beck, entre otros, han desarrollado sus terapias cognitivas tratando de captar, asesorar y tratar a las personas ansiosas y depresivas, enfocando sobre sus creencias básicas, sus pensamientos y estilos negativos de pensar, especialmente sus atribuciones de significado a la realidad que los perturba. 

Según estas teorías, las personas ansiosas, depresivas, y estresadas, entre otras condiciones, manifiestan una serie de creencias erróneas, disfuncionales y distorsionadas; sus mentes son propensas a elaborar estilos negativos de pensar: inferencias arbitrarias, generalizaciones estereotipadas e indebidas, atribuciones subjetivas equívocas, pesimismo, desesperanza, etcétera. 

El cristiano que ha experimentado una conversión radical, habiendo sido regenerado (re-formado), debe realizar que el proceso de su transformación (santificación continua) involucra una atención esmerada, a consciencia plena, a su estado espiritual en desarrollo. A menos que esté apercibido de sus tendencias entrópicas y a su estado previo a su glorificación final, está expuesto a las vicisitudes y  los desafíos que «las corrientes de este siglo» que batallan contra su ser. 

El ser reformado, en su estado actual, envejece, decae, fenece, siendo sujeto a la entropía, el decaimiento y a la muerte. De modo que debe atender a su ser debidamente: renovar su mente y ser transformado a medida que pasa el tiempo de espera, aguardando su redención final.

La renovación de su mente es un dictamen bíblico, un proceso delineado en la voluntad de Dios destinado a energizar, vivificar sus procesos cognitivos, emocionales, motivacionales y decisivos y comprobar la voluntad de Dios para su vida

Renovar la mente significa re-alinear, asimilar, acomodar y equilibrar todo proceso cognitivo-emotivo-motivacional que pudiese ser desviado de su cometido original, proporcionando al ser una visión nueva para pensar, percibir, atribuir significado, sentir y ser motivado a abordar cada día como si fuese el primer día de su nueva vida, y como si fuese la última oportunidad de ser y hacer lo que Dios desea. La mente renovada re-enmarca, reestructura y re-atribuye significado a la realidad según las definiciones de Dios –“Mas nosotros tenemos la mente de Cristo”– (1 Cor 2:16). 

La mente renovada tiene conciencia de  la persona, la presencia y el poder de Dios mediada a través del Espíritu Santo; enfoca sobre las cosas del Espíritu (Rom 8:6). No solo experimenta una transformación en su proceso cognitivo, sino que restablece el sentir y el afecto re-energizado, el primer amor; además experimenta el empuje direccional y el compás del Espíritu Santo alojado en su ser, reanudando el brío, el celo que caracterizó a sus intenciones primarias y su dedicación al servicio de Dios, aumentadas en su valor, significado y eficacia. 

La mente renovada restablece la pasión original y persevera en su ardor –no apaga el fuego del Espíritu en su ser– con miras a ir más allá de lo inicialmente esperado o previsto. Esta renovación mental permite crecer en perspicacia, en entendimiento y sabiduría espiritual, y establece una comunión más estrecha, expresada en diálogos más profundos y significativos con Dios; instituye en el ser interior el deseo continuo de ocuparse en las cosas de Dios (Rom 8:5 ), en afinidad constante con sus propósitos (Col 3:2) y acatando sus mandamientos sin cuestionar su voluntad (Rom 11:34)

La mente renovada es estable, pero no estática ni amortiguada; desarrolla buenos hábitos, pero no se encierra en rutina legalistas, estereotipos culturales o prácticas cristianas carentes de significado, brío, vitalidad o novedad; tampoco se encajona y atrapa en la desesperanza de verse imperfecta, ni da lugar al sentido lúgubre, pesimista, masoquista o auto-castigador, como si tal esfuerzo flagelante fuese meritorio de «lograr» la gracia de Dios. 

La mente renovada es persistente en su postura y perseverante en su disposición: permanece en fe, en esperanza, desafía al status quo, a las necedades, y a la vanidad que caracteriza a las corrientes y presiones demandantes de este siglo. Despliega la capacidad de promover una vida espiritualmente abundante, con significado, a pesar de las trivialidades con las cuales está rodeada y a las cuales puede estar sujeta.

La mente renovada se alinea con el sentir –la actitud,  la motivación, la disposición– que hubo en Jesucristo”.

La mente renovada desarrolla amor, empatía y misericordia a la manera de Cristo (Fil 2:5). Debido a la energía influyente, al empuje vectorial empoderado por el Espíritu Santo, la mente renovada es descentrada, carente de egoísmo, y enfocada en su atención a sus semejantes; desarrolla un sentido de comunidad pericorética, aunada  en comunión con otros discípulos, desarrollando unanimidad consensual (“una misma mente”, Fil 2:2) sin llegar a constituir una «masa psicológica» carente de diferenciación propia, sujeta a tendencias inconscientes o irracionales. 

Por ser diferenciada, el ser cuya mente es renovada goza de la comunión de la comunidad de fe sin ser codependiente; a la vez, por vivir en comunión, es capaz de «pararse sobre sus propios pies» teniendo a la comunidad «presente en ausencia», alojada en su mente y corazón, consciente de su apego profundo mancomunado en Cristo.  

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Autor: Pablo Polischuk

Ph.D. en psicología del Fuller Seminary. Tiene más de 40 años ejerciendo como psicólogo, ministrando iglesias y de enseñanza académica integrando psicología y teología (más de 30 años en el seminario Gordon-Conwell, y a su vez dictando clases en Harvard University). Ha sido director general del área de psicología en el hospital de Massachusetts. Actualmente es rector y co-fundador de la Facultad de Teología Integral de Buenos Aires (FTIBA).

La Facultad Teológica Integral de Buenos Aires es una institución inter-denominacional que nace de la Red de Sembradores y tiene el propósito de formar ministros y líderes laicos con la mayor exigencia académica, teológica y bíblica. Actualmente, es la única institución académica en Argentina que provee una Maestría en Divinidad.