Cada mamá tiene su propia historia y también una manera singular de transitar este camino maravilloso colmado de alegrías, desafíos, oportunidades, aprendizajes y crecimiento compartido a todo nivel. En este día tan especial, pienso en las que luchan con la tristeza de un diagnóstico complejo que pesa sobre sus hijos, en las que lidian con la soledad de una casa que ya quedó grande, en aquellas que enfrentan cada día mirando al cielo, extrañando aquellos ojos que se convirtieron en recuerdos. Pienso en la que que me contó de su dolor en el pecho cada vez que nombra a su hijo inmerso en la adicción, y en la que me compartió con gesto esperanzado, cómo se ilumina la carita de sus “hijitos prestados” cuando los asiste y les lleva regalitos al penal de mujeres. Madres tan vulnerables como fuertes, tan determinadas que toman coraje para salir adelante superando las situaciones más complejas e inimaginables.
Muchas batallan valientemente por los suyos, avanzan sin desistir aún cuando todo se les vuelve en contra, se mantienen caminando en fe y creyendo en que lo mejor está por llegar, aunque todavía no lo pueden ver. Pienso en aquellas cuyos corazones laten acompasados al ritmo de sus pancitas incipientes y en las que tragando saliva, van alimentando ilusiones y rechazando excusas mientras la vida se gesta. Están las que eligen cada día reivindicar sueños propios y ajenos, sacudirse el pasado, activar el presente, proyectar futuro, atar cordones de zapatillas gastadas y acariciar cabezas despeinadas con la mejor de las sonrisas.
Pienso en la que vi hace unos días en el cajero del banco, repitiéndole a su hijo una docena de veces: “no toques eso Nacho”. Una mamá colmada -de paciencia y ansiedad a la vez- que logró superar el desafío de hacer su trámite mientras lidiaba de un lado con dos bracitos pequeños aferrados a sus piernas, y del otro, con deditos traviesos que intentaban tocar todas las teclas posibles a pesar de las reiteradas advertencias (escena que me remitió a un par de años atrás, tan cercanos, pero tan lejanos ya…) Pienso en las que miran “la ventanita” del diente que ya no está con cara de satisfacción, las que se emocionan con el baile chueco del paisanito más lindo del acto. Pienso en la que llora cuando ve las dos colitas de su hija asomando detrás de la bandera que es más grande que ella y la que llora porque no llegó a tiempo o no le dieron el día en el trabajo para asistir a la celebración.
Pienso en las que esperan que por fin todos se vayan a la escuela para tener “un minuto de paz”, las que chillan con la tarea pero terminan ayudando a pintar las benditas láminas junto a esas manitos que escriben letras desparejas. Pienso en las que están anhelando el viernes a la tarde para salir a tomar un café con sus amigas «para despejarse” -dicen- “para compartir entre adultos” -dicen- “para hablar temas de grandes” -dicen- pero indefectiblemente al promediar la charla no pueden resistirse al abordaje de la temática que las aqueja y las fascina a la vez: su maternidad.
Pienso en las que buscan abrir nuevos caminos y reinventarse para ser su mejor versión como mujeres y como mamás. Las que están redescubriéndose en un rol que las dinamiza como nunca hubieran imaginado y en aquellas que van conociendo cosas de sí mismas que ni sabían que estaban ahí. Pienso en las que tienen superpoderes para abrir frascos, ordenar roperos en tiempo record, cocinar gourmet por pocos pesos, tomar la fiebre con los labios apretados y los ojos húmedos, subir escaleras con mochilas, bolsas y niños colgando. Las que trabajan apasionadas adentro y afuera, las que dirigen casas y empresas, las que compran pañales mientras leen apuntes. Las que esperan sin dormirse hasta que perciben el ruido de la llave en la puerta, las que sonríen satisfechas cuando escuchan una conversación de hijos “sin querer”, las que sueñan y actúan para hacer que las cosas pasen más allá de las circunstancias difíciles.
Pienso también en todo lo que Dios tiene para nosotras mientras transitamos nuestra propia historia como madres, y no quisiera dejar de mencionar una de mis preferidas en la Biblia, la de María. En su experiencia inigualable se manifiestan una conjunción de emociones y situaciones que se suceden de forma acelerada y sin escalas cuando recibe la noticia inesperada.
Dice la Biblia que “Confusa y perturbada, María trató de pensar lo que el ángel quería decir” Lucas 1.29 NTV. ¿Y vos te sentiste así alguna vez, procurando acomodar los pensamientos desordenados, intentando comprender o regular emociones y al mismo tiempo atesorando experiencias únicas como mamá? Además de ser fascinante y tratarse de una experiencia sobrenatural por donde se observe, es al mismo tiempo una historia que nos deja ver el corazón de una mujer con expectativas y preguntas francas, con emociones que podemos asociar como inherentes y comunes a la maternidad, que traspasan contextos, tiempo y espacio.
Expone sus sentimientos y vivencias de modo que nos ayuda a identificarnos en nuestras propias luchas y nos refresca -en este caso en torno a la maternidad- cómo a pesar de diferentes situaciones, decisiones, transiciones y procesos pueden conjugarse alegría, temor, sorpresa, incertidumbre, fe, gozo, milagros, alabanza, paciencia, esperanza, gratitud, asombro y tanto más, muchas veces todo junto y casi al mismo tiempo.
De distintas maneras, el relato nos interpela (y también lo hace la maternidad de María a lo largo de las Escrituras) por un lado rompiendo con el mito de la madre perfecta, la que no duda, la que no siente temor, la que puede con todo, la que no experimenta incertidumbre ni ansiedad, la que tiene todo resuelto y está siempre un paso adelante. Por otra parte, aún cuando María se perturba, hace preguntas, siente dudas, conjetura y se muestra confundida, al fin, aunque no puede ver el panorama completo con total claridad, elige el camino de la fe. Ella deposita su total confianza en Dios diciendo “aquí estoy”, “hágase conmigo conforme a tu palabra”. Lucas 1.38.
Querida amiga, sea cual sea la temporada en la que te encuentres como mamá, quiero recordarte que hay palabra de Dios para vos. Hay promesas de Dios para tus hijos y familia. Hay propósito de Dios cualquiera sea tu situación. Que disfrutes tu día, que disfrutes tu maternidad, y que como María tu corazón se llene de fe y gratitud a Dios por ese maravilloso regalo.