Cuando revisamos nuestra cotidianidad, encontramos que estamos llenos de modismos, costumbres y vicios que no se pueden sostener con las Escrituras. Todo esto es porque vivimos y servimos a Dios por mecanismos aprendidos. Llegamos a hacer ciertas cosas, dejar de hacer otras, hablar y vestir de determinada manera, guardar ciertos días o formas externas en piloto automático.
En nuestras comunidades resuenan frases como: “Siempre lo hicimos así. O ¿Todo lo que hicimos hasta ahora está mal?”
En el nuevo pacto, que está vigente desde la obra de la cruz, todos somos ministros (servidores) y podemos tener una experiencia diaria con el Espíritu Santo para oír y saber qué hacer como parte del Cuerpo de Cristo en la tierra.
Al no entender esto, vemos que personas como Pedro llegan a ser irreverentes, cuestionando a Dios cuándo le cambian sus costumbres.
Pedro estaba acostumbrado al mecanismo aprendido de la ley escrita. Por eso dice “jamás he comido nada impuro o inmundo”.
Sin embargo, Jesús mismo en más de una oportunidad dijo: “se les dijo… pero yo les digo…”
Dios está graduando a Pedro al plano de hacer las cosas gracias a la sensibilidad de escuchar a Dios en lo cotidiano y no por mecanismos aprendidos.
Ya no se trata de hacer por imposición o costumbre, sino por vida en el Espíritu. Ya no se trata de lo que decimos sino de lo que refleja nuestra vida. Si la gente tiene que leer a nuestra familia, ¿Qué se lee en nuestras vidas? ¿Se codifica fácilmente la naturaleza que fluye de nuestro interior?
Se trata de que la vida de Cristo se forme y sea expresada en nosotros justamente como vida y no como mecanismos aprendidos. Cristo es la imagen del Dios invisible y está en nosotros como vida. Dios debe darse a conocer hoy en la tierra a través de nosotros, y esto comienza en casa.
El desafío como familias es aprender cada día más sobre la obra de la cruz y el pacto en el que vivimos. La cruz es la cancelación final de un viejo hombre, una vieja creación, una vieja naturaleza y un viejo pacto para dar inauguración y manifestación de un nuevo hombre, una nueva creación, una nueva naturaleza y un nuevo pacto.
El propio Cristo es la base del nuevo pacto.
Ser competentes en cuanto al Nuevo Pacto implica un profundo entendimiento de su significado, su importancia, su vigencia y su aplicación práctica a la vida de los hijos de Dios y a la comprensión del Evangelio de su Hijo.
Al crecer en este entendimiento, estamos llamados como familia a multiplicarlo en las generaciones.