El mundo espiritual es una confluencia de grandes contradicciones: la gran joya envuelta en barro. La familia pastoral es ese lugar de muchas presiones y mucha gloria.

El hogar pastoral es un lugar neurálgico. Centro preferido de los ataques del enemigo. El ministerio de muchos espíritus perturbadores. Si logran perturbar la paz de la familia pastoral pueden afectar a toda la congregación y al avance de la obra de Dios. También es el lugar preferido de la ministración del Espíritu. En ella hay joyas especialmente diseñadas por el Señor para expresar su gloria de una manera excepcional.

El Espíritu hace morada en la familia pastoral y esto engendra, y afecta, al clima congregacional. El sembrador puede sembrar palabras de fe en esos corazones y esas semillas fructificarán poderosamente en cada ámbito de acción de los que componen esta familia.

No podemos ser ingenuos, tenemos que considerar que estamos en una guerra y el botín de esa guerra es la paz de nuestro corazón y la de nuestro hogar, y en forma muy especial, la paz en el hogar pastoral.

Por otro lado, tenemos que resistirnos a caer en la victimización. No podemos dar lugar a la queja. Es verdad que tenemos un poco más de tensiones que el resto de los hogares porque es más grande la presión del enemigo sobre nosotros, pero también es más poderosa la acción consoladora del Espíritu Santo. Por revelación de Él tenemos que creer que es un gran privilegio sufrir estos padecimientos. Cada aflicción se traduce en un poderoso fruto.

Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada” (Santiago 1:2-4).

Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros,  y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo,  que es la iglesia;  de la cual fui hecho ministro… (Colosenses 1:24-25, RVR1960).

Dios escogió familias para bendecir familias

Dios necesita levantar familias que sean modelos. No modelos de perfección, porque es muy desgastante para todos los miembros que la componen sino de autenticidad. Verdaderos ejemplos en la forma en que gestionan un llamado tan alto en medio de tantas debilidades y presiones. La manera en que manejamos nuestros errores y fracasos, la forma en que nos reinventamos y volvemos a empezar con renovada esperanza.

Cuando no hay caminos de autenticidad y humildad por lo alto de las exigencias (personales, familiares y de la propia congregación), solo quedamos librados a caminos de hipocresía.

Necesitamos familias que sean modelos en la forma de manejar la crisis de nuestra vulnerabilidad enmarcada en propósitos tan altos.

Fieles en lo poco, galardonados y respaldados por Dios

La tarea pastoral está plagada de renunciamientos, tenemos que mostrar en nuestra cotidianidad todo lo enseñado por nuestro Señor: hay que perder para ganar, dar antes que recibir, morir para vivir, etc. El Dios que nos enseña esta forma de vivir es el que también se compromete a galardonar al que lo busca, exaltar al que se humilla, dar público reconocimiento al que es fiel en lo poco.

La familia pastoral vive esos continuos renunciamientos: muchas horas de dedicación a personas que terminan por defraudarla, aportes económicos y emocionales que muchas veces no se reconocen. Si bien esa ingratitud y deslealtad la sufren directamente los padres termina afectando a todos, los hijos también la sufren.

Sin embargo, todo ese renunciamiento no es en vano, es realizado delante de un Dios que escudriña los corazones y no es deudor de nadie. Es maravilloso ver su favor sobre nuestra vida. Cuántas veces nos encontramos asombrados ante situaciones que reconocemos que es Él satisfaciendo los deseos íntimos de nuestro corazón. Anhelos por los que ni siquiera hemos orado pero que el Señor los tenía contabilizados.

El altar familiar

Cuando analizamos cuál es la sugerencia más inmediata y urgente que podemos proponer para la cotidianidad del hogar, no nos queda ninguna duda, lo primero que quisiéramos remarcar es la necesidad del altar familiar.  La familia reunida en adoración en torno a la presencia de Dios y meditando en su Palabra. Es el principio y la fuente de todo lo que necesitamos como hogar pastoral.

Necesitamos construir y sostener este altar, un gran desafío para el cual es necesario que nos sostengamos mutuamente.

El tiempo de familia

El otro consejo que surge como prioritario es la inversión en el tiempo juntos. Es todo un dilema para el hogar pastoral, considerando que es el fin de semana cuando los chicos están más libres y los padres solemos tenerlos muy ocupados.

Necesitamos invertir en este tiempo. Cada familia necesita encontrar puntos de encuentro en la semana. Tiempos dedicados a escucharnos sin celulares, sin computadoras ni televisores, tiempo de poder charlar de lo que cada uno de nosotros estamos viviendo. Cada una necesita encontrar su momento: puede ser después de desayunar, de almorzar o de cenar. Se tienen que planificar.

Además de los puntos de encuentro tiene que haber salidas o eventos propios de la familia. Tenemos que organizarlos anticipadamente, algo divertido y con calidad. Nosotros, que somos expertos en organizar eventos, tenemos que lucirnos en lo que podemos hacer por la familia. Hagamos promoción de estos tiempos: “Quizá tenemos pocos momentos como estos pero qué bien la pasamos cuando estamos juntos”.

Estamos construyendo recuerdos, trabajando sobre la memoria de nuestros hijos. Ellos van a recordar cómo nos dedicamos.

Estamos edificando una familia bendecida por Dios para que podamos ser de bendición para muchas otras, y para muchos que están solos, que sufren la carencia familiar. Tenemos una familia bendecida no solo para nuestro propio beneficio, para nuestro propio deleite, sino para el beneficio de los demás.

Los sabios resplandecerán con el brillo de la bóveda celeste; los que instruyen a las multitudes en el camino de la justicia brillarán como las estrellas por toda la eternidad (Daniel 12:3)