El sufrimiento es una experiencia humana que todos compartimos, en distintas formas y grados. Lo que nos une en este caminar es que, cuando el dolor llega, muchos nos encontramos con una pregunta difícil: ¿Dónde está Dios cuando más lo necesito? Esta pregunta no es nueva; es la misma que Marta y María se hicieron cuando su hermano Lázaro enfermó y murió. En ese momento, ellas sentían que Dios no estaba allí, que había tardado demasiado.
Al leer la historia de Marta y María en el Evangelio de Juan, me encuentro con un desafío profundo sobre cómo percibimos la intervención de Dios en nuestras vidas. Ellas enviaron un mensaje a Jesús, confiando en que Él vendría rápidamente para sanar a Lázaro, como tantas otras veces lo había hecho. Pero Jesús no llegó cuando ellas esperaban. ¿Cómo interpretamos esa demora? ¿Acaso significa que Jesús no se importa?
Yo mismo he sentido esa frustración. He orado con todo mi corazón, esperando que las respuestas llegaran de inmediato, solo para enfrentar el silencio y la espera. Pero lo que he aprendido en mi caminar con Cristo es que el retraso de Jesús nunca es un acto de indiferencia. Al contrario, lo que sucede cuando Jesús no llega en el momento que esperamos es que Él tiene un propósito más grande en mente. Como Jesús les dijo a sus discípulos en ese momento: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella” (Juan 11:4).
Es en ese espacio entre la expectativa y la realidad, en ese espacio donde parece que Dios no responde, donde Dios se revela de formas que no podríamos haber imaginado. En el caso de Lázaro, la demora no fue un error, sino una oportunidad para que el poder de Dios se manifestara de manera gloriosa. La resurrección de Lázaro no fue solo un milagro; fue una muestra poderosa de que Jesús tiene poder sobre la vida y la muerte. Ese milagro no solo tocó a Marta, a María y a los que estaban allí, sino que glorificó a Dios de una manera tan profunda que cambió todo.
Pero no solo quiero quedarme con el milagro. Quiero hablar de algo que me toca profundamente: la humanidad de Jesús en medio del sufrimiento. Cuando Jesús llega a Betania, no solo resucita a Lázaro, sino que también llora con Marta y María. “Jesús lloró” (Juan 11:35). Esas dos palabras revelan algo crucial sobre el corazón de Dios.
«No estamos solos en nuestro dolor. Jesús no se quedó distante, mirando desde lejos; Él lloró con ellas».
¿Quién como Él, que siendo Dios, se acerca tanto al sufrimiento humano? En ese momento, Jesús no solo estaba haciendo un milagro; estaba mostrando su profundo amor, su cercanía y su compasión por aquellos que sufren.
En mis momentos de dolor, he encontrado consuelo en este hecho: Jesús no solo actúa en los milagros, Él camina con nosotros en medio del dolor. Él no se aleja cuando más lo necesitamos. En Su llanto con las hermanas, Él nos muestra que, aunque no comprendamos todo lo que está sucediendo, Él está con nosotros en cada paso. Si te sientes solo, te aseguro que no lo estás. Jesús está allí, en medio de tu sufrimiento, compartiendo tu carga.
Otra lección importante que esta historia me deja es la soberanía de Dios. No siempre entendemos por qué las cosas suceden de la manera en que suceden, pero sabemos que Dios tiene control absoluto sobre todo. Aunque no siempre podamos ver el cuadro completo, podemos confiar en que Él está trabajando en algo más grande que lo que podemos percibir. A veces, nuestra visión limitada nos impide comprender el propósito divino, pero eso no significa que Dios esté ausente. Como he aprendido en mi vida:
“Cuando Dios tarda, lo hace porque está haciendo algo más grande que lo que nuestra mente puede imaginar”.
Así que, ¿qué hacemos en medio del sufrimiento? ¿Cómo respondemos cuando parece que Jesús no llega? La respuesta es confiar. Confiar en que, aunque no comprendamos todos los detalles, sabemos que Él tiene un plan perfecto para nuestras vidas. En esos momentos de espera, Dios nos está enseñando a depender completamente de Él, a fortalecer nuestra fe y a recordar que Su tiempo es perfecto.
Por eso, en medio del dolor y la espera, quiero recordarte lo siguiente: Jesús nunca llega tarde. Aunque en nuestras mentes humanas buscamos respuestas rápidas, la intervención de Jesús siempre ocurre en el momento perfecto, cuando Su propósito se va a cumplir de la manera más gloriosa. Él nunca está ausente. Cuando parece que está tardando, en realidad está trabajando en algo más grande.
Quiero invitarte a que, en medio de tu sufrimiento, no pierdas la esperanza. Jesús está contigo. Él no solo llega con la respuesta que esperas, sino que está caminando contigo, llorando contigo, y obrando en lo más profundo de tu ser. No estás solo. Él está presente, en el sufrimiento y en el milagro, en la espera y en la respuesta. Su amor por ti no conoce límites, y en Su tiempo perfecto, todo se alineará para Su gloria y para tu bien.