Después del poderoso momento del bautismo de Jesús, donde el Padre declara su amor y aprobación sobre Él, lo siguiente que ocurre es impactante: el Espíritu lo impulsa al desierto.
En el evangelio de Marcos, la tentación de Jesús en el desierto se resume en solo dos versículos (Marcos 1:12-13), mientras que en los evangelios de Mateo y Lucas se presenta con más detalle.
Jesús conoce el desierto mejor que nadie
Jesús atravesó un desierto profundo
No fue una prueba superficial. Satanás le ofreció atajos, intentó quebrantar su identidad, quiso desviarlo de su misión. Pero Jesús resistió. Él sabe lo que es ser presionado, lo que es sentir el ataque del enemigo en su momento más vulnerable. Cuarenta días. No unas horas, no un par de noches. Cuarenta días de calor abrazador durante el día y frío helado en la noche. Días de silencio. Días donde el único sonido eran sus propios pensamientos y la voz insistente del tentador. Jesús experimentó la sensación de hambre. El Hijo de Dios sintió en su propio cuerpo lo que significa debilidad, el vacío del estómago clamando por comida. Él sabe lo que es necesitar y esperar en Dios. No usó su poder para cambiar su situación, sino que confió en la provisión del Padre.
Él se identificó con nosotros en las horas de tentación. Así lo confirma su Palabra:
También lo cantamos en el himno:
«Pues Cristo comprende mis luchas, mi afán…» – Himno “Estoy Bien” (1873) – Horatio G. Spafford
¡Y esto es algo grandioso! Cada vez que oramos al Señor para contarle de nuestro desierto, Él nos oye como quien comprende, nos escucha como quien pasó por ahí, Él caminó por las mismas arenas que hoy pisamos, Él esperó en el Padre como nos toca esperar a nosotros.
Él no solo nos entiende desde la teoría. Él lo vivió
Cuando lloramos en la soledad del desierto, Jesús sabe cómo se siente. Cuando la tentación parece abrumarnos, Jesús sabe lo que es resistir. Cuando nos sentimos débiles y agotados, Jesús conoce el peso del cansancio.
Pero más que eso… Él venció.
“Y porque Él venció, nosotros podemos vencer en su nombre.”
Aquí está la gran verdad: Jesús no solo nos entiende, sino que nos ayuda. Él no es un observador pasivo, sino un Salvador activo. Él socorre. Él fortalece. Él da la salida.
Cuando la tentación aprieta, Él abre una puerta de escape. Cuando la carga es pesada, Él nos da fuerzas. Cuando sentimos que no podemos más, Él nos sostiene con su gracia.
Jesús venció en el desierto y su victoria es nuestra victoria. No importa cuán grande sea la prueba, Él sigue siendo más grande. No importa cuán fuerte sea la tentación, Él sigue siendo más fuerte.
No temas el desierto. Jesús ya estuvo allí. Jesús está contigo. Jesús te socorre.