Como hizo Jesús en Getsemaní, las dificultades de la vida debemos enfrentarlas de pie, con valentía, humildad y poder.
Caminar por la antigua ciudad de Jerusalén es una experiencia extraordinaria. Sus calles adoquinadas y estrechas están llenas de carácter, vitalidad e historia. Sus sinagogas, mezquitas e iglesias evocan un aluvión maravilloso de recuerdos significativos y memorias gratas. Las murallas que la protegen, además, son testigos de las muchas batallas que se han librado “en nombre de Dios”.
La ciudad puede verse con claridad desde el monte de los Olivos. ¡Y la vista es espectacular! La referencia a los olivos se debe a que en la antigüedad el lugar estaba lleno de esos árboles, cuyos frutos contribuían positivamente a la economía de la región, además de simbolizar fortaleza, seguridad, prosperidad y esperanza.
Al pie del monte se encuentra el huerto o jardín de Getsemaní, nombre que alude a las prensas de olivas que se utilizaban para sacar y procesar el aceite. Y, en este lugar, se ubica una de las narraciones más significativas, importantes e intensas de las Sagradas Escrituras.
De acuerdo con los evangelios, el Señor llegó al Getsemaní con sus discípulos para dedicar algún tiempo a la oración. Pero, como el ambiente en Jerusalén era de inseguridad y alta tensión —por la celebración de la fiesta de la Pascua judía en un contexto de ocupación política y militar del Imperio romano—, Jesús, muy entristecido, comenzó a angustiarse.
El lugar no solo era físicamente importante para la vida diaria de la comunidad, sino que se había convertido en espacio vital para las meditaciones y reflexiones del Señor. Allí se concentraron todas las fuerzas físicas, emocionales y espirituales de Jesús, que con valor enfrentó en aquella hora la complejidad del momento. El Señor escuchaba el clamor de la gente, los dolores del pueblo, las angustias de la comunidad, para atender sus aspiraciones, sueños y esperanzas.
Jesús entendió la importancia de separar tiempo de calidad, en medio de las realidades y adversidades de la vida, para meditar en el Getsemaní.
Dr. Samuel Pagan
Y aunque dolido y preocupado, luego de orar, retomó sus fuerzas y valentía para enfrentar la vida, con sus sinsabores y traiciones, con valor, dignidad y esperanza.
En Getsemaní, el Señor dijo a sus seguidores, con dignidad, autoridad y seguridad: “¡Levántense! ¡Vámonos! ¡Ahí viene el que me traiciona!” (Mateo 26:46). Pues las grandes dificultades de la vida se enfrentan de pie y con valentía, humildad y poder.