«Detuve mi crecimiento laboral por criar a mis hijos». «No puedo estudiar la Biblia porque tengo muchas ocupaciones». «No tengo tiempo para orar». «En las tareas del hogar nadie me ayuda, estoy desbordada». «No me arreglo porque no salgo a ningún lado». «Engordo porque estoy ansiosa». «Contesté mal porque estaba enojada»… ¿Te suena familiar?
A diario conversamos con amigas o conocidas que nos cuentan sus penurias como si fueran ajenas a ellas. Muchas veces nos escuchamos a nosotras mismas hablando así. Pareciera que las experiencias suceden sin que podamos ni siquiera pensar por qué. Alguien dijo que si seguimos haciendo siempre lo mismo, seguiremos obteniendo los mismos resultados. Si te sucede esto, algo tiene que cambiar.
¿Y cómo se hace?
En primer lugar, es bueno diferenciar las situaciones que está a nuestro alcance modificar y las que no. No podemos modificar el clima, si hace frío o calor; no podemos modificar una enfermedad que nos llega de sorpresa. En estos tiempos de pandemia, lamentamos no poder disfrutar, como en otros tiempos, de festejos o viajes.
Tampoco podemos elegir la familia de nuestro príncipe azul, porque sabemos que al elegir a la persona viene con toda una familia a la que hay que respetar y aceptar. Jesús dijo que no podemos modificar nuestra estatura (¡y qué bien me vendría!) por mucho que nos preocupemos.
¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Mateo 6:27
Entonces, pensemos cuáles serían las cosas que sí está a nuestro alcance mejorar o cambiar. Recuerdo cuando hice el ayuno de Daniel por primera vez, las indicaciones eran: no carne, no lácteos, no azúcar, no harinas.
¡La primera sensación es que se acaba el mundo gastronómico! Pero después empezás a ver los permitidos y se abre tu mente a un mundo nuevo (¡y saludable!), harinas integrales, legumbres, frutas, verduras nuevas, tu mente se aclara y tu cuerpo lo agradece.
En este desafío de hacernos cargo de lo que está a nuestro alcance, pasa algo similar. Te invito en estas líneas a salir de la zona de impotencia, negación y queja, para entrar en el terreno de lo que es tu responsabilidad, con todo lo que eso implica.
Hacernos cargo de nuestro estado físico
Partiendo de la premisa de la autoaceptación, nuestro cuerpo es maravilloso, tiene un código genético único, un conjunto de sistemas que cada mañana se pone en funcionamiento como un reloj suizo. Tenemos que aceptar nuestra originalidad y evitar vanas comparaciones que hacen mucho daño.
Superado esto, de algo podemos hacernos responsables y es de cuidar nuestro cuerpo, pensar lo que comemos, tomar abundante agua, hacer algún ejercicio que nos guste, eliminar toxinas y no dejar de consultar a especialistas si tenemos alguna señal de desajuste en algún área. Dejemos de echar culpas y seamos determinadas en mejorar todo lo que esté a nuestro alcance.
Hacernos cargo de nuestra alma y pensamientos
El órgano más poderoso de nuestro cuerpo es la mente. En la Biblia se lo llama corazón, las entrañas, el lugar donde se origina todo nuestro ser. Es el centro de operaciones de todas las cosas. Sobre toda cosa guarda tu corazón, porque de él viene la vida (y también la muerte o la negatividad).
«Qué importante es saber que podemos ser dueñas de nuestros pensamientos, podemos pedirle al Espíritu Santo que renueve nuestra mente, que nos ‘resetee’, que nos dé poder y dominio de esta área sensible».
Sandra Pedace, pastora de la iglesia Triunfantes
Pablo le decía a los Filipenses: Piensen en todo lo que es verdadero, todo lo que es respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es digno de admiración; piensen en todo lo que se reconoce como virtud o que merezca elogio. Filipenses 4:8, NBV
Si pensamos bien, nuestras palabras serán de vida y nuestro cuerpo estará lleno de luz.
Pongamos filtros elevados en nuestra mente y palabras, evitando las quejas y culpas que no nos llevan a ningún lugar.
Hacernos cargo de nuestra vida espiritual
Como pastores hemos desafiado a nuestra gente a tener en sus propios hogares un lugar de adoración, de lectura, de oración, de paz.
Algo que aprendimos en esta pandemia que nos tocó atravesar es a hacernos responsables de nuestra propia vida espiritual. Si no podemos ir a la iglesia de manera semanal, si no podemos ser ministrados por un líder, ¿puede Dios escuchar mis oraciones?, ¿puedo orar por mis hijos? ¡Claro que sí!
«Cuando lleguemos a la eternidad y seamos juzgadas por nuestros talentos, por lo que hemos recibido, por lo que hicimos con ello, el Señor no aceptará excusas o explicaciones que den motivos de no haber hecho lo que se esperaba de nosotras».
Sandra Pedace, pastora de la iglesia Triunfantes
Todas tenemos un prójimo a quien ayudar, una tarea en la que nos encanta servir, algo que podemos aportarle a nuestra sociedad que realmente está tan fatigada. No perdamos tiempo en criticar a los que están más arriba, cada uno será juzgado por lo bueno o malo que haga con su vida, como también nosotras lo seremos.
Te invito a despejar tu mente, a pedirle a Dios que libere tu espíritu. A alimentarte con comidas saludables que hagan que tu cuerpo esté liviano y pronto para hacer lo bueno. Miremos el futuro con esperanza, conversá de los cambios que quisieras hacer, con una amiga o familiar con quien puedas comprometerte a cumplirlos, ¡y ponete en marcha!
Cuando mires para atrás, te aseguro que tendrás una vida más completa y satisfactoria.