Mucho se ha discutido (y se sigue discutiendo) acerca de si existe el “arte cristiano” y el “arte secular”. He llegado a la conclusión de que no existe tal cosa; en consecuencia, resulta una discusión estéril.

El próximo año se cumplirán cincuenta años de la Tragedia de los Andes, o el Milagro de los Andes, circunstancia en la que un avión uruguayo con cuarenta y cinco personas, la mayoría de ellas jugadores de rugby, se estrelló en la cordillera andina, entre Chile y Argentina.

En 1993 se estrenó “¡Viven!”, una dignísima película que retrata parcialmente (íntegramente sería imposible) las vivencias, peripecias y sufrimientos extremos que padecieron aquellos que murieron y los que sobrevivieron. Ya sobre el final del filme hay una escena que me estremeció todas las veces que la vi.

Sin entrar en demasiados detalles, la acción es más o menos así: Fernando Parrado y Roberto Canessa, dos jóvenes devenidos en esforzados y avezados alpinistas, intentan cruzar aquellas terroríficas montañas para salvar la vida de los pocos sobrevivientes que aún permanecen en el sucio y destrozado fuselaje del avión, así como también sus propias vidas. Cuando el cansancio y las heridas del cuerpo y del alma terminan de quebrar al joven estudiante de medicina, Canessa se da por vencido. Entregado a su suerte y a la nada misma, le dice a su amigo que continúe, que él ya no puede más.

Parrado decide intentar lo imposible y logra trepar hasta lo más alto de un pico nevado. Cuando logra la cumbre, sus ojos desorbitados no pueden creer lo que ven. De inmediato, Parrado va en busca de Canessa, quien permanece dormido. Cuando lo despierta, le ruega que lo acompañe a la cúspide, asegurándole que lo que verá será reconfortante. 

De mala gana, Canessa accede al pedido de su compañero y emprende la subida. Sabe que, quizás, gaste en esa escalada las últimas fuerzas que le quedan. Después será su oscuridad.

Parrado llega primero y se para erguido, como desafiando a las serruchadas montañas. Canessa, que aún no logra ver lo que lo reconfortará, trastabilla antes de llegar a la cima. Cuando alcanza lo más alto de lo que puede ser su tumba, ve dos cosas que lo aterran: en primer plano observa a su amigo; y de fondo, montañas y más montañas. Canessa se derrumba en todo sentido, mientras alcanza a ver que Parrado sonríe. Antes de caer al suelo frío, Canessa piensa que Parrado se ha vuelto loco, o que acaba de descubrir un cinismo hasta ahora desconocido en su amigo.

Canessa maldice su suerte, quejándose porque solo ve montañas imposibles de atravesar. Parrado lo mira con compasión. Le dice que es cierto, que las montañas se erigen frente a ellos, aparentemente sentenciando sus muertes y las de los que esperan en el derruido fuselaje.

Sin embargo, Parrado gira, dándole la espalda a Canessa, mientras vuelve a mirar las montañas. Dice: “Esas montañas son Dios. El mismo Dios que nos llevará por encima de esas montañas. Tengamos fe”.

Después de pronunciar aquellas palabras, Parrado alzó a su amigo, cruzaron los Andes y todos conocemos el final.

¿Esta película es cristiana o secular?

Para encontrar respuesta a esta interrogante, tendremos que entender que se trata de lo que Dios puso dentro de cada uno de nosotros.

*Fotografía gentileza de Rodrigo Fernández Engler

Guionista, productor y director de “Cartas a Malvinas”. Productor de “Pies en la tierra” y del documental “Primera Expedición al Polo Norte 2016”. En 2017 constituye junto a Juan Belart “Protasowicki Engler Producciones”, casa responsable de películas como “Soldado Argentino sólo conocido por Dios”, “Yo, traidor” y “La noche que luché contra Dios”.