Por mucho tiempo, algunos de nosotros hemos creído que la alabanza a Dios consiste en cantar canciones rápidas en los cultos de nuestras iglesias y, la adoración, en cantar canciones lentas y tranquilas que nos lleven a tener un encuentro íntimo con el Señor.

Por otro lado, también se asocia la alabanza y la adoración a los que pertenecemos exclusivamente al “rubro” de la música. Pero hoy vamos a derribar estos mitos e ir un poco más profundo, porque sin duda tener luz sobre esta diferenciación puede elevar nuestro nivel de comunión personal con Dios.


En primer lugar vamos a diferenciar la palabra alabanza de la palabra adoración. El verbo alabar significa: ‘valorar’, ‘apreciar’, ‘elogiar’, ‘hablar positivamente de alguien’, ‘destacar las virtudes de una persona’. Podemos decir entonces que la alabanza es la demostración verbal y física de nuestra admiración, amor y afecto hacia Dios. Alabar es una expresión de nuestra adoración.


Por otro lado, adoración es ‘el acto de tributar reverencia y homenaje, ‘gustar de algo extremadamente’, ‘respetar, dar honor, amor y obediencia’. Esto quiere decir que adoramos a Dios cuando lo reconocemos como lo principal en nuestra vida, cuando nos entregamos a Él en obediencia completa y lo hacemos partícipe fundamental, incluso de nuestras decisiones. Al comprender estas diferencias, podemos concluir…

Es posible alabar a Dios sin, necesariamente, adorarlo

Incluso el profeta Isaías expresa: “El Señor dice: ‘Este pueblo me alaba con la boca y me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí…” (Isaías 29:13). Podemos hacer todo lo que es “cúlticamente correcto”, cantar canciones que exalten su nombre, orar, ofrendar e incluso leer la Palabra de Dios.

Sin embargo, si esto no está acompañado con una vida de devoción y entrega al Señor, no es adoración.


Qué privilegio tenemos, entonces, al comprender que podemos adorar a nuestro Dios en todo momento y qué gran recurso ha depositado Dios en nuestros labios para poder expresarle adoración a través de la alabanza.
Hebreos 13:15 dice: “Así que ofrezcamos continuamente a Dios, por medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan su nombre”.


Aunque la alabanza no es la única expresión con la que podemos adorar, en su Palabra Dios nos llama a ofrecerle sacrificios de alabanza, absolutamente siempre. En tiempos de enfermedad y muerte como los que estamos viviendo, los verdaderos adoradores tenemos la oportunidad de levantarnos con un “contra-canto” a las voces de este mundo y podemos hacerlo a través de la alabanza y de la adoración.

Frente al miedo, nosotros, los hijos de Dios, alabamos a un Dios que no cambia y que hace maravillas con su diestra poderosa.

Ante la desesperanza, nosotros, los hijos de Dios, declaramos que nuestro socorro viene de Él, quien hizo los cielos y la Tierra. Cuando la oscuridad abunda y cubre la Tierra, nosotros, los hijos de Dios, proclamamos que la gloria de Dios se levanta y resplandece sobre nosotros.

Hay un llamado del cielo en esta temporada tan particular de la historia, ningún barbijo puede silenciar la adoración de una vida entregada a Dios. Se despiertan adoradores que cantan el sonido del cielo extendiendo la mano al necesitado, orando por los enfermos, dando palabras de ánimo y consuelo a quienes lo necesitan.

Hoy abrazamos estas verdades tan maravillosas, con la fe y la convicción de que nuestra adoración extrema, que nuestra alabanza ruidosa y apasionada hacen de nosotros un pueblo fuerte y dispuesto a ser luz en la oscuridad.

Cantante y compositora argentina. Directora del Ministerio de Adoración en Iglesia del Centro. Ha grabado varias producciones discográficas. Autora del libro “Enfrenta tus miedos y supera el pánico”. Ha obtenido un Premio Carlos Gardel. Está casada con Gonzalo Terrazas y es mamá de Juan Cruz y Nazarena.