Confieso que la práctica del culto familiar nunca se pudo constituir en un hábito rígido en mi familia y, ahora, con los años, me arrepiento de no haberlo logrado.
No obstante, todas las veces que con mi esposa hemos podido reunir a nuestros hijos cuando eran pequeños, luego adolescentes y ahora maduros alrededor de la Palabra de Dios ha sido y es un tiempo maravilloso. Permítanme, amados lectores, que les pueda enumerar las razones por las cuales la lectura de la Palabra en familia es un tiempo maravilloso e insustituible.
Primeramente, es un tiempo maravilloso pues se produce una conjunción de dos de los máximos valores establecidos por Dios: la Palabra y la familia. La Palabra de Dios, es luz, es lámpara, es guía, es verdad. La familia conforma el diseño de Dios, es el espacio donde se cultivan las relaciones más profundas y significativas.
«Cuando Palabra y familia se juntan, el dinamismo espiritual se magnifica y el tipo de tiempo (kayros) que pasamos resulta experimentalmente sublime».
Néstor Golluscio
En segundo lugar, es un tiempo maravilloso por el nivel de autenticidad. Es muy difícil, casi imposible, ser hipócrita en el seno familiar íntimo. Allí somos como somos, no podemos ponernos caretas ni aparentar emociones que no tenemos; eso nos lleva inexorablemente a un campo de confesión y reconocimiento de nuestro “yo” verdadero y eso siempre es bueno.
Hace muchos años, un nuevo pastor llegó a una iglesia evangélica y uno de los líderes principales de aquella comunidad, para “impresionar” al siervo de Dios, le invitó a almorzar. Previamente convocó a su familia y desarrolló junto a su esposa y sus cuatro hijos (uno de ellos de 8 años) un culto familiar previo a la comida. Al finalizar el culto el niño de 8 años gratamente sorprendido exclamó “¡qué hermoso tiempo, papá. Nunca habíamos hecho esto ¿por qué no lo hacemos más seguido? Dejando al descubierto el plan impostor de su padre.
En tercer lugar, es un tiempo maravilloso pues la lectura de la Palabra en familia crea una atmósfera de pureza donde nos animamos a confesarnos las faltas unos a otros. Recuerdo vívidamente que en un tiempo de vacaciones en un culto familiar uno de mis hijos en etapa de preadolescencia se animó a “confesar” que le había dado una pitada a un cigarrillo con unos compañeros de la escuela. Su conciencia había sido afectada y en el ámbito del culto familiar lo mencionó sin que nadie le preguntara ni sospechara.
La excusa popular de que no tenemos tiempo la hemos repetido tantas veces que finalmente la terminamos creyendo.
Todos somos lo suficientemente realistas para reconocer la aceleración de los tiempos y el estilo de vida rápido y vertiginoso que muchas veces irracionalmente hemos construido. Por eso se hace indispensable poner en valor real la lectura de la Palabra en el marco familiar y levantarnos de cualquier hipotético estado de comodidad para crear tiempos significativos con nuestras familias. Jamás será tiempo perdido.
Quiero animarte, sea cual sea tu circunstancia personal o familiar a poder separar de manera frecuente un tiempo de calidad alrededor de la Palabra de Dios, juntamente con tu familia. Será sin dudas un tiempo maravilloso.