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El Poder de la Fe: El Grano Capaz de Mover Montañas

La vida cotidiana está llena de milagros y maravillas que, a menudo, no apreciamos lo suficiente, porque nos hemos acostumbrado a ellos. Desde el milagro de la vida misma, hasta la belleza de la naturaleza que nos rodea, muchas veces damos por sentado su autoría divina. De la misma forma, hemos naturalizado ciertos procesos cotidianos que requieren un acto de fe. Sabemos que tras el anochecer habrá un nuevo amanecer, o que si plantamos una semilla encontraremos un futuro árbol. Se tratan de procesos que requieren creer, pero que ya hemos naturalizado. Sin embargo, nos cuesta aplicar ese granito de fe cuando nos enfrentamos a nuestros mayores desafíos.

Según el evangelio de Mateo 17:20, la fe, en su forma más simple y humilde, es como un grano de mostaza que tiene el poder de mover montañas, transformando lo imposible en posible. Esta afirmación es una metáfora poderosa que nos invita a comprender el verdadero potencial de la fe. El grano de mostaza, aunque es uno de los más pequeños de todos, tiene un poder inmenso cuando se coloca en el lugar adecuado: en las manos de Dios.

La fe puede parecer diminuta, pero es poderosa.

Es un error pensar que debemos tener una fe gigantesca o perfecta para experimentar los milagros de Dios. Lo importante no es el tamaño de nuestra fe, sino el poder de Aquel en quien confiamos. Si colocamos nuestra fe en las promesas de Dios, podemos ver milagros, sin importar cuán pequeños sean los comienzos. La clave está en poner esa fe en el poder de Dios.

La fe es la certeza de lo “no visto”.

La fe no se basa en ver para creer, sino en creer para ver. En Hebreos 11:1 se nos transmite: “Es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Esto significa que la fe es una confianza profunda en las promesas de Dios, aunque no siempre podamos comprender cómo o cuándo se cumplirán. La fe no es un simple deseo o esperanza; es una certeza inquebrantable en lo que Dios ha dicho. Cuando Dios promete algo, podemos estar seguros de que cumplirá Su palabra, incluso cuando no entendemos completamente el proceso.

A lo largo de las Escrituras, encontramos numerosos ejemplos de cómo la fe produce grandes milagros. Uno de los ejemplos más conmovedores es el de la mujer con flujo de sangre (Mateo 9:20-22). Esta mujer había estado sufriendo durante 12 años, y había gastado todo su dinero en médicos sin encontrar una solución. Sin embargo, su fe era tan firme que creía que si tan solo tocaba el manto de Jesús, sería sanada. Su fe, aunque sencilla, resultó en un milagro inmediato. Jesús le dijo: “Tu fe te ha sanado”.

Otro ejemplo es el del centurión romano que pidió la sanación de su siervo (Mateo 8:5-13). El centurión comprendía la autoridad de Jesús y creyó que con solo dar la orden, su siervo sería sanado, incluso sin necesidad de que Jesús estuviera físicamente presente. Jesús, impresionado por su fe, declaró que no había encontrado una fe tan grande en Israel. En ambos casos, la fe no era grandiosa ni perfecta, pero era suficiente para que Dios actuara de manera poderosa.

La fe crece en las pruebas.

Santiago 1:3-4 nos enseña que la fe se fortalece a través de las pruebas. Las dificultades no son castigos, sino oportunidades para que nuestra fe madure y crezca. A veces, el proceso de crecimiento de nuestra fe puede ser doloroso, como el vino que necesita ser fermentado. Pero no debemos olvidar que las pruebas producen paciencia, y la paciencia perfecciona nuestra fe. Aunque vivimos en una sociedad que busca soluciones rápidas, la fe se desarrolla a lo largo del tiempo y en medio de las dificultades. Jesús nos enseñó que no hay gloria sin sacrificio, ni frutos sin procesos.

¿Dónde pones tu fe?

En muchas ocasiones, colocamos nuestra fe en nuestras propias capacidades, habilidades o en lo que los demás piensan. A veces tratamos de resolver nuestras dificultades con nuestras propias fuerzas y nos olvidamos de que todo lo que hacemos debe ser por el poder de Dios, no por nuestras limitaciones humanas. Como en el ejemplo de las plantas en un jardín, la fe debe ser colocada en un ambiente adecuado para crecer. Del mismo modo, nuestra fe necesita ser nutrida y puesta en el lugar correcto: en el poder y la fidelidad de Dios.

Finalmente, vemos en la cruz de Cristo el ejemplo supremo de cómo una pequeña semilla de fe puede traer grandes frutos. A través de Su sacrificio, Jesús venció las montañas del pecado y la muerte, y nos dio acceso a la vida eterna. Al igual que el grano de mostaza, nuestra fe en Él puede producir frutos que bendicen a muchos por un impacto eterno.

Pon tu fe en Cristo hoy, siembra tu “granito” de mostaza frente a tu mayor montaña.

Marta Durán
Marta Durán
Nació en Cádiz, en un pequeño pueblo del sur de España. Licenciada en Periodismo y Márketing Digital, su gran pasión siempre ha estado entre sus manos desde temprana edad: observar el mundo desde tras la cámara. Ahora, su corazón arde por exaltar a Jesús en sus diferentes formas de expresión de arte y que su nombre sea afamado.

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