Israel tuvo una misión que hoy continúa la iglesia.

En artículos anteriores comenzamos a hablar de cómo entender la Biblia como Palabra de Dios. Para ello convinimos en que la Biblia es una colección de cartas, poemas, historias, visiones, oráculos proféticos, sabiduría y otra clase de escritos.

El primer paso para una buena lectura y comprensión de la Biblia es acercarse a esta colección de volúmenes, como las diversas clases de escritos que son, y leerlos como libros completos.

En general, la Biblia es una narración. Estos libros se unen para contar la verdadera historia de Dios y su plan para enderezar de nuevo al mundo. Esta historia se desarrolla naturalmente en seis actos principales. Pero no una narración cualquiera, sino la de un drama (o varios). Hasta ahora vimos el acto 1, la intención de Dios como hacedor de todas las cosas que conocemos, todo su potencial creativo para darle al ser humano vida y vida en abundancia. Y por otro lado el acto 2, que refiere al exilio que produce el pecado en la humanidad, y cómo ese exilio se traslada a una nación y luego al pueblo de Dios. Hoy seguimos con el tercer acto, que engloba varios siglos de historia.

Acto 3 — El llamamiento de Israel a una misión

Dios escogió a Israel para ser su pueblo, y llevar las buenas nuevas de salvación al mundo. Vemos la dirección del plan redentor de Dios cuando llamó a Abraham y le prometió que haría de él una nación grande. ¿Abraham, un hombre viejo, sin descendencia? ¿De él nacería una gran nación con gentes incontables como la arena del mar o las estrellas del cielo? Suena a un plan descabellado.

“Es un hecho que Abraham se convertirá en una nación grande y poderosa, y en él serán bendecidas todas las naciones de la tierra”, Génesis 18:18 NVI. 

Cuando los descendientes de Abraham son esclavizados en Egipto, se establece un patrón central en la historia: Dios escucha los clamores de ayuda y procede a liberarlos. Luego hace un pacto con esta nueva nación de Israel en el monte Sinaí. Dios llama a Israel para que sea la luz de las naciones y le muestre al mundo lo que significa seguir la forma de vida que Dios quiere. Si lo hacen así, los bendecirá en la nueva tierra y vendrá a vivir con ellos.

Los descendientes de Abraham, escogidos para enmendar el fracaso de Adán, parecen haber fracasado. Israel, enviado como la respuesta divina a la caída de Adán, no puede escaparse del pecado de Adán. Dios, no obstante, planta la semilla con un desenlace diferente. Dios promete enviar un nuevo rey, un descendiente del rey David, quien conducirá a Israel de nuevo a su destino.

El planteo divino tenía que ver con la llegada del Mesías, que sería linaje directo de Abraham, Isaac, Jacob y el mismísimo rey David. Como una línea real de entre los patriarcas de Israel. Un Mesías que vendría a la tierra a morar entre los humanos para proveerles salvación eterna mediante su muerte y así cumplir el plan perfecto de Dios Padre.

Ese que traería paz y libertad a un pueblo esclavizado por el pecado

La misión de Dios a través de Israel se cumple en la misión de su siervo y continúa a través de la misión de la iglesia. La iglesia hoy es aquel remanente del pueblo de Israel que permanece en la tarea de ser una gran nación. Una nación que no es política sino espiritual. Esa que tiene la doble responsabilidad de predicar las «buenas nuevas” (el Evangelio) del Reino de Dios y de cuidar espiritualmente los discípulos: “Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, Mateo 28:19 NVI.

Sin lugar a dudas, la misión de la iglesia es más extensa y hay una senda histórica riquísima que recorrer y que fue pasada por alto en este artículo, pero que es un gran desafío descubrir. El Antiguo Testamento detalla la historia de una nación llamada Israel. Mientras que el Nuevo Testamento nos revela la nacionalidad espiritual que adquirimos al rendirnos a Jesucristo. Entender esa transformación es vital para entender la misión de la Iglesia ayer, hoy y mañana.

¡Dios te bendiga!

Esteban Fernández
Nació en la ciudad de Lobos de la provincia de Buenos Aires. Es esposo, padre y abuelo. Lleva 36 años de casado con su amada esposa, Patricia. Tiene cinco hijos. Es un siervo que lleva el periodismo en su sangre. Tiene una licenciatura en Teología; un grado de Doctor Honorario en Literatura Sagrada, del Logos Christian College, y otro académico en Ministerio, Organizacion y Liderazgo de Faith Theological Seminary.