Si Dios es un ser todopoderoso, soberano y victorioso, ¿será que le afectó cuando Jesús murió? ¿Es posible que el majestuoso Rey eterno y santo sintiera tristeza y dolor?
Hace un año, pasamos por la muerte de nuestro hijo. Fue un evento inesperado que nos dejó con más preguntas que respuestas. En el torbellino de confusión y tristeza, me di cuenta de que debía preparar un discurso para los momentos protocolarios que apenas arrancan el proceso de duelo. Cuando me senté a considerar lo que debía compartir en el funeral, lo primero que llegó a mi mente fue: pero Dios Padre me entiende perfectamente. Él también perdió a su Hijo. Sin embargo, es prudente preguntar: ¿realmente esto es algo que podemos deducir de las Escrituras?
En estas fechas de la Pascua, apartamos momentos para intencionalmente recordar la pasión de nuestro Salvador, con un enfoque en el sufrimiento y victoria de Jesús. Como parte del plan divino y perfecto, la crucifixión y resurrección coincidía con fiestas judías que fueron establecidas para que el pueblo de Dios nunca olvidara que es necesario derramar sangre para ser salvos de la muerte. La primera Pascua en Egipto fue un vistazo del sacrificio supremo que Dios mismo pagaría con la sangre de su propio Hijo. Este plan no fue algo repentino o un plan B porque la situación se había salido de control. Dios tenía un plan desde el principio. Y este plan contemplaba mucho sacrificio y dolor. En esta primera Pascua y repetidas veces en las Escrituras, Dios consistentemente se revela como un Ser supremo, pero también un Dios que responde con sentimientos reales ante la situación actual.
Más de mil años después, Jesús está parado frente a una audiencia curiosa y revela que “… el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, eso también hace el Hijo de igual manera” (Juan 5:19, LBLA). Esta aclaración sobre el actuar de Jesús precede a muchas de sus reacciones emocionales. Por ejemplo, cuando Jesús se entera de la muerte de Lázaro, no derrama apenas una lágrima, sino se rompe en llanto ante la pérdida de su amigo (Juan 11:35). Si Jesús únicamente hacía lo que su Padre, podemos asumir que Dios Padre también llora y se quiebra ante las pérdidas. Obviamente, Dios sabe que la muerte ha sido vencida. Él conoce el final de la historia. Pero ese conocimiento e incluso el control que tiene sobre el destino del universo no resta a su capacidad de sentir profunda e intensamente las emociones que naturalmente acompañan una pérdida.
Llegamos a la escena del primer Viernes Santo, cuando Dios ve que finalmente la hora ha llegado. Y su reacción es congruente con su carácter. Siendo Dios, Jesús reacciona de una manera emocional en todos los eventos antes de la crucifixión y durante esta. Se rompe. Se quiebra. Y Dios Padre solo observa. Si a lo largo de la historia Dios ya ha dado muestras de reacciones emocionales fuertes ante la rebeldía del hombre, ¿cuánto más cuando los portadores de su imagen crucifican a aquel que comparte su ADN divino? ¿Será que a Dios Padre no le rompió el corazón ver cuando su Hijo, que fue obediente en cada acción, actitud y pensamiento, fue asesinado delante de sus ojos? ¿Será que Dios Padre no se quebrantó al ver el sacrificio que su amor por la humanidad requería de Él? ¿Será que Dios Padre no se estremeció al ver a su precioso Hijo sufrir y morir?
Si Jesús lloró ante la muerte temporal de un amigo, cuanto más lloró el Padre cuando vio a su amado Hijo morir en la cruz.
Antes de llegar a la victoria que vivimos por medio de la resurrección de Jesús, su muerte tiene muchísimo que enseñarnos sobre el corazón de Dios. Dios no solo escogió este camino de dolor y sufrimiento, sino lo creó como el camino perfecto para la culminación de la historia del mundo. Si sentimos que Dios es demasiado santo y perfecto como para entender el duelo que vivimos, recordemos la cruz. La cruz no solo fue el instrumento que Dios utilizó para proveer la salvación del mundo sino un causante de profundo dolor para el mismo corazón de nuestro Padre celestial.
La vida eterna es conocer a Dios y a su Hijo, Jesucristo, y entre más lo conocemos, más nos asombra su carácter y amor sacrificial. Dios es un Padre que se duele. Pero también es un Dios que consuela. Dios no sintió dolor y sufrimiento para condenarnos o hacernos sentir culpables, sino porque Él así escribió la historia del universo.
No te apresures a brincar del viernes al lunes. No hay victoria sin sacrificio. No hay libertad sin pagar un precio. No hay consuelo sin pérdida. Cuando Dios decidió pagar la cuenta de nuestro pecado, sabía lo que venía. Cuando Jesús murió, el corazón de Dios se rompió. Este mismo Dios ahora nos abraza con pleno entendimiento y comprensión ofreciéndonos toda consolación porque a Él le complace consolar. Nuestro Dios conoce el dolor y es el autor de toda consolación.