Pasaron las fiestas y la sociedad vive un clima colmado de ansiedad ante el reciente fin de un año y comienzo abrupto de otro.

Por estas fechas tendemos a realizar un análisis profundo del año que acaba de terminar. En este punto, somos honestos con nosotros mismos y caemos en cuenta de todo aquello que hicimos, lo que no, lo que deberíamos hacer o eso que es mejor no haber hecho. Quizás sea por una mezcla de cansancio por todo lo vivido, felicidad por lo que salió de acuerdo al plan, frustración por lo que tuvo un resultado inesperado o la ansiedad e incertidumbre por el cambio de almanaque que nos lleva, frente a esta cuenta regresiva, a disparar cual ametralladora una balacera de promesas para el próximo año.

Al terminar diciembre surgen, al igual que hace 365 días atrás, frases como “este año retomo la dieta o el gimnasio”, “este año me pongo las pilas con las materias que me quedan”, “a partir de enero voy a invertir más tiempo en mi relación con Dios” ¿Te suena familiar? Probablemente sí, porque todos en algún momento prometimos cambiar actitudes, hábitos o nuestro estilo de vida con la esperanza de que nuestras ganas se renueven a partir de hoy, el primer día del nuevo año.

Lamentablemente fueron pocas las veces que esas promesas se hicieron realidad, porque la clave del éxito que esperamos no se encuentra en un almanaque renovado, sino en un corazón comprometido con ese deseo. Así pasan los años, postergando ese abrazo, ese mensaje, y el tiempo corre sin descanso. Son segundos que van quedando en la historia. De cara a esto, me veo obligado a hacerme la siguiente pregunta: ¿Cuán consciente soy de la cruda realidad del tiempo?

Escuché una vez que el cementerio es el depósito de sueños más grande que pudiera llegar a existir. Porque en él se encuentran libros sin escribir, canciones y melodías que nunca se pudieron componer, récords sin ser alcanzados, relaciones sin ser restauradas, palabras que nunca se dijeron o descubrimientos que quedarán escondidos dentro de un frío cajón de madera. Todo esto porque muchos pensaron que “mañana o el año que viene» podrían tener la oportunidad, pero el tiempo les jugó una mala pasada.

Quienes creemos en la eternidad sabemos que la muerte no es el final. Estamos de paso y un lugar mejor aguarda nuestra llegada. Pero debemos entender que, si estamos caminando en esta tierra es porque hay planes y propósitos que tendrán efecto aún más allá de nuestras propias vidas si se llevan a cabo.

No existe máquina que pueda ayudarte a ahorrar tiempo, ni siquiera a pausarlo. Todo tiene fecha de caducidad y dejar para mañana lo que debés hacer hoy probablemente sea de tus peores decisiones en esta caminata terrenal.

No esperes al 2023 o 2024 para amar, abrazar, estudiar, investigar, perdonar, restaurar, construir, influenciar. Hoy, ahora es el momento de avanzar. La muerte es lo más seguro en esta vida y al tiempo hay que aprovecharlo, usarlo, gastarlo para que puedas dejar huellas y no un simple recuerdo.

Los espectadores viven, desde la comodidad de sus lugares, inundados de monotonía para un día, al borde del final, darse cuenta de que sus años pasaron con prisa mientras esperaban a que llegara el momento indicado para actuar. Pero vos no sos un simple espectador. Dios te creó para TRASCENDER, para SER PROTAGONISTA de una única función llamada VIDA que no tiene ensayos previos. 

El salmista declara: “Enséñanos a entender la brevedad de la vida, para que crezcamos en sabiduría”, Salmos 90:12 NTV.

Tener una mayor comprensión de lo fugaz y rápida que es la vida nos lleva a tomar decisiones contundentes. A no dejar pasar aquello que debe manifestarse hoy. Cuando entendemos que nuestras decisiones de hoy son herencias para mañana permitimos que la sabiduría tome su lugar en nuestros corazones.

En una oportunidad escuché a una psicóloga hablar sobre la “conciencia de muerte”, esto, lejos de ser algo oscuro o negativo tiene que ver con ser conscientes de la brevedad de esta vida y la importancia de vivirla como si fuera nuestro último día. 

Querido lector, muchos anhelan un nuevo año para cambiar sus vidas, pero un nuevo calendario no cambiará en la vida de nadie aquello que solo una decisión del corazón y las consecuentes acciones podría cambiar. Un nuevo calendario no podrá cambiar a un corazón (mente) que decidió no arriesgarse y estancarse. Por ello te dejo el desafío de Romanos 12:2:“No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta”.

Hoy tenés la oportunidad  de comenzar a escribir una nueva página. Permitile a Dios cambiar tu manera de pensar (corazón) para que puedas saber cómo caminar en esta tierra haciendo valer cada segundo de tu vida.