Es el deseo de todos, la intención de muchos, pero el logro de pocos, o de nadie si somos honestos.
Si pusiste atención, te darás cuenta de que dije siempre, hacer el bien SIEMPRE, lo difícil no es hacer el bien, sino hacerlo con constancia. Porque, imperfectos como somos, un día logramos hacer el bien, pero al día siguiente no.
Nos posee una naturaleza que no nos deja ser persistentes en hacer el bien, esa naturaleza pecaminosa que nos hace voltear a donde no debemos, decir palabras que matan a otros, desear lo que no nos pertenece, tomar decisiones que nos destruirán, y nos lleva a hacer lo que odiamos que otros hagan.
Esa misma naturaleza nos desafía todos los días diciéndonos: “no podrán conmigo”. Es por eso que tú y yo necesitamos tener la certeza de que jamás debemos hacer una tregua con ella, es decir, debemos estar conscientes de que todos los días hay que luchar contra ella y someterla hasta poder decir: “¡gané!”.
Al ser una lucha diaria algunas veces perderemos, por eso debemos ser capaces de entender y reconocer que todos, absolutamente todos, tenemos ese “blanco y negro” en nuestra vida, en nuestra mente y en el corazón. ¡Es por eso que la lucha es de todos los días!
El blanco es esa parte de pureza que todos tenemos, el esfuerzo que ponemos en hacer el bien, en ser fiel a Dios, en serle fiel a la misma bondad, todos tenemos reservadas las buenas intenciones para sacarlas en el momento más necesario, ese BLANCO es esa parte donde todos queremos hacer el bien, esa parte donde queremos agradar a las personas que amamos y honrar nuestros valores más puros. ¡Alimentemos el blanco todos los días!
El negro es esa parte oscura que también todos tenemos, esa zona de nuestro ser que nos dice que no tenemos por qué hacer el bien, que no tenemos por qué perdonar a quien nos ofendió, esa zona negra donde se tratan de esconder la avaricia, los celos, la envidia, la idolatría, la lascivia, los celos, la venganza, el odio, el rencor, esa zona que tiene un letrero que dice: “no soy así, pero no sé qué me pasó”.
«Todos en algún momento hacemos lo malo, pero a aquellos que queremos hacer el bien nos duele fallar, y esto es muy positivo, pues ese dolor provocado por haber fallado nos recuerda que hay una nueva naturaleza en nosotros a la que tenemos que regresar».
Gustavo Falcón
“Porque no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero, eso hago”, Romanos 7:19-20. Esta es una de las expresiones más honestas que he escuchado de un líder espiritual, y no de cualquiera sino de Pablo, quien escribió la mayoría de los libros del Nuevo Testamento de la Biblia. ¡Cómo me identifico con esta expresión tan honesta y realista!
Siendo quien era, teniendo el prestigio que tenía y a pesar de enseñar lo que enseñaba, Pablo se atrevió a expresar esta realidad en su vida, dejándonos saber lo vulnerables que somos a pesar de nuestra búsqueda de hacer el bien, y dejándonos claro que no podemos darnos por vencidos.
«La falsa santidad de muchos y la falta de honestidad de otros frustra a aquellos que desean luchar todos los días por hacer el bien. Esos que tratan de reflejar una vida perfecta desaniman a aquellos que piensan que no nacieron para hacer bien las cosas».
Gustavo Falcón
¿Algún día te has sentido miserable por no haber hecho lo correcto, por no haber podido ayudar a tu prójimo, porque pudiendo haber activado la zona blanca de tu vida permitiste que se activara el negro? Cuántas veces he dicho en mi vida “¡miserable de mí!” Y así es todo en la vida, esta vida que la vemos a través del blanco y negro, dos ventanas que nos dan perspectivas distintas, las dos tienen sus encantos, pero solo una es la correcta.
Blanco y negro son dos perfectos contrates, y la vida es así, un día puede ser casi perfecto y al día siguiente puede ser tan desastroso como jamás imaginamos.
El blanco es como un bosque hermoso; el negro, como un callejón con sus matices confusos pero que siempre termina por atraparnos. Salgamos de ese callejón a como dé lugar, ese no es nuestro sitio, nos destruirá, nos comerá, nos desaparecerá, salgamos de él y vayamos al lugar al que pertenecemos.
El problema no es que todos los días estemos luchando, el problema trágico es que dejemos de hacerlo.
El mismo Pablo nos aconseja: “No nos cansemos de hacer el bien”, tiene su recompensa.
Con cariño
Falcony
¡Nos leemos pronto!