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Dios no se aparta del pecador, se acerca aun más.

El pecado no produce odio de Dios hacia nosotros, sino compasión. De la misma manera, cuando vemos a alguien con una enfermedad terminal dando sus últimos respiros, todos acudimos en compasión y ayuda a esa persona. Cuando un doctor ve un enfermo, no corre de él: corre hacia él. Como seres humanos, tenemos una enfermedad que, eventualmente, terminará matándonos a todos, y es el pecado.

El pecado es una enfermedad terminal: contra el pecado, no hay cura; mientras estemos en este cuerpo, siempre volveremos una y otra vez a caer en él. Por tanto, Jesús no vino a sanarnos de la enfermedad, sino a salvarnos de ella. Vino a darnos una completa nueva identidad como hijos de Dios; ya no somos nosotros los que vivimos, sino Cristo en nuestro ser.

Este cuerpo morirá con la enfermedad en él, pero nuestro espíritu vivirá para siempre en la presencia de Dios, si es que recibimos el regalo de la salvación.

En Cristo, volvemos a nacer con un nuevo nombre, una nueva identidad, una nueva ciudadanía, un nuevo Rey. El pecado nunca fue parte del plan original de Dios. Aunque fuimos nosotros los que lo introdujimos al mundo, Dios no nos dejó sin un plan de rescate. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Jesús no vino a condenar, sino a salvar. Muchos creen que Dios manda al infierno a aquellos que no creen en su Hijo, pero no es así. Dios no nos manda al infierno: nosotros mismos, por nuestra condición de pecadores, ya estábamos de camino hacia allí.

Todos nacemos con el infierno como parada final. Pero solo a aquellos que desean extender su mano y agarrar la mano de Jesús, Dios puede cambiarles su destino final.

Seba Franz

“El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios” (Juan 3:18). Si no aceptamos el regalo de la salvación, ya estamos condenados.

Pero hoy puedes decidir cambiar tu destino eterno; hoy puedes cambiar el rumbo de tu vida, decidiéndote por Jesús, recibiendo el perdón de tus pecados. Nunca podremos vivir una vida lo suficientemente buena para heredar el cielo, porque todo lo que tocamos queda contaminado con nuestra enfermedad del pecado. Pero el Santo vino a tocarnos a nosotros, para que seamos santos y sin mancha. Nuestra santidad es el reflejo de su santidad. Nuestra salvación es el poder de su perdón. 

Ora conmigo: 

“Jesús, reconozco que soy un pecador, que estoy infectado con el pecado desde mi nacimiento. Hoy me arrepiento voluntariamente por todos mis pecados, presentes, pasados y futuros, y recibo el perdón de mis pecados por tu sangre derramada en la cruz. Jesús, te acepto como mi Señor y Salvador. Mi esperanza está puesta únicamente en ti, y de ti solamente depende mi salvación. Gracias, Jesús, por salvarme y darme vida eterna. Amén”.Dios no se aparta del pecador, se acerca aun más.

Sebastián Franz
Sebastián Franz
Es pastor y líder juvenil. Junto a su esposa Andrea lideran el ministerio Volviendo a la Esencia en Oklahoma, Estados Unidos.

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