El 19 de noviembre se celebra en el mundo la puesta en acción de medidas para proteger la integridad de los menores.
Parece una paradoja usar la palabra “celebración” cuando se habla de la prevención de una tragedia tan terrible y que va en aumento cada día, pero, sin duda, lo que hay que celebrar es que la iglesia de Cristo se está despertando a esta realidad y está trabajando cada vez más en la educación sexual temprana, que favorece considerablemente la protección de los niños en cuanto al cuidado de su integridad.
Como Iglesia abordamos este tema con la seguridad de que estamos donde Dios quiere que estemos y haciendo lo que Él quiere que hagamos, por eso escuchar cada historia es un aliciente para seguir trabajando con mayor esmero.
Hoy te quiero presentar la historia de Luz (no usamos su verdadero nombre, ya que buscamos cuidar a quien pasó por algo tan fuerte y hoy se anima a contarlo para ayudar a otros). La de Luz no es una historia más, es la historia de superación de la mano de Dios como centro del proceso de restauración.
Tengo 23 años, y a la edad de 6 y 7 años sufrí dos episodios de abuso por diferentes personas. A raíz de esto, durante muchos años viví mi vida con falta de identidad y valor propio. Aparentaba ser una persona firme, siempre “bien parada” de decisiones y con un fuerte carácter. Creía que yo era eso, pero en realidad no tenía ese concepto de mí misma. No quería eso para mi vida, pero tampoco sabía cómo salir de esa disyuntiva entre lo que creían que yo era y lo que realmente estaba en mi interior. Mi sanidad comenzó cuando empecé a acercarme a la educación inicial con niños. El año que comencé a estudiar, Dios comenzó el proceso de restauración en mi vida. Creo y entiendo profundamente que el propósito de Dios era sanar mi corazón de niña que había sido lastimado. Iba a ser un proceso duro, pero hoy veo que valió la pena. Lo que más me costó sanar fue la culpa, cargar con la idea de que quizás yo había provocado que sucediera y que por eso no lo pude evitar. En consecuencia, la culpa traía vergüenza sobre qué iban a decir y eso me frenó para contarlo, me cargué de muchos sentimientos de dolor, tristeza, odio, baja autoestima, depresión, pensamientos de suicidio, entre otros dolores. Hoy, cuando estoy del otro lado, entendiendo que solo Dios hizo de mí una persona totalmente nueva y restaurada, por eso le diría a quienes sufren que comiencen por hablarlo con alguien que sepa guardar su confianza, porque no es fácil sacar del corazón algo tan doloroso como un abuso; que sepan que aún hay esperanza y que no hay mejor persona que Jesús para entregarle mochilas pesadas. Él fue el único que tomó en sus manos mi corazón destrozado para transformarlo y hacerlo resplandecer. Me dio identidad como su hija y el valor de saber que soy amada. Me llevó 16 años poder contarlo, ahora sé que nunca es tarde para sanar.
Claro que sí, claro que nunca es tarde. Conocí a “Luz” en medio de su proceso. Dios me dio la bendición de acompañarla en ese tiempo duro y es innegable la obra de Él en su vida, tanto que hasta el semblante le cambió (la conocí como una persona dolida, triste y desanimada, pero hoy se desborda de alegría en cada lugar donde está).
A ella le llevó 16 años de sufrir sola el dolor, las ideas de muerte y las consecuencias tremendas del silencio. Ella hoy nos dice “no dejes de hablar, de sacar eso que te está aprisionando”. Es el mismo Dios quien te lo dice, porque quiere lo mejor para tu vida y en el silencio del dolor nada bueno puede salir de allí. Cuando le pedí que escriba resumidamente su historia, me recordó una frase:
El ciclo de sanidad se ve completado cuando lo que viviste, con la sanidad de Jesús en el medio, te sirve para ayudar a otras personas.
Déjame decirte que Jesús no quiso que pases por eso, una de las preguntas que siempre nos hacemos es: ¿por qué si Él me ama tanto no impidió que me lastimaran de esa manera? Respuesta no tengo a esa pregunta visceral. Pero lo que sí te puedo decir es que Jesús lloró a tu lado, te secó cada una de las lágrimas y hoy te dice: “yo nunca dejé de estar”. Eso tan triste que viviste, eso que pensaste que era para muerte, Jesús tiene el poder de transformarlo en bendición para otros que vas a poder ayudar.
Si fuiste o sos una persona que su vida fue marcada por un abuso, déjame decirte que hay esperanza. Jesús lleva en Su cuerpo las marcas de amor para así poder sanar las tuyas. Con Él, las lágrimas que derramaste se convierten en lágrimas de alegría viendo cómo Dios sigue restaurando a las personas que le creen. Como a “Luz”, que sin duda su presente y su futuro brillan cargados de esperanza.
Recordá siempre: nunca es tarde para sanar.