¿Por qué cuesta tanto dialogar en casa cuando en otros ámbitos, como en el trabajo, pareciera que hablar es algo más fluido?
Suele decirse que “los hombres» tienen más dificultad para comunicarse, especialmente para hablar de sentimientos. Es una generalización que empíricamente encuentra fácil refutación, puesto que es un hecho que hay algunos hombres muy comunicativos y también algunas mujeres que les cuesta expresar cuestiones profundas. No se trata de los hombres, es decir todos, sino de muchos, tal vez la mayoría.
Algunos atribuyen estas diferencias a cuestiones del cerebro o de como inciden en el mismo diferentes hormonas según el sexo. Pero si esa fuera toda la explicación, poco podríamos hacer al respecto para generar algún cambio más adaptativo.
Podemos pensar como un factor de incidencia los condicionamientos de la crianza y experiencias sociales de la infancia. Si bien en los últimos años hay más conciencia de la cultura machista y hay avances, queda mucho camino por recorrer.
No era extraño, hace unos años, aunque aún ocurre, que cuando un niño expresaba su angustia, por ejemplo llorando o mostraba vergüenza, miedo o impotencia, recibiera como respuesta una identificación de su manifestación como algo típicamente femenino. Esta asimilación tenía connotaciones negativas, por ejemplo “los hombres no lloran», “no seas nena», etc.
Otras veces, siguiendo la línea, la estigmatización venía por el cuestionamiento sobre la identidad sexual con frases como “no seas maricón” y otras semejantes. De todo esto el niño va infiriendo que expresar emociones es propio de personas denostadas por aquellos con los que debiera identificarse, los hombres que le enseñan como es ser hombre. Como si fuera poco, muchas veces, las mismas mujeres refuerzan con comentarios similares estos conceptos.
Dichas rotulaciones no sólo condicionan la expresión sino que utilizan el género femenino y la condición homosexual como insulto. Entonces ser hombre es no ser de los dos grupos denostados, ergo, es ser superior. Si hablar de lo que uno siente, como el miedo, la angustia, la vergüenza, etc. es cosa del otro género o de homosexual, no es de extrañar que al niño le cueste expresar sus emociones.
Es de esperar entonces, que la fluidez del lenguaje suela correr por otros campos. Es así que, cuando ese niño crezca no será extraño que se convierta en un hombre capaz de hablar con soltura temas de interés común con sus pares; a saber, deportes, política, religión, etc.y al mismo tiempo evite conversar sobre sus sentimientos.
Pensándolo de este modo, se puede entender por qué un hombre puede poner tanta emoción en una discusión sobre política con amigos. Todos saben la postura del otro, los argumentos no sorprenden, ya se ha discutido lo mismo muchas veces y todos saben que no van a convencer al otro, pero parece haber un deleite en la reiteración voluntaria de acalorados debates.
Es que un Boca vs. River, peronismo vs. antiperonismo, arminianismo vs. calvinismo permiten expresar emociones sin que la hombría esté cuestionada. Al contrario, las mujeres suelen identificar estas disputas como temas de charlas de hombres.
Ahora bien, parece obvio que estos condicionantes no favorecen a nadie. Muchos hombres se pierden los beneficios de expresar sus emociones, incluso frecuentemente de identificarlas y de poder ser auténticos. Al mismo tiempo, muchas mujeres se frustran por no poder hablar con su novio, marido, hermano, padre o hijo de cosas tan importantes para ellas como los sentimientos, pues quisieran conversar con la fluidez que lo hacen con una amiga pero es muy difícil de lograr.
Se asustan o huyen con frecuencia cuando ellas preguntan “cómo te sentís?” O lo que es peor, “qué sentís?” Es habitual que a la pregunta “cómo te sentís?” un hombre respondía “bien» o “mal», sin explayarse. Por eso la pregunta “qué sentís?” suele ser más perturbadora ya que exige identificar emociones y esto tiene inquietantes asociaciones inconscientes.
Estimado lector le recomiendo intentar identificar que siente al leer esta nota, escuchar una predicación, ver una película, tener un inconveniente en el trabajo, etc. Intente percibir sus emociones cuando conversa con su pareja. Y si se anima a hablar de ello habrá comenzado a ampliar su paleta de colores.
Creemos en Jesús, que dijo a sus discípulos en Getsemaní, “Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo” (Mt.26.38 RVR1960)