En los últimos años Dios nos ha dado el privilegio de servirlo en campamentos, retiros, congresos, etc. Y ahora, en los últimos tiempos, a través de la congregación que estamos pastoreando. Hemos encontrado en muchas de las personas un común denominador: gente profundamente lastimada.
Gran porcentaje del daño que hemos observado se ha producido a través de las palabras. Palabras que salen sin anestesia y han quedado grabadas durante muchos años en nuestros corazones. Especialmente de aquellos que debían cuidarnos, por ejemplo nuestros padres y tutores, que en lugar de hacer esto, nos rompían.
Nos rompían los sueños con palabras de desaliento, nos rompían el entusiasmo con sus palabras de frustración, nos rompían la vida con palabras de muerte. Frenaban nuestro desarrollo a través de comparaciones, insultos o críticas desmedidas. Pero no solo de nuestros padres las hemos escuchado, sino también de amigos, personas queridas, etc. Tan profundo ha sido el daño provocado, que han logrado distorsionar nuestra identidad, corromper nuestra esencia.
Pero hay una solución
Hay un punto de quiebre, un momento para pensar que algo podemos hacer. Y para esto quiero presentarte un camino. Quiero mostrarte el milagro más maravilloso que la humanidad ha presenciado. Llega Jesús. Llega a un pueblo absolutamente agobiado. Llega a estar con un pueblo oprimido, dolido en el corazón y en la piel. Llega a comer con ellos, a no juzgarlos, a abrazarlos. A no poner el dedo en sus llagas sino a curarlas.
Se encuentra con un pueblo dañado tremendamente por las palabras que los líderes religiosos de la época lanzaban al aire, sin importarles las personas. Entonces, refleja Lucas capítulo 4 que Jesús ingresó a la sinagoga y comenzó a leer las Escrituras en voz alta a todos los allí presentes. Dice el versículo 22:
“Todos [estaban] impresionados por las hermosas palabras que salían de su boca…”.
En ese mismo instante algo comenzó a romperse en el ambiente: vidas desintegradas, sin propósito, comenzaron a vislumbrar una luz en medio de la tan densa oscuridad. Una sociedad apagada, por las palabras de Jesús comenzaba a resurgir.
Cada uno de nosotros se ha llenado con las palabras que hemos ido escuchando. Muchos hemos sido profundamente afectados por aquellas que son contrarias a las de Jesús, palabras de desgracia, de maldición.
Las palabras que nos han robado la esencia en Dios y nos han oscurecido.
Por eso, hoy debemos ser guiados por las palabras de gracia de Jesús. Él vino a sanar a los quebrantados de corazón. Vino para que nosotros tengamos paz a través del castigo que Él sufrió. Vino para demostrarnos su pleno amor en medio de nuestro más inmenso dolor.
“Siempre serás…”, “Vos nunca vas a poder…”, “Otra vez hacés eso…”, frases absolutas que nos han definido. Palabras que nos han atornillado a la comparación. En este momento oraremos juntos renunciando a toda palabra que ha sido lanzada contra tu vida, haya sido inconscientemente o a propósito:
Señor Jesús, en tu nombre renuncio a toda palabra que haya sido dicha sobre mi vida, que haya distorsionado algún aspecto de mi identidad. Renuncio a palabras como “Sos un tonto” o “Sos un inútil”, “No servís para nada”, “No sé para qué te tuve”, “Por qué no serás como tu hermano”. Renuncio a palabras que me han marcado y que el Espíritu Santo ahora mismo trae a mi memoria, para que yo comience a ser sanado, y que mi autoestima se construya desde las palabras de Jesús. Recibo las palabras de gracia, renuncio a las de maldición o desprecio. Por el poder y el amor de Cristo, incorporo a mi corazón las palabras de Dios. Señor Jesús, entiendo que este proceso continuará, y a medida que el Espíritu Santo me haga recordar palabras que han sido lanzadas, renunciaré a ellas y allí mismo declararé la Palabra de Dios que es lumbrera para mi camino. Gracias por un nuevo recomenzar, en el nombre de Jesús, amén.