El consumo de material pornográfico es un hecho, discutir su irrupción en la vida cotidiana sería un tanto absurdo, por eso lo que haremos será mirar algunos indicadores.

Antes de la pandemia, un estudio realizado por Flacso reveló que la pornografía estaba en el primer puesto de búsquedas en internet y superaba en más de 70 puntos al puesto número dos. Uno de los sitios de consumo de pornografía más grandes del mundo situó ahora a la Argentina en el puesto número 19 a nivel mundial y, como dice Mabel Lozano, escritora, directora de cine, actriz y activista en defensa de los derechos de las mujeres, en una de sus publicaciones: “La pornografía es el gran virus del siglo XXI, un virus que se inocula por los ojos”.

No es novedad que la oferta de pornografía con la llegada de internet ha tenido una verdadera explosión, pero además de esto es un negocio multimillonario que se construye a partir de los secretos y pesares que conviven cuando se apagan las cámaras, así lo describe el diario Infobae en un artículo sobre el tema.

Durante el confinamiento estricto del 2020, el sitio web de pornografía para adultos más visitado a nivel mundial liberó la totalidad de sus contenidos durante un mes, para incentivar al público, según ellos, a quedarse en su casa y así evitar los contagios. Y los datos arrojados de ese año demuestran que el tráfico en las redes ha aumentado más de un 61%, con preferencia de consumo durante días y horarios laborales o de teletrabajo.

Si bien es tristemente cierto que los adolescentes y jóvenes aprenden de sexualidad con la pornografía, esta incursión temprana se puede evitar mediante los controles parentales, verificación de edad, charla con niños y jóvenes, como algunas de las medidas que se pueden tomar para evitar la exposición a temprana edad. 

Tiene consecuencias

Pero ¿qué pasa con los adultos, ¿qué pasa con las parejas, ¿qué pasa cuando esa libertad que se cree tener al mirar contenido pornográfico se hace tan fuerte que lejos de ser una “libertad” se transforma en algo que inhabilita a la persona a poder continuar con su vida? ¿Qué pasa con la pareja en esta situación? ¿Qué pasa con el vínculo?

Sobre las consecuencias del consumo de pornografía se habla muchísimo, pero según los datos compartidos podemos ver que las medidas que estuvimos tomando hasta ahora no alcanzan, no funcionan. Tal vez porque están centradas en los niños, adolescentes y jóvenes, tal vez porque no se ayuda a pensar y razonar, tal vez porque se trabaja desde el miedo, tal vez porque se está “apagando la alarma” pero el incendio sigue y consume lentamente, por dentro. 

Este último punto me invita a pensar la siguiente pregunta: ¿Qué hace que una persona adulta, en pareja estable, consuma pornografía? ¿Qué sucede en esa pareja que no se puede conversar, plantear ideas, dialogar sobre la sexualidad con libertad? ¿Qué pasa con los integrantes en su individualidad y también en ese vínculo entre ellos que recurren a material editado, armado, actuado, estereotipado y donde el consentimiento está casi ausente?

La pornografía muestra un mundo irreal, la sexóloga Cecilia Ce explica: “cuerpos ficticios, la ausencia de preservativos y prácticas que en la realidad suelen ser dolorosas son algunas de las mentiras del porno… esta industria está marcando un guion sexual de cómo deberíamos comportarnos en la cama. De alguna manera, mal aprendemos cómo el sexo debería verse y debería llevarse adelante.

Altera la percepción de lo que son los cuerpos reales, los tiempos reales, los vínculos reales, los placeres reales. Es como si quisiéramos aprender a manejar mirando Rápido y Furioso”.

Tenemos que hablar

Poder contar con un espacio en la pareja para conversar sobre la sexualidad es fundamental y es sano, porque nadie nace sabiendo. Pero lamentablemente estos temas siguen siendo tabú y la ignorancia combinada con fuentes irreales corroe por dentro a las personas y daña sus vínculos. 

Viviana Barrón de Olivares, rectora del SITB, dijo en un taller organizado por Juntas en el Camino: “no hablar del tema no te hace más santo, te hace ignorante”. Dejemos de ser ignorantes, que se hable, que se generen espacios donde se informe y aprenda acerca de prácticas seguras, respetuosas, placenteras y consentidas. Que las iglesias sean esos espacios donde poder aprender y expresarse en libertad.

La verdad nos hace libres, y es fundamental que tanto en nuestras comunidades como en cada pareja exista la libertad de expresión en la sexualidad. Armar equipos, poder contar con personas capacitadas para abordar estas temáticas desde lo profesional y no solamente desde la experiencia propia. Poder conversar sobre sexualidad, poder hablar con verdad es lo que nos dará esa libertad que tanto anhelamos y esa capacidad de crecer y enriquecer el vínculo.

Es mi deseo que, si estás transitando por alguna dificultad en tu pareja puedas acudir a un profesional que sumado al abrazo de nuestro Dios sea el principio de un proceso sanador de libertad y verdad.

Esposa de Santy, mamá de Bruno y Ciro. Profesora, orientadora familiar con posgrado en Educación Sexual UBA y coordinadora del Área de Formación en “Juntas en el Camino”. Participó en el Equipo Psicosocial de la Casa Nacional del Futuro, Ministerio de Desarrollo de la Nación. Autora del libro y curso Proyectando mi Vida, de RUE/FIET.