Hay noches en que por alguna extraña razón, tenemos la necesidad de resolver todo lo que está yendo en dirección opuesta a como debería.
Es como una urgencia que nos asalta y llenamos la almohada de ideas, tareas por hacer y mensajes por enviar; o hay otros días donde la rutina parece consumir las horas cual feroz monstruo que no nos permite ni parpadear. Y tanto esas noches con esa extraña urgencia como los días tan ocupados y cansados tienen su belleza.
La vida pasa. Nos levantamos, vamos al trabajo, pasamos horas en el tráfico o los trenes, disfrutamos algún hobby que nos distraiga los fines de semana, nos esforzamos para conseguir un pago a fin de mes, y todo ese esfuerzo para que comience nuevamente todo el ciclo el siguiente mes. Y así se nos va la vida. Pareciera que nuestros días se repiten y salirse de la rutina atenta con la estabilidad de todo. O bien, hemos construido un ritual tan elaborado que de manera deliberada nos hace evitar todo lo que nos provoque reflexionar y meditar en lo que está más allá de los sentidos.
David dijo en el Salmo 90:12 “Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría”. Y es que sumergidos en lo bello de nuestro mundo, en el estrés de la rutina, los sueños, planes y necesidades, olvidamos que tenemos un destino mayor. Salomón dijo en Eclesiastés 3:11 “Él sembró la eternidad en el corazón humano, pero aun así el ser humano no puede comprender todo el alcance de lo que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin”.
La eternidad ya está en nosotros, negarla es negarnos a una parte nuestra y solamente obviarla, como quien ignora un elefante en una habitación, es de necios.
Pocas veces nos tomamos el tiempo de meditar en el tiempo fuera del tiempo, en lo eterno.
Dios dejó una relación entre lo temporal y lo eterno que necesitamos cultivar. 1 Corintios 15 dice: “Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual”. Y es que todo lo que hacemos en este cuerpo terrenal, tarde o temprano, se va a marchitar.
No existe nada de este lado del tiempo, por más que pongamos todo nuestro esfuerzo, que dure para siempre; tarde o temprano se degrada, se debilita y se corrompe. Pero en el día a día parecemos olvidarnos de eso, entramos en un modo automático que consume las horas y se nos escurren los años entre el afán de lo temporal.
No me malentiendas, no quito la relevancia de lo terreno como quien invita a no salir a trabajar, no cumplir nuestros sueños y cerrarnos a no alcanzar logros; sino que es una reflexión de lo que sucede en nuestro corazón y mente durante el proceso de salir a trabajar, cumplir nuestros sueños y alcanzar logros.
Jesús dijo en Mateo 6:20 “Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar (NVI)”. Creo que durante mucho tiempo hemos entendido este versículo desde una perspectiva terrena, queriendo acumular en el cielo algún tipo de riqueza bajo la perspectiva humana de tesoros, y vivimos deseando llegar al cielo porque ahí tendremos la casa que siempre quisimos, o las comodidades que en esta tierra no podemos costear.
En el versículo siguiente Jesús afirma: “Donde esté vuestro tesoro, ahí estará su corazón”. Aquello que valoramos conduce nuestra vida. Ahora bien, si Jesús no se refería a acumular tesoros en el cielo como quien acumula riqueza terrena, ¿cuáles son esos tesoros?
El Apóstol Pablo en 2 Corintios dice: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos. […] Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Corintios 3:18 – 4:1; 4:7)
El tesoro eterno que estamos formando es la misma vida de Jesús en nosotros, esa es la esperanza de gloria, la motivación por la cual vivimos, salimos a trabajar, nos metemos al tráfico, estudiamos, hacemos negocios, pagamos las cuentas, ayudamos al necesitado y hacemos iglesia. Cuando el tesoro de nuestro corazón está en la persona de Jesús vivimos desprendidos de lo terreno y lo disfrutamos más, pero solamente con los pies puestos en esta tierra pasajera podemos formar los tesoros incorruptibles de la naturaleza de Cristo en nosotros.
Dios nos dejó bajo la tutela del tiempo, un guardián firme y constante, que no se inmuta ante nuestros caprichos o berrinches, que permanece fiel a su tarea y vigila constante, obediente a su asignación; pero, al mismo tiempo, la semilla de lo eterno está en nosotros, sabiendo que hay más al otro lado de la jurisdicción de este guardián. Este paréntesis en la eternidad al que llamamos tiempo nos da la oportunidad de formar algo divino en nosotros.